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Mientras Damián intentaba encontrar algo de paz, su amigo ya había conseguido un par de días libres. "Prometí que volveré con la presentación", explicó en un mensaje. "Llego el lunes".
No podía permitirse fallar otra vez. Así que, decidido a no quedar en ridículo delante de su socio, García volvió a concentrarse en su trabajo.
—Hmmm… brisa marina… —murmuró mientras esbozaba en su libreta algunas ideas para el anuncio—. Mar, frescura… armonía con uno mismo.
—¡Y por supuesto, diversión! —dijo alguien justo a su oído.
Damián dejó caer el lápiz y, al girarse, se encontró con Sofía a pocos centímetros de su rostro.
—Así que al final viniste… —suspiró con resignación, aunque, en el fondo, le alegraba verla—. No hacía falta. Puedo arreglármelas solo.
Sofía frunció los labios en un puchero infantil.
—¿Quieres que me vaya?
—Bueno… Si tú quieres.
—No quiero. Mejor me quedo contigo.
Sin esperar respuesta, Sofía trajo otra silla desde la cocina y se sentó a su lado. Damián percibió el delicado aroma a rosa de la flor que llevaba en el cabello. Un detalle simple, pero que le resultó extrañamente encantador.
—¿Entonces? ¿Cuál es la tarea?
Le explicó brevemente el proyecto. Para su sorpresa, Sofía lo escuchó con interés y hasta hizo preguntas. En el fondo, Damián empezó a tener esperanzas de que realmente pudiera ayudarlo. A veces, los que vienen de fuera pueden aportar ideas frescas.
—¡Tengo una idea! —exclamó Sofía cuando terminó de escuchar.
—¿De verdad?
—Sí. Vamos a comer algo. ¡Me muero de hambre!
—Ajá… Un empleado modelo.
—Vamos, con el estómago vacío no se puede pensar bien.
—No pienso discutir eso.
—Aquí cerca hay un sitio que hace el mejor queso frito del mundo. Vamos, yo invito.
Como si quisiera traicionarlo, el estómago de Damián gruñó.
—¡Tomo eso como un sí! —sonrió Sofía.
—Está bien. Pero primero voy a avisarle a Liza.
García no entendía cómo había aceptado tan rápido. Ni siquiera tenía hambre hasta que Sofía lo mencionó. ¿Reflejos? ¿Hipnosis? ¿Algún tipo de magia? Porque, si se trataba de hechizos de seducción, su vecina los manejaba de maravilla.
Llamó a la puerta de la habitación de Liza.
—Liza, Sofía y yo vamos a comer algo. ¿Vienes?
La niña se asomó por la puerta, ya sin rastro del enojo que había mostrado antes.
—No, mejor me quedo en casa.
—Como quieras. Pero cierra bien la puerta.
—Vale. ¡Que tengan una linda cita!
—¿Qué? ¡No es una cita! ¡No digas tonterías!
—Ujum… —repitió con la misma entonación de Sofía—. Claro, lo que digas.
Damián suspiró. Discutir con ella era como pelearse con el viento. Así que, sin gastar más energía, agarró su cartera y volvió con Sofía.
—Voy a arrancar el coche.
—¿Para qué? Vamos caminando —dijo ella, adelantándose con paso ligero—. ¡Sígueme!
Caminaron en silencio durante los primeros minutos. Sofía parecía cómoda así, pero Damián sintió la necesidad de decir algo.
—Entonces… ¿se viene una gran fiesta en Zolotye Peski?
—Algo así. Vamos a hacer una feria para reunir dinero y arreglar las tuberías.
—Si los chicos que ensayaban esta mañana van a tocar, seguro que consiguen la plata rápido.
—¿Lo dices en serio?
—Por supuesto. La gente pagaría cualquier cosa con tal de que dejen de tocar.
Sofía soltó una carcajada.
—Cuestión de gustos. A mí tampoco me encanta su estilo, pero a tu Liza sí. Más bien… le gusta su vocalista.
—¿¡Qué!? —Damián se detuvo en seco—. ¿Ese tipo raro? ¡Pero si parece un puercoespín!
—Es su estilo.
—Tengo que hacer algo. Hablar con Liza… No, mejor con los dos. Que ni se les ocurra pensar en esas tonterías.
—Tal vez sería más fácil si no vieras el amor como un problema.
—¡No es amor!
—Puede serlo. ¿Y si Mac es su destino?
—¿Mac?
—Macario.
—Que busque otro destino.
Damián dio unos pasos más, pero se quedó pensativo.
—Espera… ¿Y si ya aprovechó que no estoy en casa?
Sofía desvió la mirada.
—No creo…
—Si los estás encubriendo… —murmuró él, examinándola con la mirada.
Sofía levantó la barbilla con aire desafiante.
—¿Me castigarás?
—Seguramente no.
—¿Entonces qué harás?
—Yo… Bueno, yo… —se puso rojo—. ¡Mejor dejo de hablar y vuelvo a casa!
Dicho eso, se dio media vuelta y empezó a caminar de regreso.
—¡No hagas locuras! —le gritó Sofía—. ¡Confía en ella! Es una niña inteligente, sabrá qué hacer.
—Liza todavía es una niña. Y tú también, si no entiendes algo tan básico.
—¡Y tú… tú…! —Sofía pisoteó el suelo con frustración—. ¡Eres un amargado!
Damián sonrió con resignación. Si le dieran un euro cada vez que un niño lo llamaba amargado, ya sería millonario.
—Si te parezco tan aburrido, ¿por qué insistes en molestarme? Seguro que hay cosas más divertidas que hacer.
—Como encontrar a alguien de mi edad, ¿verdad?
—Exacto.
Sofía lo miró con incredulidad.
—¿Qué tontería es esa?
—Hablo en serio. Nuestras vidas son muy distintas. Más allá de los once años de diferencia… Yo tengo hijos, trabajo, responsabilidades. Tú eres libre. Disfruta. ¿Para qué complicarte? ¿O solo buscas nuevas emociones?
—Hablas igual que mi amiga.
—Porque es la verdad.
Los ojos de Sofía se oscurecieron con tristeza.
—¿No se te ocurrió pensar que no quiero esa libertad? Me cansé de estar sola. Me gustaría tener a alguien con quien compartir mi vida. Y justo aquí al lado, tras la cerca, veo lo que es la felicidad.
—Lo siento, pero no puedo hacerme cargo de ti.
—Claro, demasiado grande para adoptar, ¿no?
Damián se sintió incómodo. No quería entristecerla. Sofía siempre irradiaba luz, pero ahora su expresión era sombría.
—Lo siento, pero de verdad tengo que volver.