— Tienes mejor semblante — observó a Magdalena que continua cociendo — No parece que hace unos dias estuviste al borde de la muerte.
No respondo y continuo cociendo, Magdalena trabajaba para una costurera del sector, alguien que confeccionaba preciosos vestidos y nos habia contratado para ayudarle.
— Es increible, sigo asombrada, exactamente hace tres dias tenias un pie aqui y otro en la tumba — deja el vestido en su regazo y pasa su mano por sus ojos — Me alegra que estes bien.— muerdo mi labio inferior y suelto un suspiró.
— Gracias Magdalena — la costurera, la señora Ivora entra al cuarto y nos observa por un instante en silencio.
— Necesito salir, iré a la casa de campo Westorn — levantó la mirada y la observó con el corazón acelerado — ¿Quién me acompaña para tomar las medidas de la Condesa? — miró suplicante a Magdalena, yo necesitaba ir.
Ella arruga el ceño, pero mira a la señora y suelta un suspiró.
— Que vaya Rowena por favor, me siento cansada.
La señora Ivora da dos pasos, pero luego se endereza, era una mujer de mirada dura, un rostro adusto, con un peinado que no favorecia su rostro.
— Prepara tu equipaje, llevaremos nuevos vestidos que confeccione para una madame de la ciudad, pero su protector aparentemente la dejó.
Frunzo el ceño.
— ¿Qué es un protector? — ella desvia la mirada hacia Magdalena quién sólo se encoge de hombros. La señora Ivora suspira fuerte y luego mueve su mano en señal de que no tiene importancia.
— Olvidalo, ve a preparar tus cosas, si todo sale bien, podemos estar unos dias o quizás meses, depende de la magia que hagas con la aguja.
Asiento y con cuidado colocó la prenda, pasó la mano por la falda de mi vestido.
— Gracias señora Ivora — salgo apresurada hacia la casita donde vivia.
Ibran
— Llevas varios meses con el semblante decaído, ni tus locuras haces.
Suspiró y sigo anotando en mi libreta.
— Ni yo sé que ha pasado conmigo, sólo sé que siento una tristeza en mi corazón.
— ¿Tristeza de qué Ibran?
Stéfano se sienta en una esquina de su escritorio y balancea una de sus piernas.
— No lo sé, si lo supiera no estaría de está manera.
— Mi hija ya va a nacer — levantó la mirada hacia él.
— Sigues insistiendo que viste a tu hija y que te dijo que tú esposa llevaba una niña en su vientre — él asiente y luego desvia la mirada — Las circunstancias en la que te encontrabas te hicieron desvariar.
— No Ibran, mi pequeña me ayudó a liberarme.
— Respetó en lo que crees — él suelta una carcajada y asi pasa un rato — ¿Ya terminaste de reirte?
— Si, perdoname Ibran, pero aqui el raro eres tú.
Dejó caer mi bolígrafo y me recuesto en el respaldo del sillón.
— No veo ni habló con muertos.
— Créeme, vi a mi hija y ella soltó las sogas.
— Esta bien — no iba a discutir — Estoy investigando más plantas, quizás pueda encontrar una para borrar tu cicatriz del rostro.
— Gracias Ibran — él se levanta y relaja sus hombros — Hoy por la tarde estará llegando la costurera, los vestidos no le están quedando a Irina por el embarazo, ha subido de peso.
— Es normal — seguí escribiendo — Las embarazadas son muy sensibles, espero no le digas eso.
— No lo hago, me gusta como se ve embarazada, saber que dentro de ella se está gestando una vida, me hace verla adorable.
— Eso es bueno Stéfano — hago mi cabeza hacia atrás — He estado pensando, quizás llegó mi tiempo de marcharme, seguir mi camino.
— ¿Por qué? ¿Acaso no te parece bien el salario que te pago?
— No es eso Stéfano — lo observó — Pero me siento solo y pienso que la persona destinada para mi está allá afuera.
— Lo lamento, me he vuelto egoísta, te considero mi mejor amigo, un hermano y no te quiero dejar ir.
Sonrió.
— Lo sé, también te consideró un hermano y eres mi mejor amigo, bueno mi único amigo.
Rowena
Cuando el coche de alquiler giró a la izquierda para entrar por el caminito, mi corazón se aceleró más de lo que iba... junte mis manos y las estruje, desde que desperté deseaba ir a ver a papá, a Ibran, pero no habia podido moverme. Rowena no tenia dinero, asi que me puse a trabajar con Magdalena.
Agradecia a mamá por que me habia enseñado a cocer, bordar ya que me estaban sirviendo las clases ahora que lo necesitaba.
Al estacionarse el coche frente a la puerta principal, mis piernas temblaban. Ver a papá de nuevo, ya no con la vista gris de un fantasma... si, un mundo sin color, todo era gris, triste... pero desde hace tres dias, todo era diferente, colorido.
Mordi mi labio inferior, mientras la señora Ivora bajaba del coche con la ayuda del lacayo, cuando fue mi turno con cuidado bajé sin despegar mi mirada de la casa, donde fui feliz desde que tenia uso de razón.
— Vamos muchacha, deja de babear. Manos a la obra.
Con torpeza subí los escalones, al llegar al umbral me detuve, mis piernas flaqueban y mi corazón latia apresurado.
— Pasen a la salita que está dispuesta para ustedes y la Condesa — el mayordomo nos indicó y luego nos guio a una de las habitaciones.
Me dejé caer en el sillón, esté continuba junto a la ventana como yo lo había puesto.
— No toques nada Rowena — asenti.
Cuando la puerta se abre y entra Irina, sonreí, se veia adorable con su pancita.
— Buenas tardes Condesa Westorn — nos hemos puesto de pie.
Irina sonríe
— Señora Ivora y …— me observa con una linda sonrisa.
— Es Rowena — hago una pequeña reverencia.
— Bienvenida Rowena... — el resto de la tarde la pasamos mostrando los vestidos confeccionados que tenia la señora Ivora y las nuevas tendencias de moda, pero Irina no se impresionaba con esos detalles, ella estaba buscando comodidad para su embarazo.
Yo no evite mirar la puerta a cada instante, deseaba ver a papá... la palabra correcta era que moría por verlo.