—¿Y cómo llegó Lisa a vivir contigo?
Damián llevó la taza a los labios, pero se dio cuenta de que ya estaba vacía.
—Juan tenía todo lo que un niño podía desear —su voz sonó algo más animada—. Juguetes, cochecito, su propia habitación, la mejor guardería y actividades los fines de semana. Siempre he tenido la sensación de que su vida es más difícil de lo que debería ser, así que desde pequeño intenté compensarlo dándole todo lo que podía. Pero cuanto más le compraba, más pensaba en Lisa. ¿Seguiría aún en un orfanato? ¿Tendría suficiente para comer? ¿Y si terminaba como su madre? Además, siempre he creído que los hermanos deben crecer juntos. Por suerte, no la habían adoptado. Vivía con una familia de acogida, pero en realidad seguía siendo una huérfana. Cuando intenté reclamar su custodia, no querían dármela: los tutores recibían dinero por cuidar de ella. Tuve que contratar un equipo de abogados para ganar el juicio… Espero que no me guarde rencor. Al fin y al cabo, la saqué del entorno al que estaba acostumbrada y, además, la convertí en la niñera de Juan.
—No lo parece —dijo Sofía, encogiéndose de hombros—. Se la ve feliz.
—No sé cómo criar a una niña, y menos a una adolescente. No te imaginas los conflictos que tuvimos al principio. Ahora las cosas han mejorado… aunque todavía hay ciertos problemas.
Damián pensó en los intentos de Lisa por emparejarlo con su vecina.
—Y… ¿su madre?
—No tengo idea.
Se encogió de hombros.
—Algunos familiares dicen haberla visto en las afueras de la ciudad. Así que sigue viva. Pero… de la Karina que amábamos, ya no queda nada. Juan cree que su madre es una viajera. Lisa lo sabe todo. Dice que lo ha aceptado, pero de vez en cuando la veo tan triste que incluso a mí me duele.
Sofía empujó el último pastelito hacia Damián.
— Ahora entiendo por qué eres tan punzante.
— Me afeité ayer mismo —bromeó él, pasando la mano por su mejilla.
—¡Vaya! Así que sabes hacer chistes. Entonces aún hay esperanza.
Le cogió la mano con suavidad y la apretó con calidez.
—Estoy impresionada.
—No lo conté para impresionarte.
—Lo sé. Pero necesitabas decirlo en voz alta… Y yo soy una buena oyente.
—Puede ser.
Damián miró el reloj.
—Lo siento, pero tengo que trabajar. Te ayudo a recoger la sábana.
—No hace falta. Me quedaré un rato más. El agua está preciosa hoy, aprovecharé para darme un baño.
—Pero no tienes bañador.
—Entonces no mires.
Sofía le guiñó un ojo y, riendo, se levantó de un salto.
Corrió hacia el mar, desatando el lazo de su vestido por el camino.
—¡Nos vemos!
No mirar era más difícil de lo que parecía.
Damián tuvo que hacer un esfuerzo titánico para darse la vuelta y regresar a casa.Por primera vez en sus vacaciones, sintió unas ganas irresistibles de meterse al agua.