Amor tras la valla

3.1

Sofía abrochó los pequeños botones de su vestido verde y se recogió el cabello con un lazo. —Bien, —asintió a su reflejo en el espejo—. Sencillo y con estilo. Peppa, ven aquí. A ti también hay que ponerte guapa.

Normalmente, la cerdita de temperamento fuerte odiaba los accesorios, como si creyera que ya era perfecta sin ellos. Pero esa vez, obediente, inclinó la cabeza para que Sofía le pusiera un pañuelo adornado con flores. Seguramente, ella también quería agradar a los vecinos.

—Listo, estamos preparadas.

Sofía tomó los obsequios y caminó con paso decidido por el sendero del jardín que conducía a la casa de los vecinos. A medio camino recordó que ahora había una cerca, así que tuvo que dar la vuelta y tomar otro recorrido. Al menos, no habían cambiado el candado de la puerta...

—¿Hay alguien en casa? —llamó golpeando la ventana.

Un minuto después, la puerta se abrió. Como era de esperarse, no fue el cabeza de familia quien la recibió; él prefería demostrar su indiferencia en cada gesto. En su lugar, en el umbral apareció Liza, una niña muy simpática que no se parecía en nada a su padre. De cabello rubio claro, pecas en las mejillas y largas pestañas tupidas.

—¡Hola! —sonrió Liza—. Pasa, ya tengo todo listo.

—Gracias.

Sofía se quitó los zapatos y pisó el suelo fresco de aquella casa tan querida para ella. Si tan solo los demás supieran cuánto significaba ese lugar para ella...

—A decir verdad, hasta el último momento esperé que estuvieran bromeando —intervino Damián, señalando a Peppa.

—¿Por qué? A ella le gusta venir aquí —Sofía le rascó la oreja a la cerdita—. Y no sería justo dejarla sola.

El miembro más joven de la familia, Juan, entró en la sala. Era bajito, algo pálido y delgado, pero su sonrisa desdentada enterneció a Sofía. Inmediatamente se inclinó para revolverle el cabello, y él no puso objeción. Al contrario, cerró los ojos con placer.

—¡Casi lo olvido! —exclamó la chica, dándose una palmada en la frente—. ¡Les traje un regalo! Los Tesoros del Mar.

—¿Pescado? —preguntó Damián.

—¿Qué? ¡Nadie regala pescado a los niños! Es mejor que eso —Sofía colocó sobre la mesa de centro una gran bandeja de plástico—. Baklava y churchkhela. Si no han probado estos dulces, es como si nunca hubieran estado en la costa.

—Nosotros no compramos esas cosas porque no se sabe en qué condiciones las preparan —interrumpió Damián—. Y no les recomiendo que lo coman si no quieren una intoxicación.

Sofía juntó las manos sobre el pecho.

—Me conmueve su preocupación. Pero no se preocupen, los dulces son completamente seguros. Peppa y yo ya los probamos.

—Bueno, una cerda no es precisamente un indicador de calidad... —murmuró Damián.

Liza sintió que la conversación iba en picada. Ya sospechaba que su padre podría arruinar la velada, pero esperaba retrasar ese momento tanto como fuera posible.

—Vamos a la mesa —tomó a Sofía de la mano y la guió hacia la cocina—. Y mientras pongo todo, cuéntanos sobre Peppa. A papá —le lanzó una mirada de reproche a Damián— le interesa saber más de ella.

—Sí, me muero de curiosidad —Damián puso los ojos en blanco.

Sofía se sentó frente a García y su mascota se acomodó bajo la mesa, directamente sobre sus pies.

—El año pasado trabajé como camarera en un restaurante local —comenzó a relatar la invitada—. Para la temporada, contrataron a un nuevo chef de la capital, y gracias a él, el menú se amplió con una nueva opción: "Lechón a la parrilla"... Pensé que usarían carne congelada, pero quisieron ir más allá y trajeron un cerdito vivo. ¡Imagínense! Querían sacrificarlo justo antes de cocinarlo.

—Carne fresca, —asintió Damián con aprobación.

—Cuando la vi... ese pequeño hocico rosa, esas orejas puntiagudas como las de un elfo, el rizo en su cola... —Sofía hablaba con tanta ternura que parecía describir el primer encuentro con un bebé recién nacido—. Me horrorizó pensar que esa criatura indefensa podría terminar en el plato de alguien.

—¿La robaste? —preguntó Juan con los ojos muy abiertos.

—¡No, para nada! —exclamó Sofía. Luego miró a Liza y, en un tono más bajo, añadió—: No pude robarla porque chillaba demasiado. Así que la compré con mis pendientes de oro. Desde entonces, vivimos juntas.

—¿Y cómo es en casa?

—Peppa es muy inteligente. Me habla, conoce algunas órdenes, le gusta ver películas y que la abracen. No tiene nada que envidiar a un perro.

—Claro, aunque de un perro no se hace embutido en Navidad —bromeó Damián.

—¡Y de Peppa tampoco!

Sofía, desanimada por el escepticismo inquebrantable de Damián, bajó la mirada y se concentró en su plato. El silencio se instaló en la habitación. Parecía que solo García estaba cómodo con ello, pues continuó comiendo sin prestar atención a su invitada.

¿Y qué les parece la idea de tener un cerdito como mascota? Yo, de niña, soñaba con tener una gallina viviendo en mi habitación. Por alguna razón, mis padres no estaban muy de acuerdo… 😅




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.