"Una pequeña coincidencia"
Ethan
Eran las tres de la mañana. Estaba sentado con mis brazos recargados en mis rodillas, pegadas a mi pecho, junto a la ventana de la sala. Mis pensamientos me gritaban una y otra vez la misma pregunta: ¿por qué lo hice? Tal vez fui engañado igual que ella, o tal vez solo buscaba su aprobación sin importar el costo. Sea cual sea la respuesta, lo había hecho; había arruinado la vida de mi hermana sin importarme nada, y era atormentador pensar en qué hubiera pasado si, por una vez, hubiera escuchado a Esteban.
Mientras me hundía en la oscuridad de mi miseria y en la belleza del silencio que sádicamente me sumergía en la desesperación, unos pasos se escucharon en mi ensordecedor silencio, seguidos de una voz grave.
—¿Por qué estás despierto?... Es tarde —reconocí la voz de inmediato. Y cómo no hacerlo: fue la voz con la que me reía a carcajadas cuando era niño, la voz que salía a defenderme cuando recién entré a la escuela.
A pesar de escuchar su voz y saber quién era, no aparté mi mirada de la ventana. Tampoco me moví.
—No puedo dormir y no quiero interferir con el sueño de Emi... —dije con la calma que mi mente, en ese momento, no tenía.
Por el rabillo del ojo logré ver cómo se acercaba a mí y se sentaba en la alfombra frente a mí. Su piel color avellana resaltaba con la poca luz que nos daba la ciudad. Observó la ventana como si tratara de comprender por qué estaba ahí. Pero ¿cómo podría saberlo? Él no había hecho la vida de nuestra hermana una miseria.
Nos quedamos en silencio. A decir verdad, después de lo sucedido ya no éramos tan unidos como antes. No digo que tuviéramos una conexión especial, ya que esa la tenía exclusivamente con mi melliza. Más bien, al ser los únicos hermanos hombres, por momentos solíamos hablar de la Fórmula 1, de la NFL o de cualquier otra cosa que involucrara deportes o videojuegos. Pero después de la desgracia, algo cambió en nuestra relación. No sabría decir si era el hecho de que me aferré a confiar en un desconocido o alguna otra cosa. Pero algo era claro: las cosas habían cambiado.
Él rompió el silencio un tiempo después, acomodándose su cabello corto color café oscuro. Su voz se escuchaba exhausta y, a su vez, algo nostálgica.
—¿Recuerdas... el día que nos salimos al balcón a ver la ciudad hasta que salió el sol?
Una sonrisa vaga se formó en la comisura de mis labios ante la imagen del recuerdo. Él y yo, hace un año, ambos habíamos salido al balcón a las 6 de la mañana, y estuvimos ahí hasta que mi madre nos vio.
—Sí… era extrañamente tranquilo…
—Ethan —por fin giró la cabeza hacia mí. Su mirada se veía apagada. Yo, por instinto, lo miré también en cuanto mencionó mi nombre—. No sé si lo piensas o lo crees, pero… yo no te culpo por lo que pasó…
Lo miré detenidamente. ¿A qué venía su aclaración? Sea cual sea la respuesta, no pude evitar sentir un hueco en el estómago.
—¿Por qué me lo dices ahora?
—Porque soy consciente de que, en un momento de rabia y frustración por mi propia incapacidad de protegerla… te culpé a ti…
Lo miré a los ojos, que, a diferencia de Emily y de mí, eran azul claro. Solté un suspiro antes de pararme.
—Está bien… Gracias por tus palabras, pero estoy bien.
Mentira. No estaba bien, no lo volvería a estar. Pero en ese momento no quería enfrentar esa conversación. No quería decirle a la cara que no le creía, que aún podía sentir algo de resentimiento de él hacia mí. Solo me resigné a decirle buenas noches e irme a mi habitación.
Al entrar a mi cuarto y cerrar la puerta de forma lenta y con cuidado para no despertar a Emi, me subí a mi cama y me acosté. Mientras miraba el techo, la voz que solía atormentarme la mayor parte del tiempo en la soledad me susurró: ¿Y si la lejanía con él la provoca tu propia cobardía de afrontar la realidad?
La luz del sol me dio en la cara a través de los pequeños huecos de la cortina. ¿En qué momento me dormí? No lo sé. Mientras me giraba para tomar mi celular, seguía pensando en lo que pasó hace unas cuantas horas. Tal vez en algún momento sería capaz de hablar con Esteban, e incluso con Emily, de cómo me sentía, pero no ahora. Suspiré mientras navegaba en IG. De alguna forma, estar en esa red social hacía que mi mente me dejara en paz por un momento.
Al cabo de unos minutos, Emily se despertó, y lo supe cuando la escuché bajar de su cama y subir la escalera de la mía. Asomó la cabeza, como si fuera una niña.
—¿Qué haces? —dijo con una voz muy tierna.
Sonreí al verla así. No podía evitar sentirme mejor al verla sonreír de nuevo, ya fuera por una tontería o por algo más profundo.
—Viendo Instagram —le mostré la pantalla.
Ella se subió a mi cama y se acostó a mi lado para ver. Cuando me tuvo más de cerca, logré ver su pupila clavarse en mis ojeras unos segundos, pero no dijo nada.
—¿Y qué ves?
—Nada… Reels —dije con simpleza mientras deslizaba la pantalla.
Es entonces cuando me encuentro con un chico. Era un chico rubio crema con las puntas pintadas de verde menta. Estaba haciendo un baile algo improvisado, bastante chistoso su intento de bailar. No es por echarme flores, pero desde que era muy chico me encantaba bailar y me metí a muchas clases de danza, desde jazz hasta regionales mexicanas. Al notar que el chico era guapo y fornido, miré por el rabillo del ojo a mi hermana, para poder ver la expresión picaresca que ponía cuando veía chicos guapos en las redes sociales. Pero, para mi sorpresa, aprecié una cara de sorpresa y algo roja. En ese momento me sobresalté y hablé más alto de lo debido.
—¡Ora!... ¿Por qué tienes esa cara? —dije dejando el teléfono de lado. O sea, sí estaba guapo, pero no como para poner esa cara.
Mi hermana se giró a ver la ventana. Analicé su acción por unos segundos, como un psicólogo, antes de burlarme un poco con una situación casi imposible.