"Vitrina"
Emily
Lo miré a los ojos de forma insistente. ¿Cómo podía responder a su pregunta? Intentar desviar el tema era un callejón que solo me llevaría a meterme en serios problemas.
Tomé un largo suspiro. —Bien, lo acepto… estaba hablando con él…
Se cruzó de brazos. —Entonces… ¿lo ves como un amigo?
—No lo sé… ni siquiera conozco su nombre —caminé a un costado para sentarme en mi cama, mirando el espacio por donde se veía la ciudad. Estaba hermoso el atardecer, y nuestros departamentos estaban como en una colina, por lo que la ciudad se veía aún mejor—. Pero realmente es agradable hablar con él… y tal vez sea un buen amigo.
Mi hermano suspiró y se sentó a mi lado. Recostándose en la cama, habló:
—Solo ten cuidado… —me miró con amor antes de hacer una cara de indignación, reclamo y algo de diversión—. Y por favor, pregúntale su nombre en algún momento…
Solté una pequeña risita ante su comentario mientras me recostaba al lado de mi hermano. Aunque tenía razón. Debía preguntarle su nombre en algún momento.
Miraba la parte de arriba de la litera cuando noté algo que no había visto. Era una pequeña marca en el soporte de madera. Ajusté mi vista para verlo bien: era un corazón con una letra adentro, tallado con algún objeto filoso que después había sido utilizado para borrar esa marca con rasguños al azar.
Al verla, recordé el día que hice ambas cosas. El corazón con la letra había sido hecho en febrero de hace dos años, el 14 justamente, un símbolo de amor expresado de manera física en algo irreversible. Recuerdo los sentimientos de ese día: estaba feliz y perdidamente enamorada. Por fin había pasado lo que tanto tiempo esperé: dejar de ser espectadora y convertirme en protagonista, llamar la atención de una persona que se veía inalcanzable. Aquello que tanto había leído y tanto había añorado.
Pero, a su vez, sentía las emociones de los rasguños, esos hechos cuatro meses después, cuando me desperté de la realidad y vi la oscuridad en la que había entrado a ciegas: la furia, desesperación, frustración, decepción y tristeza invadiéndome en ese momento que la venda se desajustó, dejándome ver un poco más que la apariencia en todo sentido. Empezando a sentirme ahogada, buscando arreglar todo, salir del bosque y volver al jardín. Pero ya era tarde, ya me había perdido.
Mi mente divagaba. Esos sentimientos juntos eran asquerosos. Sentir la ilusión y, a su vez, sentir asco y enojo por ese mismo sentimiento de esperanza. Reaccioné. Me paré de golpe y corrí al baño, vomitando como si hubiera olido algo asqueroso. Pero, a diferencia de un olor, los recuerdos y sentimientos revueltos no puedes dejarlos de sentir, no puedes girar la cabeza y tratar de reconfortar tu estómago con algo rico o un olor agradable.
Mientras trataba de dejar de pensar, escuché voces de fondo. Por lo poco que entendía, Ethan balbuceó mi nombre. Tal vez estaba gritando, pero todo estaba sonorizado, como si volviera a ese lugar aislado y solo, como una vitrina, donde todo pasa lento y en silencio mientras observas todo sin poder hacer algo. Escuché que levantó más la voz. Después, escuché más pasos. De repente, el tono de voz no era solo de Ethan, también de mamá. Se escuchaba alarmada. Escuché más gritos, más pasos. Las lágrimas rodaban. Trataba de calmarme, gritaba en mi interior para que me sacaran, para dejar de ahogarme en una miseria sin fin. Pero nadie parecía escucharme.
De pronto, sentí una mano en mi hombro. Logré parar de vomitar, el contacto físico regresándome a la realidad. Giré la cabeza. Era papá, su mirada profunda llena de preocupación, su rostro rígido por el miedo que reflejaba el brillo de sus ojos.
Habló con la voz cálida y llena de protección:
—¿Qué pasa, mi niña?
Lo escuché fuerte y claro, como si la neblina pasara y dejara ver con claridad dónde estaba. No pude decir nada, pero de inmediato lágrimas de alivio salieron de mis ojos. Como niña pequeña, me dejé caer en su pecho en busca de un lugar seguro, llorando a mares mientras sentía los brazos de mi padre rodearme con tal amor que me hacía sentir segura.
—Está bien… todo está bien... aquí estoy —dijo con calma y amor.
Sentí la presencia de mi madre acercarse y abrazarme de igual forma. Este era mi lugar seguro.
En este punto caí en cuenta de una cosa: ya no estaba en esa vitrina. Desde hacía mucho, había logrado gritar lo suficientemente alto como para lograr que rompieran el vidrio. Y el sentimiento de ya no estar sola era suficiente para mí.
Pasó una semana. Tuve que volver a mi terapia por unos cuantos días después de lo ocurrido; a fin de cuentas, el trauma aún seguía. Por otra parte, tuve que tomar algunos medicamentos. No me di cuenta en el momento, pero por el esfuerzo y el tiempo que estuve vomitando, llegué a sacar sangre, y eso tuvo repercusiones en mi estómago.
A decir verdad, no tenía ganas de pararme de la cama. El medicamento y la terapia me consumían como nunca. Pero algo que no se apagaba era mi mente. Solo podía pensar: ¿Él estará bien?