♟️Dominic♟️
Algunos días después…
Miro los zapatos de tacón a un lado, escucho el agua de la ducha caer y decido salir de la habitación, esperando que no hubiese un drama innecesario dentro de unos minutos.
Entro en la cocina y encuentro una nota de Carmen, pegada al microondas, indicándome que mi cena se encuentra allí. Reviso el aparato, veo comida para una sola persona y sonrío de medio lado, por su forma de decirme que cocinó únicamente para mí, lo cual no me genera ningún conflicto.
Mi estómago ruge por la necesidad de alimentos, así que sin tener mayor idea de lo que hago, presiono los botones para calentar lo que me dejó. Pico un trozo de pan para ir comiendo, y escucho el pitido del aparato, avisándome que terminó.
—Pensé que te encontraría al salir de la ducha. —dice una voz femenina detrás de mí.
Reprimo el impulso de blanquear los ojos, me centro en mi comida y lanzo un improperio al aire cuando me quemo los dedos con el plato. Lo había calentado de más y casi lo dejo caer al soltarlo de mala manera en el mesón.
—Ya ves. Pensaste mal. —su boca no dijo nada, lo hicieron sus gestos. Logré enojarla.
—¿Cenarás? —preguntó lo evidente—. Creí que saldríamos para hacerlo juntos. —la miré, respirando profundamente.
—Chelsy, no te hagas esto. Conoces las reglas, las aceptaste, no vengas ahora con dramas innecesarios. —lamentaba ser duro, pero era mejor ser honesto y yo lo estaba siendo.
—Claro, lo olvidaba. Dominic Ashford no se compromete. —la señalé con el tenedor, haciéndole ver que había dado en el clavo.
—Sobre aviso, no hay engaños.
—Pues termino con esto. Búscate otra con quién jugar. —chilló, marchándose, haciendo añicos uno de los floreros en el proceso.
Yo ni me inmuté, comencé a comer sin alteraciones. No le mentí, le dije lo que podía ofrecer, no es mi culpa que creyera que podría obtener algo más.
Termino mis alimentos recordando las palabras de Chelsy. Ellas trajeron a mi cabeza a la señorita blablablá, lo que me hace sonreír y pensar en jugar… Ya eso tenía con quién hacerlo, pero de una forma muy distinta. Sé que la señorita Almanza ha estado esperando mi movimiento, es mi turno y lo sabe. Está ansiosa y a la expectativa, lo noto y no puedo negar que eso me divierte en gran manera. Ella me resulta refrescante.
El timbre suena, sacándome de mis cavilaciones, y solo dos personas pueden subir sin esperar mi autorización. De ser mi abuela, estaré agradecido de que Chelsy se haya ido. Suficiente quejas ya le aguantaba sobre mi vida.
—Ha llegado quien tanto extrañabas. —no esperó autorización y pasó.
No podía ser diferente, si se trataba de Luke.
—No te he extrañado.
—Qué mal amigo eres. Hieres mis sentimientos —miró el desastre en el piso, y luego a los lados—. Supongo que esto lo hizo la conquista de turno. De haber sido tú, estarías histérico. —cerré la puerta y me quedé en el mismo sitio.
—La histérica fue ella. No entendió las reglas y sola se ilusionó.
Me miró, moviendo la cabeza dudoso, antes de seguir hacia mi cocina donde se sirvió un poco de jugo.
—Un día de estos vas a caer en tus propios juegos y te arrepentirás. —ahí estaba la bendita palabra otra vez, y la figura de la señorita Almanza también.
¿Por qué pensé en eso?
—Soy honesto desde el principio, no juego con nadie, solo con mi nueva asistente. —el vaso con el que tomaba quedó a medio camino de su boca.
—Me voy unos días y ya tienes asistente y de paso, ¿amiguita nueva? Vas muy rápido, Ashford. Así me va a costar seguirte el paso.
—No es mi amiguita, de hecho, ni siquiera la soporto. —tomé asiento en el mesón, y él hizo lo propio.
—¿Entonces, quién es? ¿Cómo está en la empresa si no la soportas? —indagó, curioso, y yo deseé tener a mano algo más fuerte.
—Es la recomendada de mi abuela. Sonya hizo que la aceptara como asistente, y es… es… ¡Insufrible! —exclamé, recordando nuestros encuentros—. Es la misma mujer, la madre loca del niño que me bañó con smoothie en el café, y eso no es nada para lo que ha pasado en la oficina. Habla hasta por los codos, no se calla nunca, no me respeta, no me hace caso, ¡no me teme!
No sabía lo mucho que necesitaba quejarme con alguien hasta ahora, donde pude expresar todo lo que la señorita me provoca.
—¿Es fea?
—¿En serio? —pregunté, sin poder creerlo—. Te digo todo esto y solo me preguntas eso.
—Es un punto importante. Dime. ¿Es fea? —insistió y sabía que no pararía.
—No es mi tipo. —gruñí.
—Eso no responde mi pregunta. ¿Es fea?
No quería ir allí. Lucía Almanza no era el tipo de mujer a la que estaba acostumbrado. Yo jamás me he fijado en una chica con curvas, pero no podía negar lo innegable. Era preciosa. Su cabello oscuro, liso, con algo de ondas; sus caderas, el rubor de sus mejillas, la manera en que llena las camisas y se prensa su falda. ¡Basta! Eso fue excesivo; es mi asistente.
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Editado: 03.09.2025