Amor sin medida

Capítulo 9 Las mentiras, el engaño y la infidelidad

Tener a mi hermana de vuelta es la mejor noticia que, en mucho tiempo, había tenido, pero no sé cómo tomarme el hecho de que ella quiera quedarse a vivir conmigo. Mi amor por ella no está en discusión, no obstante, mi privacidad es un beneficio al que no pienso renunciar. Más adelante conversaremos al respecto.

La aparición de mi hermana hizo trizas mis planes para el fin de semana. No solo se robó un par de días que pudieron ser magníficos para Andrea y para mí, sino que también se apropió de toda su atención. Mi mal humor iba en picada por una cuesta peligrosa y sin obstáculos que frenaran mi descenso. De un momento a otro, pasé de ser el centro de atención a convertirme en alguien ignorado por completo. Cada vez que ellas reían o se emocionaban con algún tema en particular, gruñía y pelaba los dientes como perro con mal de rabia. Sí, suena patético, pero desde que el poder femenino unió fuerzas y comenzaron a hablar sobre tramas que iban más allá de la comprensión de una mente masculina que sabía de mujeres tanto como conocía de ingeniería aeroespacial, el grupo sectario me trató como un mueble complementario de la decoración. Juro por Dios que estás dos mentes maquiavélicas podrían estar trazando estrategias para apoderarse del mundo, convertir a los de nuestra especie en sus esclavos e incorporarnos a las fijas de los ejércitos de eunucos, y ninguno de nosotros se daría cuenta hasta que fuera demasiado tarde.

Me les quedo mirando, sorprendido, por la gran conexión que hicieron desde el instante en que ambas se reconocieron y comenzaron a compartir los recuerdos de las pocas veces que hablaron por teléfono y charlaron como buenas amigas, a pesar de que no se habían visto en persona hasta ahora. Mi hermana conocía la historia de la dulce y eficiente secretaria que cambió mi vida de manera inesperada y, Andrea, sabía que nuestra hermana menor estaba reforzando sus conocimientos en diseño de modas en una de las mejores escuelas de París. Bueno, para ser sincero, no estaría seguro de recomendar a otros tal institución, porque si a las pruebas me remito, quedaría muy mal parado.

Sigo sin poder creer que la chica de mirada dulce y rostro angelical que abandonó el nido para alzar vuelo y recorrer el mundo, sea la misma que ahora está sentada frente a mí. Incluso, hay fotos de mi familia sobre mi escritorio y en algunas otras instancias de mi despacho, no obstante, no me atrevería a asegurar que se trata de la misma persona.

Alterno la mirada entre las dos, pero me mantengo al margen de la conversación. No sé nada sobre moda, cotilleos de la farándula, de la vida de las celebridades más cotizadas de la industria del espectáculo ni de aquellos que hacen vida en el medio hollywoodense. Es increíble la cantidad de información que las mujeres pueden almacenar al respecto. Parecen superordenadores humanos capaces de funcionar como miles de ordenadores juntos para encontrar curas a enfermedades o adivinar cuándo va a llegar alguna catástrofe natural.

El nivel del contenido de mi taza de café no ha bajado y está tan frío como la nariz de un perro, pero me niego a irme de aquí. No pienso rendirme, en algún momento se cansarán y se darán cuenta de que existo. Andrea me da una mirada y sonríe con calidez, el gesto provoca redobles en mi corazón. Le devuelvo la sonrisa y bebo un trago del líquido helado, mientras la mira como si fuera el único ser humano existente en este planeta.

―Dime, Andrea, ¿mi hermano y tú piensan tener bebés?

Escupo el café tan pronto como escucho aquella pregunta tan impertinente. Parte del líquido va por mi tráquea y me deja sin respiración. Andrea se levanta de la silla apresuradamente al notar que me ahogo. Me da golpecitos en la espalda e insiste en preguntarme si estoy bien, mientras la tos y los reflejos naturales me ayudan a expulsar el líquido que ha ingresado momentáneamente por la garganta.

―¿Te sientes mejor?

Asiento en acuerdo una vez que el aire entra a mis pulmones. Me levanto de la silla, apoyo las manos en la mesa y acribillo a mi hermana con la mirada.

―¿Se puede saber qué demonios estás haciendo?

Espeto con enfado. Roxy al ver lo molesto que estoy, se pone de pie, sonríe e inventa una excusa para escapar de mi reprimenda.

―Creo que me está afectando el jet lag ―comenta al retroceder sin apartar su mirada de mí―, voy a recoger mi maleta ―señala con su dedo índice hacia ella―, luego iré a mi habitación para tomar un descanso.

Vigilo cada uno de sus movimientos mientras se aleja. Arrastra su equipaje y, con su mirada aguda puesta sobre mí, se acerca a Andrea.

―Me alegra haber conversado contigo.

Le da un abrazo de oso y le comenta algo cerca del oído que no alcanzo a escuchar, pero que provoca que el rostro de Andrea vuelva a encenderse con un rubor tan intenso que puede competir con el color de la sangre.

―¡Roxy!

Mi grito le hace dar un brinco que por poco la envía en un vuelo directo contra el techo.

―Está bien, está bien ―eleva las manos en señal de paz. Envuelve sus dedos en el asa de su maleta y, antes de marcharse, se da la vuelta y sonríe de una manera cínica y descarada―. Que quede claro que solo me voy para que puedan seguir metiéndose mano ―suelta un gritico y sale huyendo cuando nota la expresión de mi rostro, no sin antes, pronunciar sus últimas palabras desde la distancia―. Por favor, les agradezco que no hagan mucho ruido, el viaje fue muy largo y necesito descansar.



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En el texto hay: sacrificio, amor, embarazo

Editado: 12.09.2024

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