Amor sin Manual

Capítulo 3

💙 Lucía💙

Cierro la boca, acomodo mi cabello y cuando el ascensor se abre, creo que estoy en planta baja, pero no es así. Frente a mí hay un apuesto hombre mirándome con curiosidad. Al pobre le toma un par de segundos tomar la valiente decisión de dar un paso y entrar para encerrarse conmigo en esta pequeña caja metálica que fue testigo de mi pequeño y necesario ataque de liberación.

Analizo mi comportamiento reciente, junto con el tono de mi voz, y lo asocio con su forma de verme. No me es difícil imaginar lo que puede estar pensando, y eso me causa cierta vergüenza. Seguramente, escuchó mis alaridos peleando sola, recordándole la progenitora al dueño de todo esto. Él sabe que hace escasos segundos tuve un ataque de locura por culpa del bombón de ácido que lidera esta compañía. Cosa que me agotó, me puso a sudar, y a la vez me ayudó a descargar mi frustración. Debo verme horrible, muy acalorada, aunque no tan despeinada porque me pasé la mano por la cabeza.

Todo por culpa del idiota, caramelito de ajo. Lástima, tan guapo que es y tan... Tan… «Respira, Lu. Recuerda las energías; no dejes que esa sanguijuela del mal te las chupes como un vampiro de los feos. De esos que dan terror porque así es él. No es ningún bombón, no merece esa calificación». Pensé, contando hasta diez.

—¿Se encuentra bien, señorita? —«No, no soy tan fuerte, a veces» quise decir, pero eso él, no tenía por qué saberlo.

—Sí, gracias. Solo tuve un golpe de calor.

—¿Calor en primavera? ¿En pleno preludio de invierno? —lo escuché detrás de mí, al salir del elevador.

—Sí, es que hay sitios en este edificio donde no hay ventilación. Huele a azufre.

Me miró con extrañeza, comprobando que sí estaba loca, y yo apuré el paso para salir de allí. Crucé las puertas de la inmobiliaria en la que quise trabajar por muchos años, entendiendo aquel dicho que dice, que hay que tener cuidado con lo que se desea.

—Sonríe, Lu. —me dije, cuando miré mi reflejo en uno de los ventanales de los grandes edificios que había al pasar.

Debía ir por Theo, así que todo esto que sucedió, se tendría que quedar atrás. Lo malo es que los sentimientos no suelen ser tan automatizados y cuando vi a Susan, se me removió el corazón y la rabia.

—¿Tan mal te fue? Tu sonrisa no me engaña. Esa no es la de verdad. —solo ella y mi Renata sabían leerme muy bien.

Suspiré dispuesta a narrarle todo lo que me pasó, cuando noté que él no estaba.

—¿¡Dónde está Theo!? —pregunté exaltada, al no verlo en la mesa de siempre.

—Tranquila, mamá gallina. Tu pollito está arriba con mi madre. —explicó, y saberlo me dio tranquilidad.

Sí, Theo no era mío, pero cada día lo quería más. Él es lo más serio que me he tomado en la vida desde que perdí a mi madre. Ese niño se ha convertido en mi todo.

—Gracias, por lo que haces por nosotros, Susan. —dije con sinceridad.

—No me agradezcas. Ese pequeño es lo único que nos queda de Renata. Conmigo siempre contarás. Mejor dime cómo te fue, ¿qué pasó en la entrevista?

Respiré profundo, queriendo pedirle algo fuerte y doble como en las películas, pero esto era una cafetería y no se vendían ese tipo de bebidas, que igual yo no las consumía.

—No me dieron el puesto porque no cuento con la capacitación para trabajar en una inmobiliaria tan importante. No vengo de una universidad.

—Ay, Lu, cuanto lo siento. —apretó mi mano y negué. Eso no era lo malo.

—No te preocupes, en el fondo sabía que podía existir esa posibilidad. No podré vender propiedades allí, pero sí tengo la posibilidad de suplir a la asistente del presidente.

—¿¡De Dominic Ashford!? —preguntó, con asombro.

—El mismo. —respondí, con pesar. Esta parte de la historia parecía un chiste.

—No entiendo por qué eso no te hace feliz. ¿Acaso no es tan guapo como dicen? —la miré.

—Sí, es todo un bombón de ácido. Un caramelito de ajo, una barrita de chocolate, pero del cien por ciento amargo... Oscuro, impasable, horrible, pedante, atorrante.

El tono de mi voz iba en aumento, mientras mascullaba mis impresiones sobre mi nuevo jefe.

—¿Tan pesado es?

—¡Peor! Tengo tan mala suerte que mi nuevo jefe es el idiota con el que discutí esta mañana. ¿Puedes creerlo? ¡Dime si no estoy salada!

Indignada, así estaba. No podía tener tan mala suerte. Me costaba aceptar lo pequeño que era el mundo y que justamente ese sujeto terminara siendo quien es.

—No lo puedo creer. Que coincidencia más…

—Desagradable y nefasta. —la interrumpí, finalizando la frase.

—¿Y por qué aceptaste el empleo?

—Por mi niño genio. ¿Por qué otra cosa lo haría? Necesito más dinero. No quiero que el juez dictamine que no estará bien conmigo y me lo quite.

—Te entiendo —me pidió un momento, y en un segundo, puso una torta de chocolate frente a mí, y sonreí—. Esto te ayudará para mejorarte el ánimo —eso me hizo recordar viejos tiempos, cuando éramos tres—. Mira esto como una etapa de espera, mientras llega algo mejor.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.