Marta se detuvo cerca del club, se quitó un zapato y sacudió un puñado de arena de su interior.
— No me gusta nada la cara que tienes — sentenció, mirándola con desaprobación.
— ¿Y qué le pasa a mi cara?
— Demasiado seria. Parece que vamos a un velorio en lugar de salir de fiesta.
Sofía intentó recomponerse. Tenía razón. ¿Por qué estaba tan desanimada? Si su vecino no se había interesado en ella, ¿qué más daba? El mundo no giraba a su alrededor. Había que seguir adelante.
Solo que… avanzar no era tan fácil. Ni siquiera le hacía ilusión ir a la discoteca. Lo que realmente le apetecía era acurrucarse en la cama con un bol de palomitas y ver películas antiguas con Peppa… ¡No, eso iba en contra de su plan de verano! No podía permitirse caer en esa rutina.
— ¿Y así? — Sofía sonrió de oreja a oreja.
— Mejor… aunque un poco siniestro. No, demasiado siniestro. Mejor relájate y disfruta.
— Lo intentaré.
Las dos amigas se acercaron a la pista de baile, ubicada junto a la playa, en pleno corazón de Zolotye Peski. En verano, ese era el lugar más animado del pueblo. La arena estaba tibia bajo sus pies, impregnada del calor del día, mientras la brisa nocturna traía consigo la sal del mar y el eco de las olas rompiendo a lo lejos.
Bajo las luces de neón, los cuerpos se movían al ritmo de la música, envueltos en un torbellino de risas, perfume dulce y el aroma especiado de las shishas. La pista vibraba con cada golpe de los altavoces. Algunos turistas bailaban descalzos, dejando huellas efímeras en la arena, mientras otros se agrupaban en torno a los camareros que preparaban cócteles coloridos con movimientos rápidos y precisos.
— Espérame aquí — gritó Marta por encima del bullicio, abriéndose paso hasta la barra —. Voy por algo de beber.
— ¿No veníamos a bailar?
— Sí, pero… llevo un mes intentando llamar la atención del barman. No voy a desaprovechar la oportunidad.
Sofía suspiró. Así que ese era el motivo de sus escapadas constantes al club. ¡Todo por un camarero! Observó a su amiga acercarse con paso de pantera en cacería y sonrió con diversión. Tendría que decirle en algún momento que ese chico tenía… otro tipo de gustos.
Su humor mejoró justo cuando empezó a sonar su canción favorita en versión remix. Sin darse cuenta, su cuerpo empezó a moverse al ritmo de la música. Poco a poco se dejó llevar por la energía del momento: las vibraciones de los altavoces que se sentían en el pecho, los destellos de las luces reflejándose en la piel bronceada de los bailarines, el ambiente efervescente de una noche de verano en su máximo esplendor.
La pista de baile se llenó de manos en alto, de giros y risas. Sofía cerró los ojos por un instante, disfrutando de la sensación de libertad, del instante perfecto en el que todo encajaba. Muy pronto, el pueblo volvería a su rutina habitual. Ya no habría fiestas ni turistas. Solo la brisa y el sonido de las olas. Así que había que aprovechar y absorber cada instante de ese verano.
De repente, alguien la sujetó por el hombro con brusquedad.
Sofía se giró, esperando ver a Marta, pero en su lugar se encontró con un chico desconocido. Camiseta de marca, peinado moderno y una mirada arrogante que la recorría de arriba abajo sin disimulo.
— Te mueves bien — leyó en sus labios.
Sofía respondió por cortesía:
— Gracias.
— Me alojo en un hotel aquí cerca — insinuó con tono engreído.
— ¿Y?
— Pensé en invitarte a pasar un rato.
Sofía sintió una punzada de asco. De todos los intentos de ligue que había recibido en su vida, este era, sin duda, de los más vulgares.
— Ni lo sueñes.
Retrocedió un par de pasos, pero el chico no se dio por vencido.
— Me llamo Artem.
— Mira, Artem — dijo Sofía con paciencia —, creo que he dejado bastante claro que no me interesas.
Justo en ese momento se dio cuenta de algo: hacía apenas un par de días, ella misma había recibido un rechazo parecido. Así que esto era lo que se sentía cuando te mandaban a paseo. Gracias, Damián, por la lección.
— Pero tú sí me interesas a mí. Si no quieres venir al hotel, al menos deja que te invite a algo. ¿Qué te apetece?
— Patatas con carne.
— ¿Eh? — el chico la miró como si no hubiera escuchado bien —. Con este ruido no se oye nada… ¿Por qué no buscamos un sitio más tranquilo? Uno donde estemos solos…
Acompañó sus palabras con una caricia sudorosa en el brazo de Sofía. Ella apretó los dientes con repulsión.
Marta por fin terminó su charla con el barman y recordó que no había venido sola.
— ¿Todo bien? — preguntó al notar a un chico desconocido junto a Sofía.
Artem se giró hacia ella con curiosidad, y Sofía, aprovechando la distracción, le hizo discretamente una señal de auxilio. Marta captó el mensaje de inmediato y le guiñó un ojo.
— ¡Vaya, así que no estabas sola! — exclamó el chico, entusiasmado. — Mejor aún, porque yo también vine con un amigo. Seguro que le encantará esta inesperada coincidencia.
— ¡Guárdate tus fantasías, caballero! — espetó Marta con una voz fría como el acero. — No hemos venido por eso.
Después, con una expresión completamente seria, se dirigió a Sofía:
— Oficial Korol, la inspección del área ha finalizado. Hemos identificado varias infracciones.
Sofía parpadeó, confundida. ¿De qué estaba hablando? Marta, en cambio, sacó de su bolso una placa policial de juguete y se la plantó en la cara a Artem.
— Caballero, está obstruyendo el cumplimiento de nuestras funciones.
— ¿Yo? — Artem perdió toda su arrogancia en un instante. — ¡Yo no sabía que eran policías!
— No me gusta su mirada… — Marta entornó los ojos, interpretando a la perfección su papel. — ¿Ha consumido alguna sustancia prohibida? Porque si es así, tendremos que llevarlo a la comisaría para interrogarlo sobre sus proveedores.
— Sí — añadió Sofía, siguiéndole el juego. — Este tipo no parece muy normal… Hay algo sospechoso en él.