"Traición"
Oliver
Ya habían pasado unos minutos desde que me había despedido de la chica. Al parecer, su madre la había llamado y quedamos en hablar otro día.
Estaba acostado en mi cama, mirando al techo, escuchando “Blinding Lights” de The Weeknd, sumergiéndome en mis pensamientos mientras permitía que la electricidad de la canción y las emociones recorrieran mi cuerpo libremente.
De repente, mi Naomi entró sin previo aviso, haciéndome levantarme de forma casi inmediata. Ella solía tocar mi puerta siempre, y solo en casos urgentes entraba sin avisar. Sentí la incertidumbre inundarme el pecho; pausé mi música, me quité uno de mis audífonos inalámbricos y titubeé.
—¿Qué pasó?
Mi hermana me miró con un destello de culpa y, en un tono apenas audible, murmuró:
—Te hablan mis papás…
Tragué seco. Eso no era buena señal. ¿De qué se habían enterado? Le puse pausa a mi música y fui a la sala; mi hermana, cabizbaja, caminaba detrás de mí con la mirada en el suelo.
Al llegar, encontré a mi madre enojada, con las piernas y los brazos cruzados, erguida y con el ceño fruncido, mirando el televisor. En cuanto sus ojos cruzaron con mi presencia, de reojo me sentí observado, investigado y extremadamente inquieto.
—Siéntate —ordenó, señalando con la cabeza, en un movimiento extremadamente suave, el sillón frente al sofá.
Me senté como un militar en la Segunda Guerra Mundial caminando por la playa del Día D.
—¿Qué pasó? —pregunté con voz calmada, sin buscar alterar a mi madre.
Noté que la tensión aumentaba en la habitación y el silencio me penetraba el pecho. Miré a mi padre por un segundo: estoico, con una mirada baja que reflejaba frustración y un destello de molestia. Sentía la mirada de Naomi detrás de mí, que, en lugar de hacerme sentir menos observado, me daba la sensación de estar en un juzgado donde ella había testificado en mi contra.
—Últimamente te asomas mucho a la ventana… —la voz baja, con aparente calma, me hizo estremecer aún más por las palabras amenazantes que escuché.
Sentí el ambiente tensarse aún más. Mi madre apretaba sus manos contra sus muslos mientras mi padre se mantenía inquietantemente inmóvil. Mis manos empezaron a sudar, la garganta se me secaba, mi pecho se agitaba.
Mi madre me miró por fin, su mirada penetrando la mía, como si buscara un rastro de algo.
—¿Quién es la chica de la ventana?
La sangre se me heló. Lo sospeché en un principio, pero ahora que lo confirmaban las palabras de mi madre, sentí las emociones revolverse dentro de mí. Me sentía sumamente impotente. En toda la semana pasada había estado pensando tanto en qué le había pasado a la chica, que no puse atención a mi entorno ni a que podrían notar mi patrón y dudar de mí.
Lo que me llevaba a sentirme molesto por el hecho de que me vigilaran a esta magnitud solo porque, y en este momento, me trataran como si le estuviera poniendo el cuerno a Jessica.
Eso desencadenó la sensación de tristeza y decepción por el hecho de que les preocupara más lo que sentiría mi novia que cómo me sentía yo, dejándome experimentar la sensación de poco interés hacia lo que yo podía sentir y llevándome al sentimiento de traición por saber que la única persona a la que le confié lo que me pasaba haya contado algo que no quería que supieran.
La frustración le ganó al resto de emociones y respondí de manera cortante:
—Una conocida… ¿Por qué?
Se endureció la mirada de mi madre, lo que solo engrandeció mi rabia interna.
—No te hagas el tonto, Oliver. Tu hermana nos contó lo que le dijiste.
Ahí estaba, la traición en todo su esplendor.
—Más te vale que no andes haciendo nada indebido, jovencito, porque ahí de ti donde…
No la dejé terminar la frase.
—¿Dónde qué, mamá? —alcé la voz, mis impulsos llevándome a retar a mi propia madre—. ¿¡Qué clase de persona crees que soy!? —me sentía sumamente indignado—. ¿¡Qué clase de persona crees que criaste!?
Empecé a sentir todas esas emociones contenidas de meses asomarse, como si solo se hubieran cocinado durante todo el tiempo que las guardé y salieran sin control ahora.
Mi padre se enojó ante mi tono y reaccionó por fin, mirándome molesto:
—¡No le levantes la voz así a tu madre!
Terminé de explotar y me paré. Perdí el control.
—¡No!... ¡Las cosas como son! —miré a mi madre—. ¿¡Quién crees que soy para cometer una estupidez así y lastimar a Jessica de esa manera!?
Me ardía la garganta.
—¡Estoy harto de ser el que todo lo hace mal! ¡Harto de que vigilen y prohíban convivir con otras mujeres como si fuera a seguir el ejemplo de mi padre antes de conocerte!
Mi padre quedó en silencio, atónito. Mi madre solo me miró, veía su pecho subir y bajar.
—¡Para que lo sepan! ¡No estoy bien con Jessica, y no es solo un “ya se le pasará”, pero ustedes jamás lo entenderán porque es una relación de dos! ¡Y no tienen ni idea de lo que ella me ha hecho y cómo me han hecho sentir sus acciones! —Sentía las lágrimas querer salir de mis ojos—. ¡Y no es justo que se pongan de lado de ella antes de preguntarme por qué carajos me enojo con ella!
El salón quedó en silencio. Mi pecho subía con pesadez, me ardía la garganta, me picaban los ojos.
—Y para que lo sepan… Esa chica me ha estado ayudando a mejorar mi relación, algo que ustedes en seis meses no han querido hacer porque es más fácil echarme la culpa a mí.
Me fui sin más. No iba a tolerar otro acto de esa magnitud y ya estaba demasiado alterado como para continuar con esa pelea. Caminaba por el pasillo, enterrando mis uñas en las palmas, sintiendo las emociones revolverse.
De pronto, escuché pasos apresurados hacia mí y una voz suave.
—Oliver, yo…
Entré a mi habitación.
—No, Naomi —la miré con el sentimiento de traición—. Te dije que no les dijeras nada porque sabes cómo son y aun así fuiste a contarles. No quiero hablar contigo.