"Incertidumbre"
Oliver
Era domingo por la mañana, mi despertador sonó alrededor de las 9:15 a.m. Me paré como era costumbre. Estaba recargado frente al espejo del lavabo de mi baño, seguía algo confundido por la chica que había visto frente a mi ventana y la similitud con la del sueño. No le di tanta importancia, me lavé los dientes y me vestí para ir a la cocina.
Estaba limpia y ordenada; comencé a preparar el desayuno. Era algo cotidiano los fines de semana: yo cocinaba para mi familia y pasábamos la tarde juntos. Después de unos minutos, mi mamá se levantó.
–Buenos días, hijo… –me dio un beso en la frente y comenzó a ayudarme– ¿Qué tal dormiste?
Sonreí.
–Buenos días, mamá –guardé silencio por un momento. Realmente no había pasado una buena noche, pero si le decía los motivos, podría molestarse un poco– Bien… tuve sueños algo raros, pero bien…
No es que no le tuviera confianza, solo era difícil hablar con ella cuando se trataba de chicas, en especial si no hablábamos de “ella”. Podría decirse que mi madre quería mucho a mi novia, algo no tan común, pero así era. Lo cual me hacía más complicado contarle sobre otras chicas, ya que la defendía mucho, por empatía, quiero creer.
–Ay, hijo… al menos dormiste –acarició mi cabeza– Y… ¿cómo van las cosas con…?
Tomé un suspiro después de las primeras dos palabras. La interrumpí antes de que terminara la pregunta.
–Pues… bien.
Alzó una ceja.
–Ese “bien” no me convence, Oli…
–Es complicado, mamá… no quiero agobiarte con problemas así –sabía que no podía mentirle, pero contarle no era una opción, al menos eso creía.
Suspiró y dejó los utensilios a un lado para mirarme directamente.
–Has estado muy decaído, hijo… y me preocupa más no saber por qué –acunó mi mejilla en su mano– ¿Qué pasa?
Recargué mi cara en su mano, para después retirar el rostro resignado. Era difícil negarle algo a esa mujer, como una muy buena modelo en los 90’s. Algo que heredé de ella, además de su cabello: su persuasión.
–Ha estado muy distante últimamente y me preocupa porque no sé el motivo…
–No te preocupes, hijo –respondió con una voz cálida– A veces una chica puede necesitar espacio… No tienes de qué preocuparte, solo dale tiempo para que aclare su situación y se abra contigo. Ella es una jovencita directa con lo que siente y piensa.
Sus palabras tenían sentido, pero de alguna manera no me calmaban. Sonreí en modo de aceptación, aunque muy en el fondo eso me ponía más ansioso. Fue entonces que llegaron mi padre y Naomi a la cocina para desayunar, hablando entre ellos y saludándonos a nosotros.
A la hora de desayunar era común hablar un poco, pero no se volvió a tocar el tema, y era algo normal para mí. Aunque a mi madre la quería mucho, por otro lado, a mi padre y hermana no les agradaba. Podría decirse que mi papá no me apoyaba, pero tampoco la apreciaba, y Naomi solo la toleraba por mí, lo cual, en mi situación actual, no ayudaba mucho. Dos polos opuestos y extremos en opiniones, aunque en lo único que coincidían mis padres con respecto al tema, era hablar de otras señoritas.
Pasó el resto del día tranquilo y rutinario: mi hermana en su cuarto, mi madre leyendo un libro y mi padre sentado viendo las noticias junto a mi madre.
Estaba acostado en mi cama, de nuevo, esperando un mensaje, lo cual, en lo más profundo de mi ser, y aunque me doliera admitir, no llegaría. Naomi se paró frente a mi habitación, recargada en el marco con su celular en mano.
–Oli… ¿puedo pasar?
Asentí con la cabeza, llamándola con la mano para que se sentara en la cama, reincorporándome en la misma.
Al verla pasar y sentarse frente a mí, suspiré.
–¿Qué pasa, Nao?
Ella suspiró y se sentó de chinito.
–¿Por qué miraste a la ventana anoche? –era una persona directa, algo que sacó de papá, como un buen empresario– No es que fuera metiche… solo estaba entreabierta la puerta mientras pasaba por agua y te vi en la ventana… y digo, no sería raro, pero de repente te sobresaltaste.
Me reí un poco, siempre atenta, algo que aprendió de mí, como una futura detective.
–No es nada, solo… escuché un ruido y me asomé, eso es todo… –evadí la pregunta sin pensar. Prefería no decirle algo que solo sería una casualidad, ya que solía ser una persona muy imaginativa, algo muy propio de ella, como una buena escritora por hobby.
–Está bien… –su sonrisa se desvaneció un poco– No sé cómo hablar de esto, pero… ¿te ha escrito?
Su pregunta fue aún más directa que la anterior. De cierto modo sabía que le preocupaba mi estado actual, pero considerando su punto de vista era más difícil decirle lo que sentía y pasaba. En lo más profundo de mí sabía que si hablaba del tema con ella y de lo que pasaba, me diría la cruda y dolorosa verdad que no deseaba escuchar, no ahora. Ella notó mi estado y entendió de inmediato; aunque no fuera muy expresiva, sabía leer a la gente y entenderla. Estaba seguro de que llegaría a ser muy buena psicóloga.
Suspiró profundamente mirando la colcha.
–Sé que no estás listo para hablar conmigo –clavó su mirada en la mía– pero cuando lo estés… ten por seguro que te escucharé… y aunque mi opinión no sea la que esperas, y podamos diferir en muchas otras cosas, yo siempre te apoyaré…
Sonreí por las comisuras de mis labios. A pesar de todo, esas eran las palabras que más me habían hecho sentir bien hasta el momento.
Pasaron unas horas. Estaba recargado en la ventana de mi cuarto, mirando la ciudad mientras pensaba en todo: la situación, lo que dijo mi madre y las palabras de apoyo de mi hermana. Era confuso, estaba cansado, fastidiado de todo. ¿Por qué no simplemente podría volver a ser como era antes? ¿Por qué no podía volver al pasado? Eran las preguntas que se hacían más estruendosas en mi mente, acabando con mi estabilidad emocional, hasta que una voz tersa me devolvió a la realidad, mirando en la dirección de la voz.