—¿Cómo vas con todo? —preguntó Roma, preocupado—. La presentación es ya mismo y no me has enviado nada. Tenemos que preparar el material promocional. Hay un montón de trabajo.
—Estoy intentando concentrarme —murmuró Damián—, pero siempre pasa algo…
—En Leópolis nada te distraía del trabajo —señaló su amigo con un tono de reproche—. ¿Ocurrió algo? Si quieres, voy para allá.
Damián abrió la nevera y sacó una lata de cola que había escondido detrás de una bolsa de pepinos para que Juan no la encontrara.
—¡Buena idea! Ven.
Abrió la lata y bebió la mitad de un solo trago. Dicen que el azúcar ayuda a pensar, así que García esperaba que aquel golpe de glucosa pusiera en marcha su creatividad.
—Tal vez, entre los dos logremos inventar algo.
—Está bien… Veré si consigo un par de días libres. Pero no te duermas en los laureles. Ya hasta me da vergüenza mirar a nuestro jefe.
—Lo entiendo. Te prometo que haré todo lo posible para entregar la presentación a tiempo.
Damián se despidió de Roma y volvió a su libreta de notas. Allí solía anotar ideas para sus proyectos.
«Suavizante de ropa». ¿Qué podía haber más sencillo?
Pero su mente seguía en blanco. No quería hacer algo aburrido y repetitivo, pero tampoco caer en la ridiculez. Necesitaba algo original. Cerró los ojos y trató de concentrarse. Silencio. Tranquilidad. El sonido de las olas… ¡Eso podía funcionar! Sobre todo porque una de las fragancias del suavizante era «Brisa marina».
Intentó visualizar la sensación de frescura, pero un estruendo lo hizo saltar de la silla. Los cristales vibraron y el silencio se rompió con un estridente ritmo de rock.
Era tan fuerte y desafinado que Damián tuvo que taparse los oídos con los auriculares antes de salir a averiguar qué demonios estaba pasando. Apenas cruzó la puerta, el ruido se intensificó. ¿Eso era música? Porque más bien sonaba como un arma sónica alienígena.
Damián respiró hondo, intentando no alterarse antes de tiempo. Se acercó a la valla y echó un vistazo al patio de Sofía.
—No podía ser de otra manera… —gruñó para sí mismo.
Justo en la entrada de la casa de su vecina, un grupo de adolescentes aporreaba la batería y la guitarra eléctrica con un entusiasmo que rozaba el vandalismo musical. Y Sofía... ¡los animaba con aplausos!
Pero eso no era lo peor. A su lado, tan emocionada como los demás, estaba Lisa. Espera. ¿Su Lisa ¿Qué demonios hacía ella ahí?
Durante un segundo, Damián se quedó paralizado. ¿Debía rescatar primero a su sobrina o acabar con aquel estruendo infernal?
Optó por el mal mayor.
—¡DISCULPEN! —gritó sobre la cabeza de las chicas, pero nadie lo oyó—. ¡EH! ¡AQUÍ!
Nada.
Agarró un palo del suelo y estuvo a punto de pinchar a Sofía en la espalda con él, pero lo pensó mejor. No parecía un gesto muy caballeroso.
Así que, sin más opciones, rodeó la valla y se adentró en el epicentro del caos.
En cuanto Sofía lo vio, le sonrió de oreja a oreja.
Como si no tuviera ni idea de por qué estaba ahí.
—¡HOLA! ¿Viniste a escuchar música?
—¡NO! —Damián hizo una seña para que los chicos se detuvieran. Al ver su expresión, los adolescentes se apresuraron a dejar los instrumentos—. ¡¿ME PUEDEN EXPLICAR QUÉ ESTÁ PASANDO?!
—No hace falta gritar —intervino Lisa—. Te escuchamos perfectamente.
—Ya hablaremos tú y yo —replicó él, y su sobrina puso cara de fastidio—. Señorita Sofía...
—Ay, no me llames así. ¡Suena como si tuviera cien años!
—Tío, tenemos que ensayar —gimoteó el vocalista.
Debía de ser el líder de la banda, porque su estilo resaltaba entre los demás.
Dreadlocks, camiseta tres tallas más grande, un colgante dorado tan grueso que habría hecho llorar de envidia a cualquier barón gitano…
—Y yo tengo que TRABAJAR —insistió Damián—. ¿Creen que eso es posible en estas condiciones?
Sofía lo miró con culpabilidad.
Él tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no ceder.
¡Era brujería!
Esa mujer tenía un poder inexplicable sobre él.
—Escucha, Dami...
—Damián.
—Ajá. Verás, es por el festival del sábado.
—No me digas...
—Estos chicos son estrellas locales.
—Pues no brillan mucho...
—Y su banda va a tocar en el evento. El problema es que el garaje donde ensayaban ahora está alquilado a turistas. Así que les di permiso para practicar aquí.
—¿No podrían hacerlo más bajo?
—Lo dudo.
—Bien, otra pregunta. ¿Cuánto tiempo va a durar este ataque a la música?
Lisa, por alguna razón, se sonrojó.
—No quiso ofenderlos —se apresuró a decir—. Es que hoy está de mal humor.
Sofía desvió la atención de Damián hacia ella.
—Hagamos un trato. Ensayarán un par de horas más... —vio la vena hinchada en la frente del hombre y se apresuró a añadir—. Y luego, para compensarte, te ayudaré con tu trabajo.
—¿Tú? —Damián no pudo contener una risa nerviosa—. ¿Cómo, exactamente?
—Seré tu musa.
—Oh… bueno… yo… —se ruborizó.
—¡Hecho!
Él apartó la mirada, avergonzado.
¡Demonios!
Había caído en su trampa sin siquiera luchar.
No había ido allí para dejarse embaucar.
Para tratar de recuperar un poco de dignidad, se giró hacia Lisa y le gruñó:
—¡A casa! Deja de meterte en casas ajenas.
Lisa miró a Sofía.
Su vecina le guiñó un ojo.
¿Desde cuándo eran tan amigas?
—Vale… papá —dijo Lisa, con una sonrisa burlona.
Antes de marcharse, susurró algo al oído del vocalista.
Un momento después, la banda volvió a tocar.
Si eso era posible, sonaban aún peor que antes.
—Después de este concierto, los turistas saldrán huyendo de Zolotye Peski… —murmuró Damián, cruzando la puerta de su casa.
—Eres un amargado —le lanzó Lisa, sin volverse.
Todo había salido al revés.
No había puesto en vereda a su sobrina. No había logrado silenciar a los músicos.Y encima había terminado pareciendo el malo de la historia. Las mujeres.