Amor sin Manual

Capítulo 4

💙Lucía💙

Después de almorzar con mi niño guapo, cumplí deberes de señora grande y convertí mi desastre en un reluciente hogar. El orden me costaba, solía vivir de aquí para allá, hasta que me hice cargo de Theo y todo cambió. Para ambos la vida dio un vuelco y me voy defendiendo lo mejor que puedo.

—Gracias por traerme, sé que estás cansada. —apreté su mano y le sonreí.

—Limpiar me hace bien, me sirve de ejercicio. Además, tú querías ver a tu abuelo, ya teníamos un trato y todo trato hay que honrarlo.

Sonrió mirando al suelo, y me pregunté cuando lo haría de frente. Por alguna razón, le costaba sonreírme a mí directamente, mirándome a la cara. Eso me ha conflictuado un poco, llenándome de dudas, pero me he dicho que es parte de su proceso y he preferido esperar para no preguntarle y ser invasiva. Lo menos que quiero es alejarlo de mí.

—¡Mira! Ahí está. —se soltó de mi agarre y corrió hacia él, quien al verlo lo recibió con ese beso y esa sonrisa que siempre tenía para darle.

—¿Cómo estás hoy, Cheo? —pregunté, sentándome a su lado.

—Ya mucho mejor de mi rodilla. Dentro de poco podré salir de nuevo y los visitaré.

El tata Cheo vivía en un hogar de retiro. Se empeñó en vivir aquí después de que su hija muriera. Se negaba a ser una carga para mí, y no quería quedarse solo en el apartamento donde vivía con Renata, así que lo entregó y terminó en este lugar.

A veces pienso que fue mejor así. Hace poco se cayó, y aquí pudo ser atendido de inmediato. No está tan mayor, pero setenta años, son setenta años. No se tienen los mismos reflejos.

—¿Tata, podemos terminar la partida?

—Claro que sí, trae el tablero de mi habitación y no muevas nada. Recuerdo muy bien como lo dejamos.

Theo le hizo caso y fue por él, con una sonrisa enorme en su cara. Verlo así, me hacía volver a mis pensamientos anteriores donde me decía que él no era feliz conmigo, y dolía. Luego respiraba, me calmaba y recordaba las palabras de Susan. “Perdió a su mamá, tú eres el reemplazo de esa figura y le está costando aceptarlo. No se trata de ti”. Eso me daba un poco de tranquilidad, lo menos que deseaba es que fuese infeliz.

—¿Cómo lo llevas, Lu? —preguntó el hombre mayor.

—Muy bien. Aún sigo intentando no aplastar a Einstein, pero de resto vamos bien. —repetí, más para mí que para él.

—Un día a la vez, muchacha. Pensar así te ayudará a llegar a los setenta años y ni cuenta te darás.

—Ojalá que Einstein piense igual. Él debe soportar mis pisotones un día a la vez. —ambos reímos, mirando a nuestro niño llegar.

—Ella es un peligro para el cachorro. Le dije que le pusiera un cencerro. Esta mañana casi lo deja manco.

—¡Oye! No seas cruel —le reclamé, haciéndome la indignada—. No lo veo, es muy chiquito. —expliqué y el tata rio.

—Veo que se la están apañando mejor de lo que imaginé. El tiempo es un guía que sana, queridos míos. Los tres necesitamos de él para hallar un poco de calma, y así ponerle una cura a nuestras almas. Eso nos ayudará a encontrar un poco de paz. —respiré profundo y contuve las ganas de llorar.

Él había dicho una gran verdad. El tiempo quita, pero también te da, y justo ahora, todos necesitábamos de él para poder un poco con esta pérdida tan reciente que aún nos quemaba.

—¿Jugamos? —dijo mi pequeño señalando el tablero que había puesto en medio de la mesa.

Yo solo los miraba, amando verlos jugar. Theo se concentraba de tal manera que era todo un niño grande; mientras su abuelo lo observaba, me miraba y hacía gestos de ver lo mismo que yo. Una copia pequeña de nuestra Renata, cuando jugaba con él.

—Veo tus intenciones, niño. —advirtió, el tata, y yo no tenía ni idea de a qué se refería.

—No sé de qué hablas, abuelo. Solo muevo mi caballo a F6. —movió la pieza y Cheo, sonrió socarrón.

—¿F6, eh? —habló el abuelo, con tono juguetón—. Justito donde querías poner el anzuelo…

Theo sonrió con fuerza, como niño feliz, como ese que veía en aquellas tardes cuando visitaba a Renata en compañía de Susan, disfrutando de nuestra amistad, en una vida normal, llena de altibajos y felicidad.

—No se vale. ¡Te diste cuenta! Tú sabes mucho. —se quejó, entre indignado, asombrado y divertido, por el reto que implicaba tratar de ganarle.

—Claro que me di cuenta, pajarito. Esa trampa la intentaste cuando aún creías que los peones eran soldaditos. —Theo rio de nuevo, y yo no pude evitar tomar una foto del momento.

Él se olvidaba de todo cuando jugaba con su abuelo. Era solo un niño feliz, y amaba ver eso.

—Estuve cerca. Creí que esta vez sí iba a funcionar.

—Eres muy inteligente, hijo. Si te dejo, hasta me haces mate con una sonrisa. Pero hoy no, campeón… hoy te toca aprender a perder con estilo. Muevo pieza a G5.

—¿G5? —la risa de mi enano se esfumó y su ceño se frunció.

Ahí, íbamos nuevamente.

—Claro, pajarito. Querías que me comiera el peón, ¿verdad? Pues te abro el flanco… y en dos turnos, tu caballo se queda atrapado y sin escape. —la cara de Theo fue de gran impresión y la mía también.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.