♟️Dominic♟️
Días después…
Por algún extraño motivo, seguía dándole vueltas a lo mismo. Lucía Almanza, la señorita blablablá, no salía de mi cabeza porque la lastimé sin querer. Puedo aceptar que fui un imbécil y, aunque no me excuse, jamás fue mi intención que ella me escuchara. No debió estar detrás de esa puerta, ese fue su error, y el mío, fue decir lo que dije.
—Abuela, qué gusto saber de ti. —saludé, cuando respondí la llamada.
—No mientas, que si quisieras saber de mí, habrías venido a visitarme. —se quejó, con justa razón.
—Prometo ir pronto.
—Podría apostar que no lo harás, y nos terminaremos viendo en la fiesta de aniversario. —no pensaba negar aquello.
Me seguía costando ir a esa casa desde que mi abuelo murió. Tengo treinta y tres años, y sigo sin tolerar las pérdidas, lo cual es paradójico porque ya he perdido demasiado, debería estar acostumbrado.
—¿A qué se debe que esté escuchando tu hermosa voz? —era mejor ir al grano, que comenzar algo que no ganaría.
—Un pajarito me dijo que sigues sin escoger una agencia de eventos, cuando tenemos la fecha encima.
—Sonya, de nuevo. —me queje, ante lo único malo que tenía mi asistente.
—Su trabajo es informarme, no puedes culparla por eso. Estás dejando que tu pasado, interfiera en tu presente.
—No se trata de eso. —mascullé, odiando que hablara al respecto.
—Dominic, tesoro. Yo escogeré todo de aquí en adelante. Ya me hablaron de una excelente repostera, le daré una oportunidad al talento nuevo.
Podía entender que se ocupara de llenar el lugar que… ella dejó, pero me molestaba que también se cambiara a Fido, aunque era lo mejor. Todos sus amigos deben estar muy lejos de mi vida.
—Bien, pero yo los probaré. Pídele que mande una degustación, y decidiré.
—Así será, tesoro. Me alegra cuando nos entendemos. Y no olvides venir a visitarme.
No esperó mi respuesta y trancó la llamada como era su costumbre. Miré el escritorio, fijé mis ojos en el lugar vacío donde antes estaba aquella foto, reflejo de mi estupidez, y odié haber sido tan ciego.
Estas fechas me hacen recordarla. Esta futura fiesta de aniversario no hace más que restregarme en la cara, lo idiota que fui.
Sacudo esos pensamientos y le pido a Sonya venir. La espero con la vista en la puerta y cuando cruza el umbral se da cuenta de por qué la llamé.
—Estoy cerca de comprar alpiste para los pajaritos de la oficina. —ella sonrió, y toda molestia se borró.
Jamás podría estar mal con mi asistente estrella. Lamentaba cada día que tuviera que irse, pero así era la vida. Le tocaba descansar y yo debía respetar eso.
—Ya sabes como funciona. Debo mantener al tanto a tu abuela, y tú te estabas tardando. —me levanté y caminé hasta ponerme de frente al escritorio.
Me crucé de brazos, me apoyé de él, y pensé bien lo que diría.
—Te agradezco que lo hicieras. Desde el año pasado esta celebración me resulta un infierno. —confesé, lo que todos saben, pero yo no digo.
Era consciente de que todavía sigo siendo la comidilla de esta empresa.
—Debes superarlo, Dom. Te quiero como a un nieto y me duele verte así, por culpa de alguien que no merece, ni siquiera, tu desprecio. —ladeé la boca en un intento de sonrisa y decidí acabar con ese tema.
—¿Quién es la repostera? Mi abuela me habló de un talento nuevo.
—Te va a encantar. Probé sus postres, son deliciosos y, ni hablar de la presentación. Todos quedarán fascinados. Nada que envidiarle al amiguito de esa. —la miré con reproche.
—Ni la menciones. Mejor dime cómo la conociste.
—No la conozco. —fruncí el ceño sin entender.
—¿Cómo que no la conoces? —respiró profundo, e hizo esa típica mueca que suele hacer con la boca cuando hay algo que no me gustará—. Sonya, te hice una pregunta. —presioné.
—Es amiga de Lucía. Ella me la recomendó y te juro que no te vas a arrepentir.
Blanqueé los ojos sin poderlo creer. No sé qué tenía esta chica para hacer que todos cayeran rendidos a sus pies.
—Señorita, Almanza, por favor venga a mi oficina. —ordené, por el interfono.
En menos de un minuto ya estaba aquí, y no pude evitar detallarla. De verdad era hermosa, ciertamente fui un granuja al expresarme tan mal de su belleza.
—Dígame, señor Ashford. ¿En qué puedo ayudarle? —entrecerré los ojos, por su forma tan amable de tratarme.
De tonta no tenía un pelo. Estaba seguro de que ya sabía para qué la hice venir.
—Sonya me dice que es amiga de la repostera.
—Así es, señor. Es mi amiga Susan, la dueña de la cafetería. —miré mal a mi asistente.
Una repostera de una cafetería, no estaría a la altura de los chefs pasteleros, más reconocidos de toda New York. ¿En qué estaban pensando, Sonya y mi abuela?
—¿Una repostera? Lo siento, no creo que esté calificada.
—¿Por qué siempre es así? —increpó, la señorita, con las manos en la cintura—. ¿Por qué vive midiendo a la gente? El estándar no es seguridad de nada. ¿Cómo sabe si es buena o no, si no le da una oportunidad? ¡Todo lo tiene que criticar, creyéndose un juez!
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Editado: 06.09.2025