Lucía iba tan indignada por culpa del acartonado, debido a su falta de paciencia y empatía, que entendió lo que sucedería cuando ya estaba estacionando en la empresa. Ella nunca le había dicho a Theo que su nuevo jefe era el ogro del café. De hecho, le dijo que el arreglo del auto fue gracias a un préstamo que le dio, y por eso el señor pensó que estaría bien renovarlo por dentro. Prefirió callar, antes de darle detalles para no preocuparlo, y ahora, no solo se enteraría, sino que conviviría con él, durante toda la mañana.
Debía decirle, ya estaban allí, y su niño esperaba que le abriera la puerta, mientras agarraba el libro que leería para no aburrirse, cuando ella trabajara.
Tenía en sus manos una de las últimas ediciones de un clásico de la magia infantil que tenía a su tutora encantada. La chispeante Lu era fan de los libros y las películas de esa saga, y verlo amando lo mismo que ella, la conmovía.
—Tengo que decirte algo. —anunció, mientras iban a paso rápido hacia el ascensor.
—¿Qué nos quedamos sin desayuno por no ir donde Susan? Tengo rato sospechándolo. —la mujer, soltó un par de improperios mentales, al darse cuenta de ese detalle.
—Niño de poca fe. Ya eso está fríamente calculado —se iría al infierno por mentirosa—. Lo que quiero que sepas es que la vida es un pañuelo y hay veces que pasan cosas que uno no se imagina. Hay coincidencias que son difíciles de creer. Nos parecen inauditas, como un castigo divino en algunos casos…
—Lu —interrumpió—. Ve al grano. Solo hablas así cuando estás nerviosa. —si algo tenía el pequeño, es que era un buen observador.
—Lo siento. Es que me cuesta decirte que mi nuevo jefe es el hombre del café. —el niño se detuvo al oírla, justo antes de entrar al elevador.
—¿¡El sujeto con el que tropecé sin querer!?
Ver a Theo impresionado era algo difícil de creer. El pobre hasta tuvo que limpiar sus lentes. Se había puesto nervioso y ella lo pegó a su cintura como medida de protección, apretando el botón para subir.
—No te asustes. El ogro es acartonado, pero es un buen jefe. Estoy bien. Hoy estaremos bien. Te lo prometo.
Besó su cabeza, se dio ánimos a sí misma y rezó porque el bombón de ácido estuviera en su oficina, y así ella pudiera explicarle en privado lo de Theo, pero, como siempre, el universo no estaba a su favor. Estaba considerando seriamente en hacerse uno de esos baños energéticos que decían que ayudaba a abrir los caminos y quitar malas vibras.
—¡Vaya, al fin llega! —exclamó de brazos cruzados cuando salió del ascensor. Tardó en darse cuenta de que no estaba sola—. Y por lo visto vino acompañada. ¿No le dijeron que no puede traer niños a la oficina?
Theo seguía escondido detrás de ella. Se notaba que estaba allí, pero aún no le veía la cara. Ni siquiera el día del café lo pudo detallar bien porque estaba abrazado a su mamá. Eso era lo que Dominic creía que ellos eran, madre e hijo.
—La verdad no me lo dijeron, pero la presencia de Theo aquí es su culpa. —enfatizó, y el apuesto hombre no se lo podía creer.
Era imposible ganarle a esa mujer. Todo lo rebatía, jamás le daba la razón, era sencillamente desesperante, pero igual le causaba curiosidad saber por qué motivo él era el culpable.
—Ilumíneme, señorita Almanza. ¿Por qué es mi culpa? —dijo, con evidente sarcasmo.
—¡Por no esperar! Y andar apurado todo el tiempo —empezó a enumerar—. Por eso no dejó que le explicara. De paso me trancó la llamada, y no pude decirle que dejaría al niño en la cafetería de mi amiga y vendría. Es un insensible que me dio solo cinco minutos y los cumplí. —farfulló, a toda velocidad.
—Tardó trece minutos con cuarenta segundos, así que no fue puntual. No cumplió. —indicó, señalando su reloj para que lo viera.
Ella solo pensó en lo cuadrado que era, y que, con lo que costaba ese reloj podría comprarse cientos de zapatos de todos los modelos y colores.
—El tiempo es relativo. Tengo un carro, no una máquina de tele transportación.
La comisura de la boca del acartonado comenzó a elevarse en una sonrisa que quería salir. Aquella mujer era todo un caso y por más loca que estuviera lo divertía. Ella tenía algo que de cierta forma lo atraía. Tal vez sí era como su amigo Luke decía. Ella era intensa y diferente. Y estaba bien. Lo dejaría pasar por esta vez.
—Bien. Sea más amable y presénteme a su hijo. —Lu se tensó.
No entendió su cambio de actitud, esperó otra reacción. Sin contar, que no sabía si sacarlo de su error. Tampoco es que iba a ir por la vida diciéndole a todos que la madre de Theo murió, y mucho menos con él estando presente.
—Él es Theo. Mi niño, genio —se hizo a un lado, dejándolo a la vista del acartonado—. Es muy inteligente y bello.
Dominic detalló lo que pudo, ya que el niño no alzaba la cara. Sin embargo, sí notó, el libro en su mano. Él amaba esas historias, le recordaban a su padre. Fue de los últimos libros que le regaló.
—Hola, soy Dominic. Creo que no tuvimos una primera buena impresión. —le sonrió con dulzura, aunque el niño no lo mirara, dejando a Lu petrificada.
La asistente en prueba llegó a creer que estaba soñando, o alucinando, por no haber desayunado. Jamás había visto actuar así al caramelito de ajo, y mucho menos mostrar ternura. Se preguntaba por qué no pudo ser igual de amable con ella.
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Editado: 03.09.2025