— Tres mil doscientos grivnas, dos entradas para la fiesta de espuma, un chupa-chups y un paquete de preservativos. Ese es mi botín del día — anunció Sofía al regresar de la carpa de los organizadores. Se había cambiado a un vestido ligero de color azul cielo y se había aplicado loción para las quemaduras en los hombros.
— Los últimos seguro serán de gran ayuda para arreglar la tubería — bromeó Damián.
— No ayudarán, porque me los he quedado para mí — respondió la chica sin la menor pizca de vergüenza. — Entonces… ¿y ahora qué? La sirena ha sido rescatada y está a salvo. ¿Vas a buscar a tu familia?
— No, me quedaré contigo.
— ¿Crees que quiero eso?
— Al menos lo espero.
— Quédate — dijo tras una teatral pausa — pero solo con una condición: que mañana no vuelvas a evitarme.
— Temo que después de pasar una velada conmigo, la que empiece a evitarme seas tú.
— Es posible — Sofía se mordió el labio, dubitativa. — Pero si no lo intentamos, nunca lo sabremos. Sígueme.
Sin esperar respuesta, salió corriendo a través de la multitud. Damián tardó un par de segundos en reaccionar, localizó el borde del vestido azul y fue tras ella. Al principio se sintió ridículo: no estaba acostumbrado a jugar a las atrapadas con una adulta, pero la risa de Sofía no le dejó otra opción. Aceleraba, se detenía y lo provocaba con la mirada, como si fuera una ninfa mitológica tentando a un viajero desprevenido.
Finalmente, llegaron a un hotel medio abandonado. Cabañas cubiertas de óxido, césped seco en los antiguos parterres y faroles destrozados que alguna vez habían iluminado la avenida principal. Sofía se detuvo, miró a ambos lados para asegurarse de que nadie la viera y se puso en cuclillas.
— Espera. ¿Adónde vas? — exclamó Damián cuando la vio escabullirse por un agujero bajo la verja. Esta mujer estaba loca. Y lo peor de todo es que a él le encantaba.
— Confía en mí.
Damián suspiró.
— ¿Seguro que esto es legal?
— No lo sé — se encogió de hombros. — Vamos, no seas gallina.
Hacía años que no hacía algo tan impulsivo. Desde que Karina había tomado el camino equivocado, él había olvidado lo que era la diversión. Se había dedicado a ser el hijo ejemplar, el que daría orgullo a sus padres en su lugar. Luego apareció Juan, y la palabra “despreocupación” desapareció por completo de su vida. Y ahora, aquí estaba: un hombre adulto, sensato y responsable, colándose en un viejo hotel en plena noche.
— ¿Se puede saber por qué estamos aquí? — preguntó, sacudiéndose la arena de las rodillas.
Sofía avanzó con paso decidido.
— Hay un muelle precioso aquí. No hay otro igual en todo el pueblo — le dijo. — Lo verás por ti mismo.
Atravesaron todo el terreno hasta llegar a una playa apartada, enmarcada por acantilados rocosos. Todo era sorprendentemente silencioso. Especialmente si se tenía en cuenta que la avenida principal estaba cerca. Damián dio unos pasos sobre la arena y comprendió que había hecho bien en seguir a Sofía. Frente a ellos, se extendía un muelle de piedra que parecía llevarlos hasta la mismísima luna.
— Este es mi lugar secreto — deslizó la mano sobre la barandilla. — Lo encontré por casualidad. Ah, espera un momento.
Desapareció tras una de las columnas que sostenían el muelle y regresó con una caja de plástico. Dentro había todo lo necesario para pasar el rato con comodidad: una manta de colores, una linterna, algunas bolsas de galletas y una botella grande de agua.
— ¿Vienes seguido? — preguntó Damián, mirando las provisiones.
— De vez en cuando — Sofía extendió la manta al borde del muelle y se sentó, dejando que sus pies colgaran sobre el agua. — Es hermoso durante la temporada de lluvias de estrellas. Puedes tumbarte toda la noche a verlas y pedir deseos. Si tienes suerte, puedes pedir suficientes para todo el año.
— ¿Y no te da miedo? — Damián se sentó a su lado, aunque no tan cerca del borde.
— ¿Miedo de qué?
— No sé… de los buscadores de metal, por ejemplo. De cualquier forma, no me gusta la idea de que andes sola por estos lugares.
— ¿Te preocupas por mí?
— Sí.
— Es lindo escucharlo. Pero tienes que aprender a relajarte. Siempre estás en tensión, tan acostumbrado a pensar en lo peor que no puedes disfrutar de lo que tienes delante. Mira — Sofía tomó su rostro entre las manos y lo giró hacia el mar, donde el reflejo de la luna temblaba en la superficie del agua. — Hay tanta belleza en el mundo… y podrías perdértela si sigues viviendo con miedo.
Damián tomó su mano y le besó la muñeca.
— Lo más hermoso es lo que casi dejo escapar.
— Oh… — Sofía se sonrojó por primera vez. Se llevó la mano al pecho y apartó la mirada. — ¿Eso fue para mí? Si no… no importa. Solo quería aclararlo.
Damián sonrió. Por fin había logrado desestabilizarla. Era un buen cambio.
— Para ti. No sé cómo explicarlo, pero desde el primer día aquí, he sentido que perdí la cabeza. No dejaba de pensar…
— …que debías construir una valla.
— …que nuestra reunión no fue casualidad. Ya sé, suena como una tontería para ligar, pero lo digo en serio. Intenté sacarme esto de la cabeza, pero no puedo.
— Entonces, ¿por qué intentarlo?
— Porque no sé qué pasará después.
El rostro de Sofía se ensombreció.
— ¿Y qué pasa si no hay un “después”? La vida puede terminar en cualquier momento. ¿Por qué planearlo todo en vez de simplemente vivirlo?
— Solo quiero cuidarte.
— ¿Tienes miedo de romperme el corazón? — Sofía rió suavemente.
— ¿Te parece gracioso?
— Mucho. Y muy dulce de tu parte — asintió. — Pero no te preocupes. No voy a sufrir.
— ¿Cómo puedes estar tan segura?
— Porque mis padres me enseñaron a dejar ir… Solo deja de resistirte y permíteme hacer que este verano sea especial — Sofía se inclinó más cerca. — Imagina que nuestras vidas son un collar. Cada cuenta es un momento. Hubo muchas antes de este y habrá muchas después. Pero los recuerdos de este verano serán los diamantes del collar.