Amor sin Manual

Capítulo 1

💙Lucía💙

Tiempo actual…

—Dame un momento, solo uno. Necesito encontrar mis zapatos de tacón fucsia y te sirvo el desayuno. —le pido al pobre Theo que me mira con esa cara seria que siempre tiene.

Y lo entiendo, no es fácil aguantarme, aunque juro que estoy haciendo mi mejor esfuerzo. No quiero retrasar su estricto horario, él debe pensar que podría escoger otros zapatos, pero esos son los que mi vestido requiere. No puedo ir por la vida toda de negro, sin un toque de color. El problema es que se me pierden los zapatos. Nunca sé dónde los dejo.

—Toma. Estaban debajo del mesón de la cocina. —saco la cabeza de mi closet, volteo y miro a mi guapo cerebrito, con mis tacones en la mano.

Le agradezco y, cuando voy a agarrarlo, piso algo y un chillido lastimero se escucha en todo el apartamento. He pisado a Einstein y el pobre salió renqueando hacia la cocina, con el rabo entre las patas. No es fácil aguantar casi, setenta kilos de curvas, muy bien distribuidas.

—Gracias, y lo siento. Aún olvido que vivo con una mascota. —lo vi acomodar sus gafas y me sentí mal por mi comentario—. O sea, amo vivir con Einstein. Siempre quise un perro, no me malentiendas. —mentí y le mostré mis dientes en un claro intento de sonrisa, que Theo no se creyó.

Mi querido y, a veces amargado genio, blanqueó los ojos, alejándose de mí, mientras hablaba.

—Encontrarías tus zapatos si fueses más ordenada. Y en cuanto a Einstein, habrá que comprarle un cencerro, o me lo vas a aplastar.

—¡Oye! No es mi culpa que sea un Chihuahua. Son microscópicos. —me observó y se sentó para que le sirviera el desayuno.

Lo hice, sorprendiéndolo con su comida favorita. Mi Theo era como yo, de ascendencia latina. Mi querida Renata nació en El Salvador, así que me enseñó a hacer unas ricas pupusas. Eso lo hace muy feliz.

—Te quedaron muy buenas. —me llené de orgullo y alboroté un poco su cabello, solo por molestarlo.

—Gracias, noble caballerito. —dije, queriendo comerme una, pero me tocaba desayunar huevos revueltos y aguacate.

—¿Tendrás hoy la entrevista de trabajo? ¿Por eso comenzaste de nuevo la dieta? Lamento que tengas que hacer eso por mí. —el corazón se me arrugó y lo abracé.

—Sí, es hoy, y no tienes nada que lamentar. Tú eres mi pequeño genio, mi niño bonito y estoy feliz de tenerte. Solo aprovecho esta gran oportunidad para mejorar nuestras vidas, y en cuanto a mi cuerpo, es normal. Estoy a dieta desde que tengo uso de razón. Soy tan bella que cuido mis curvas. Tengo un límite que no puedo pasar.

No podía decirle que el mundo empresarial era despiadado, inclusive con la apariencia, y que por él me había atrevido a aceptar la entrevista que me consiguieron en Ashford Properties. Mi Theo estaba siendo mi mayor empuje y lo estaba amando.

Al principio sentí miedo. Me cuestioné muchas veces la decisión de mi amiga, pero después entendí que fue lo mejor. Él y su perro, son mi mejor compañía, y lucharé para que el juez termine de aprobarme y nadie me los quite.

—¿Dónde me dejarás mientras te entrevistan?

—Iremos con Susan. Ella te cuidará hasta que yo llegue.

—¿Y si mejor me dejas con mi Tata? Dejamos una partida de ajedrez a la mitad. —terminé mi desayuno, y me puse de pie para recoger un poco el reguero.

El viejo Cheo tenía revisión de su pierna en la mañana, no podía llevarlo con él. Ambos amaban jugar ajedrez, pero por ahora no podrá ser. De hecho, no sé cómo haré para que siga yendo a verlo en el asilo. Me temo que esas tardes de charlas y juegos, no seguirán siendo con tanta frecuencia y me aterra que lo tome a mal. Ya ha perdido demasiado.

—Ahorita no se puede, corazón. Te prometo que iremos, si termino temprano.

—¿Es un trato?

Asentí y apreté su mano, recordando a su Tata. Su abuelo es lo único que le queda y, junto a él, terminaremos de criar a un caballerito con mucho cerebro.

Minutos después, se me había hecho tarde, como siempre, y el tráfico de Queens a Manhattan no me ayudaba.

—Te dije que el metro era mejor. —su tono de queja era palpable.

A veces le costaba creer que no siguiera sus consejos. Estaba concentrado, podía verlo por el retrovisor mientras armaba y desarmaba uno de esos cubos de colores que nunca he logrado completar.

—Jamás lo entenderías, no eres mujer. En auto es más cómodo; sobre todo si tengo tacones.

—Pero estadísticamente es más lento.

No seguí escuchándolo porque tenía razón, y siempre era así. Vivo con un niño de nueve años que, gracias a su cerebro con un coeficiente intelectual por encima de ciento treinta, más las enseñanzas de su abuelo, parece de cincuenta años.

—Bien, ya llegamos. Justo a tiempo.

—¿Me puedes comprar un smoothie de arándanos con yogur antes de irte?

Accedí, era lo menos que podía hacer por dejarlo dos horas o más, en una de las tantas mesas del café, al cual entramos. Saludamos a la dulce Susan y aproveché para pedirle la bebida de mi niño.

—Ni creas que aceptaré que me pagues. Eso no existe, Lu. —su expresión no admitía negativas.




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