Amor sin Manual

Capítulo 8

💙Lucía💙

Desahogarme con Susan funcionó, hizo que volviera a la oficina con mejor ánimo y sin peligro de pasar mis días en prisión por atentar contra mi jefe. De verdad estaba muy cerca de darle una oportunidad al acartonado, quizás si era cierto que él no tenía la culpa de ser tan cuadriculado.

De por sí, ya éramos bastante distintos. Él era todo un snob neoyorquino, y yo, una inmigrante que solía emocionarme cuando llegaba el agua en mi país.

Todo marchó bien el resto de la tarde, a pesar de que el señor llegara y no saludara, por andar pegado a su teléfono. Yo me ocupé del papeleo y Sonya de atenderlo.

—¿Qué te pareció este primer día? Lo hiciste muy bien. —halagó, mi maestra, y me sentí agradecida.

—Gracias a ti, Sonya. Eres muy buena enseñando, y eso hizo que fuera ameno. —la mujer sonrió, mientras apagaba la computadora, recogía las cosas y yo buscaba mi bolso para arreglarme.

Hoy me tocaba regresar en el subterráneo, lo que no me hacía muy feliz estando en tacones. A partir de mañana metería en mi bolso unas sandalias planas para ir y venir.

—¡No puede ser! —exclamé, cerca de entrar en crisis, cuando hurgando en mi bolso no encontré el monedero.

—¿Qué sucede, querida?

—No encuentro mi monedero, creo que lo dejé en mi casa.

—¿Qué adulto responsable sale de su casa sin la billetera o el monedero? —escuché detrás de mí, y conté hasta veinte para no caer en provocaciones.

Pero no funcionó…

—Un adulto que madrugó, corrió, cambió de bolso porque no combinaba y lo olvidó sobre la cama porque tenía sueño. —no era la mejor justificación, pero era la mía.

No funciono de madrugada, despertar temprano no es mi fuerte.

—¿Y si la detiene la policía y le pide la documentación, qué haría? Si sabe que le cuesta madrugar, arregle las cosas la noche anterior y ya está. —alergia, eso me daba su cuadriculada existencia.

—Me gusta que la vida fluya, señor Ashford, no suelo planearla.

—No está planeando, se está organizando.

Lo miré mal y él ya hacía lo mismo. Éramos el agua y el aceite. La antítesis del otro. No sé de cuánto sería mi pena en prisión si era despedida antes de cancelar la deuda.

—Dominic, déjala tranquila. Ya está bastante angustiada. —le agradecí con un gesto, y recogí mi cabello, sintiendo que sudaba.

—Vamos, yo le prestó lo del taxi. —ofreció, invitándome a seguirlo.

—No, gracias.

—¿¡Por qué no!? Le estoy ofreciendo una alternativa al drama que mostró hace segundos.

—Y le agradezco, pero ya le debo demasiado. Si sigo así, vendré a trabajar gratis, nada más que para discutir con usted. —casi quedo muda al ver una media sonrisa.

Estaba allí, no se quitaba. El acartonado sabía sonreír, a medias, pero lo hacía. No me lo estaba imaginando. ¡Dios! ¿Por qué era tan guapo el desgraciado?

—No discutimos. Debatimos, mientras la enseño a ser un adulto responsable.

«No caigas, Lucía, no caigas». Me repetía, recordando el consejo de Sonya cuando pidió que fuera más comedida.

—Qué amable, gracias —fui sarcástica y él lo sabía—. Iré al café de mi amiga, ella me ayudará.

—¿El mismo donde su hijo me bañó con smoothie de arándanos? —iba a olvidar ser comedida, pero Sonya interrumpió mi futura respuesta.

—¡Verdad que tienes un hijo! No me has hablado de él. —sonreí, recordando a mi Theo.

—Se llama Theo, es un niño precioso y muy inteligente, después te hablaré de él. Ahora, si me disculpan, debo irme.

Me dirigí al ascensor y sentí de nuevo la mirada de alguien en mi espalda. Estaba alucinando, no había otra explicación. El ascensor llegó, abrió sus puertas, subí en él y al voltear, me topé con unos intensos ojos azules que no se despegaron de los míos hasta que la puerta se cerró.

«¿¡Qué fue eso!?» Fue en lo único que pensé hasta que llegué al café y le conté todo a Susan. Solo llevaba un día de trabajo y dos encuentros con el acartonado donde no dejaban de pasarme cosas raras.

—¿No será que el snob acartonado, como le dices, te gusta? —casi me ahogo con el agua que tomaba.

—¿¡Cómo dices semejante locura!? ¿¡En qué cabeza cabe que a mí me pueda gustar alguien como él!? O sea, mírame, yo soy un amor. —temblando, así me dejó su comentario.

No me gusta el acartonado, por supuesto que no.

—Cálmate, solo fue una suposición. No me puedes negar que es muy guapo.

—Pues, sí, ciega no soy, pero hasta ahí. Jamás me gustará, Dominic Ashford, ¡jamás!

Le agradecí a Susan el favor de pagarme el taxi, cosa que mis pies celebraron, y al llegar a casa busqué a Theo donde una de mis vecinas que solía hacerme el favor de recogerlo cuando yo no podía.

—¿Estás muy cansada? Aún no me has dicho como te fue. —pronunció, haciendo a un lado el libro que leía.

Ya habíamos cenado, él estaba en su cuarto, y yo había ido para darle las buenas noches. Me senté en su cama, y él descansó la cabeza sobre mi hombro.




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