Amor sin Manual

Capítulo 13

💙Lucía💙

Por más que intentaba sonreír, sentía que no era yo. No era mi sonrisa, ni la mujer que construí. Estaba enojada, y poner las manos sobre el volante sin mis piedritas alimentaba mi enojo y mis ganas de venganza.

Dominic Ashford solo me ha dado disgustos desde que llegó a mi vida y no quería odiarlo. Eso está mal, te consume energía y esas malas vibras son como un boomerang que se devuelven. Sabía eso, pero es que aquel hombre no colaboraba.

Quizás si me hubiese dicho gorda de frente, directamente, me habría dolido menos porque podía responderle, pero lo hizo a escondidas, hablando mal de mí con su amigo como lo hace un princeso, del siglo veintiuno.

—Nunca me había hecho tan feliz venir aquí. —dijo mi pequeño genio, cuando estacioné frente al café.

Eso hizo que lo viera por el retrovisor con el ceño fruncido. Jamás imaginé que su experiencia hubiese sido algo tan horrible. Si hasta el princeso acartonado fue amable con él.

—¿Tan mal te sentiste en la oficina? —dudó, inclinándose hacia adelante, en medio de los dos asientos.

—No sé, me aburrí; prefiero venir aquí. Aunque estuvo bien que fuera porque pude cuidarte. Ese sujeto sigue sin gustarme.

—¿Y el acartonado, qué te pareció? —aproveché de preguntar, porque sabía que él se había referido a George. El hombre de la tarjeta en mi pantalón.

—Bien, no resultó ser tan malo, pero prefiero que me dejes aquí, aunque intenten envenenarme con tanta azúcar.

Agarré mi bolso y le pedí bajar. Prefería no emitir mis opiniones sobre el acartonado, ni comenzar una discusión sobre lo que leía. Sí, el azúcar era dañina, pero todo en esta vida se trata de equilibrio. Un poquito no hace daño.

—¡Theo, Lu! Me alegra tenerlos aquí. —saludó mi amiga, desde el mostrador, cuando nos vio entrar.

El lugar olía delicioso, como siempre, y mi estómago rugió. No había podido tomarme un buen café desde que desperté, y mi cerebro clamaba por uno con urgencia.

—A mí también me alegra estar aquí. Tuve que quedarme en la oficina de Lu.

—¿Tan mal estuvo? —le preguntó, mientras mi enano limpiaba sus lentes.

—No, pero un sujeto quiere pasarse de listo con ella. Espero que la aconsejes, estoy seguro de que no le conviene. —blanqueé los ojos y negué, viendo a Susan.

—¿Qué sujeto era ese? —indagó, como buena curiosa.

—Dejaré que ella te cuente. Debo seguir con mi lectura. ¿Me puedes dar un smoothie de fresas con yogur, sin azúcar, por favor? Lu me dio permiso antes de venir.

—Claro que sí, caballerito. Siéntate donde siempre que ya te lo llevan. —le dijo, y luego me miró exigiendo explicaciones.

—No me mires así, que necesitaría toda una vida para contarte todo lo que me ha pasado desde la última vez que vine, y lo que quiero hacerle al acartonado gracias a ello.

—¡Louis!, encárgate de la caja registradora y échale un ojo a Theo, que tengo cosas importantes que hacer.

Reí, viéndola salir del mostrador para tomar mi mano y llevarme con ella a la pequeña oficina que tenía detrás.

—Te entretiene bastante el asunto, ¿no? —busqué molestarla.

—¡Por supuesto! Necesito saber ya mismo quién es el sujeto del que habló Theo y qué te hizo esta vez el acartonado.

Respiré profundo, no queriendo volver a lo que sentí cuando lo escuché, pero era imposible no hacerlo. Hoy estaría sensible porque, por más fuerte que crees que seas, hay cosas que duelen para siempre y son capaces de hacer tambalear las bases de confianza que con tanto esfuerzo construiste.

—Empecemos con lo nuevo. Conocí a alguien. Se llama George Lockwood. Es… guapísimo. Alto, musculoso, bello, aunque tiene un defecto en su árbol genealógico.

—¿Árbol genealógico? —asentí.

—Sí, adivina quién es su hermana —negó, sin saber—. Nada más y nada menos, que la venenito. Te hablé de ella la última vez que estuve aquí.

—No puede ser. ¡La loca!

—Esa misma.

Comencé a ponerla al día con los hechos y para eso tuve que contarle todo con lujo de detalles, desde que se me ocurrió la gran idea de comenzar con los juegos peligrosos entre mi jefe y yo. La pobre Susan hacía miles de muecas con cada cosa que iba sabiendo, hasta que llegué al día de hoy. Aunque nada hizo que mi amiga abriera más los ojos, que escuchar la actitud de Theo.

—¡Ay, Lu! Theo te ama. Lo estás haciendo tan bien que no te quiere compartir. —mis ojos se llenaron de lágrimas, y miré hacia arriba para controlarlas.

—Amo que me quiera, no me malentiendas, pero si sigue así, terminaré soltera de verdad, y yo me quiero casar. —me quejé, entre broma y seriedad.

George era guapo. Solo una tonta le diría que no, si te invitaba a salir. Y si un hombre así, me dejó su tarjeta, fue por algo.

—No te quedarás soltera. Eres muy bella y esto es solo una etapa. Theo perdió a su mamá y, en este instante, tú eres su todo. Es normal que no quiera compartirte. —explicó y yo solo pude pensar en una cosa.

—Soy tan bella que mi jefe le dijo a su abogado que jamás se fijaría en alguien como yo porque soy gorda y hablo demasiado.




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