Amor tras la valla

12.1

Sofía irrumpió en la vida de Damián como un torbellino. Antes de que pudiera reaccionar, ya la necesitaba. Se convirtió en su adicción personal, en el dóping sin el cual ni el ánimo ni las fuerzas le alcanzaban. Y cuanto más tiempo pasaban juntos, más se aferraban a la idea de que el verano nunca terminaría.

Sofía despertó primero. Rozó la nariz contra la mejilla de su amado y le susurró al oído: —Tienes que irte a casa...

—¿Me estás echando? —preguntó él sin abrir los ojos.

—Así es, vuelve con los niños antes de que vengan a buscarte.

Damián sonrió. —Sería incómodo considerando que no tengo ropa puesta. —Se estiró en la cama y tanteó bajo la almohada hasta encontrar su teléfono—. Vaya, en serio tengo que irme.

A toda prisa se puso los jeans y sacó una camiseta de debajo de la cama. Sofía lo observaba con cierta tristeza.

—¿Nos veremos hoy? —preguntó con cautela, sin querer parecer demasiado insistente.

Damián se golpeó la frente con la palma. —¡Justo quería hablarte de eso! ¿Podrías venir a casa a las seis?

—¿Por qué?

—Vendrá Mac… —su tono lo delataba; no estaba nada entusiasmado con el encuentro—. Me vendría bien que me detuvieras si me dan ganas de partirle el cuello.

—¡Cuenta conmigo!

Damián la besó de nuevo, murmuró algo sobre lo poco que quería volver a la realidad y, a regañadientes, salió de la casa. Como era de esperar, sus hijos ya estaban despiertos. Juan estaba pegado a los dibujos animados, mientras que Liza devoraba un helado mientras chateaba por teléfono. Probablemente con su novio, porque tan pronto como Damián entró en la habitación, ella se despidió y colgó.

—¿Ya despiertos? —Damián le quitó el helado a Liza y le puso en las manos un paquete de avena—. ¡Buenos días!

—¿Dónde estabas? —preguntó Juan.

—Corriendo.

—¿Y por qué no llevas ropa deportiva? —entrecerró los ojos el niño. Cuando quería, podía ser muy observador—. ¡Y en chanclas!

—Es que ya me cambié.

—¿Dónde?

—Tal vez en casa de Sofía —contestó Liza por él—. Por cierto, ¿por qué no duerme aquí?

Mientras Damián intentaba encontrar una razón más allá del hecho de que hacer el amor en una casa con niños no era lo más conveniente, Juan intervino de nuevo.

—¡Qué pregunta! No puede dormir aquí. Solo hay tres camas. No podemos ponerla en el suelo como a Román. A menos que duerma con papá y yo me vaya a la habitación de los niños...

—Sofía tiene su propia casa.

—Aunque técnicamente esta también es su casa —reflexionó Liza—. ¿Eso significa que ya no tenemos que pagar el alquiler?

—Sí tenemos que pagarlo. O al menos eso creo...

—Y si se casan, ¿esta casa será nuestra? —soñó despierto Juan—. No me importan vivir en la playa.

—Se acabó, pequeño bandido —Damián cogió la mochila del niño para sacarlo de la casa lo antes posible—. Es hora de que te prepares para el campamento.

—¡Hoy no voy! Quiero conocer al novio de Liza.

Liza se puso roja como un tomate.

—¿Y tú cómo lo sabes?

—¡Hablabas tan fuerte con él que hasta superabas el volumen del televisor! Además, oí que traerá un pastel, así que ni sueñen con deshacerse de mí.

—Después de esta reunión, saldrá huyendo sin mirar atrás… —Liza se sujetó la cabeza con ambas manos.

A Damián le dio un poco de pena.

—No te preocupes —le dio una palmada en el hombro—. Todo saldrá bien. O no.

La pobre Liza pasó todo el día en estrés. Intentó convencer a Damián de cancelar la cena al menos cinco veces y se cambió de ropa seis. Sofía, que llegó temprano, también estaba un poco nerviosa, después de todo, hace nada estaba en su lugar. El único que permanecía completamente tranquilo era Juan. Corría alrededor de la casa disparando su pistola de agua contra las ventanas.

—¡Invasores! —gritó de repente—. ¡Inicio el ataque!

Un instante después, un chico irrumpió en la sala, empapado de pies a cabeza y visiblemente asustado. Los García se quedaron boquiabiertos. A simple vista, el invitado no tenía nada en común con el "puercoespín" de Mak: camisa oscura, pantalones perfectamente planchados y, sobre todo, un corte de cabello clásico. Nada de rastas, ojos delineados o piercings. Damián incluso pensó que Mak había enviado a alguien más en su lugar. Un estudiante modelo con un pastel y un pequeño ramo de margaritas.

—Buenas noches —saludó el chico, extendiendo la mano para estrechar la de Damián—. Perdón por entrar así, me atacaron.

—¡Yo lo derribé! —anunció Juan con orgullo.

Sofía, sin decir nada, sentó al niño a su lado para que no estropeara el espectáculo.

—Voy por una toalla —dijo Liza, aprovechando la excusa para escapar al baño.

Mientras tanto, Damián recordó que quedarse mirando fijamente al invitado no era de buena educación.

—Pasa —asintió, señalando un sillón—. Siéntete como en casa. ¿Café?

—No, gracias. No tomo café por la noche, me cuesta dormir y mañana tengo clases con mi profesor de inglés.

—¿En verano? —Damián arqueó una ceja, sospechando que intentaban engañarlo.

—Sí, estoy preparándome para ingresar a la facultad de lingüística. La competencia por las plazas gratuitas es muy dura y necesito la beca.

Sofía abrió la boca. Sabía que Mak era un buen chico, pero no esperaba semejante revelación.

—¿Pero no ibas a dedicarte a la música? —preguntó, mientras Liza servía el té.

—La música es solo un pasatiempo. No se puede vivir de ella. Quiero conseguir una profesión estable y un buen trabajo, si es posible, en el extranjero.

Todo parecía demasiado perfecto, tanto que Damián comenzó a sospechar. ¿Y si era solo una actuación para engañarlo? No iba a confiarle a su niña a un mentiroso.

—Te preparaste bien —dijo, mirándolo directamente a los ojos—. Pero lo que me interesa saber es: ¿para qué quieres a Liza?

La niña apretó la mano de Sofía en busca de apoyo, pero ella estaba tan sorprendida que ni siquiera se dio cuenta.




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