Amor sin medida

Capítulo 11 Un pasado cruento y violento

He pasado horas evitándola, tratando de encontrar excusas para alejarme de ella. Ha sido una tarea titánica, sobre todo, porque con cada segundo que pasa, muero de ganas por ir a buscarla. Sin embargo, soy consciente de que, apartarme de ella, es la mejor decisión que pude tomar para protegerla. ¿De quién? De mí.

―Rhys ―abandono mis pensamientos al escuchar la voz de mi hermano mayor―. Necesito hablar contigo en privado ―miro hacia la cocina, esperando a que Andrea salga de allí, pero no aparece. Hace media hora que entró con Roxy, pero luego de un rato mi hermana salió, no obstante, ella no lo hizo―. Y, por favor, deja de ser tan obvio.

Vuelvo mi mirada hacia él y lo observo con los ojos entrecerrados.

―¿De qué estás hablando?

Eleva su ceja derecha y sonríe con ironía.

―¿Piensas que ninguno de nosotros se ha dado cuenta de lo que te traes con tu secretaria?

Maldigo en voz baja.

―No está pasando nada entre nosotros, Wilson.

Nos miramos como si fuéramos dos pistoleros del salvaje y viejo oeste a punto de enfrentarse en un duelo a muerte en las polvorientas calles de un pueblo fronterizo.

―¿En serio, Rhys? ―mete las dos manos en los bolsillos de su pantalón, se acerca y susurra en voz baja―. ¿Estás tratando de verme la cara de pendejo?

¡Maldición!

―¡Joder! ―repaso mi cabello con impotencia―. Por qué mejor no te ocupas de tus malditos asuntos y dejas de entrometerte en lo que no te incumbe.

Sonríe satisfecho. Mi reacción no ha hecho más que confirmarle sus sospechas. Mi desesperación me está dejando en evidencia.

―Me meto porque tus malas decisiones suelen causar un gran impacto en el negocio familiar, hermanito ―un brillo malicioso destella en lo profundo de sus pupilas tormentosas―. Y la mayoría de ellas con consecuencias negativas y desastrosas ―se inclina, saca una mano del bolsillo para frotarse el mentón mientras adquiere una expresión reflexiva y dudosa―. ¿Se te olvida lo que sucedió cuando la zorra con la que te ibas a casar te dejó plantado para irse con otro hombre?

Sus palabras solo incentivan mi enojo y causan un retorcijón en la parte superior de mi estómago que está a punto de convertirse en un caso serio de indigestión. Inhalo profundo para aguantarme las ganas que tengo de tallar los nudillos de mis dedos en su maldita boca virulenta.

―Y qué sugieres, Wilson ―mantengo mi cólera a raya y, poniendo cara como de quien no tiene nada que ver en la situación, afino mi lengua y me preparo para propinarle un golpe directo al hígado cuyo propósito es dejarlo noqueado―, ¿que escoja a una mujer de un catálogo y me case con ella? ¿Qué finja ser un novio feliz y enamorado? ―doy un paso más y me acerco lo suficiente para escupir el resto de mis argumentos sobre su cara―. ¿Qué me condene a mí mismo a vivir en un matrimonio que solo me ofrecerá amarguras, tristezas y desilusión? ―sonrío satisfecho al ver la manera en la que su mandíbula se tensa y crujen sus dientes bajo la presión que les imprime―. Dime, hermano ―comento con sarcasmo―. ¿Qué se siente saber que, después de tres años de un matrimonio infructuoso, tengas que buscar en la calle lo que tu mujer, hasta ahora, no ha sido capaz de ofrecerte?

De un momento a otro, su puño impacta sobre mi cara. El impulso es suficiente como para enviarme hacia atrás, tropezar con la mesa central y despachar todo lo que hay sobre ella en distintas direcciones. Cada objeto que se estrella contra el piso propicia una secuencia de sonidos ensordecedores que logra llamar la atención de todos los presentes.

―Tu vida amorosa me importa un pito, Rhys ―espeta con enfado―. Puedes meter tu polla en el hueco que se te antoje, pero te sugiero que lo medites mejor cuando hagas tus elecciones ―una sonrisa sardónica tira de las esquinas de su boca―. Esa pobretona sabe muy bien lo que está haciendo ―arremete sin miramientos―, solo se está aprovechando de la oportunidad que le diste, porque sin darte cuenta se la pusiste en bandeja de plata ―un temblor sacude mi cuerpo de pies a cabeza―. Cualquiera es capaz de darse cuenta de que todavía sigues perdidamente enamorado de tu exprometida ―sonríe con satisfacción, porque sabe que ha dado justo en el clavo―, y eso te convierte en presa fácil para las arribistas y las cazafortunas ―menciona en tono despectivo―. En el estado tan vulnerable en el que te encuentras, basta con darte un empujoncito para que caigas directo en la trampa ―aprieto mis puños con fuerza―. La chica está jugando sus cartas como toda una profesional ―mis orificios nasales se expanden como los de una bestia furiosa―, ya midió el tamaño de tu bolsillo, también el de tu desesperación ―señala con su dedo hacia la cocina, lo que pone mi paciencia al borde del precipicio―. Su próximo paso la llevará directo a la iglesia y hacia tu fortuna.

Sin pensármelo dos veces me levanto del suelo y le devuelvo el favor con un golpe similar que lo hace trastabillar, pero logra mantenerse en pie. Los gritos de mi madre y mi hermana no se hacen esperar al darse cuenta de lo que está pasando entre nosotros. Todo se sale de control en cuestión de segundos.

―¡¿Qué demonios está pasando con ustedes dos?

Interviene James y se interpone entre nosotros para evitar que nos sigamos cayendo a trompadas como dos chiquillos malcriados. Elevo la mano al sentir que un líquido caliente se desliza por la esquina derecha de mi boca. Tiento la zona que ahora palpita al mismo ritmo de los latidos de mi corazón y observo la sustancia pegajosa y rojiza que empapa mis dedos.



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En el texto hay: sacrificio, amor, embarazo

Editado: 12.09.2024

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