Amor tras la valla

13❤️

El viento empujaba nubes oscuras sobre Felicidad. El mar rugía, levantaba olas altas y las estrellaba contra la orilla. El pueblo estaba desierto: la mayoría de los turistas habían huido a sus casas, mientras que los optimistas que aún creían en un cambio de clima se refugiaban en sus habitaciones de hotel.

Los García observaban la tormenta desde la ventana del salón. Juan estaba desanimado porque no le permitían jugar fuera, Lisa porque no podía ver a su novio, y Damián andaba de mal humor por los cortes de energía que no le permitían trabajar con normalidad.

– ¡Esto es un tormento! –exclamó cuando las luces de la casa volvieron a apagarse.

Dejó el portátil a un lado y se acercó a Sofía. Ella, envuelta en una manta cálida, dormitaba en el sofá.

– Ya está oscureciendo... –se frotó los ojos. – Debemos buscar velas. Así tendremos una velada romántica.

– ¡Y teatro de sombras! –saltó Juan. – Sé hacer un perro, un burro y un conejo.

Pronto, pequeños destellos de luz parpadearon en las paredes del salón. La casa se sintió más acogedora, y el ulular del viento ya no molestaba, sino que le daba un toque de misticismo a la noche. Sofía observaba cómo la cera se derretía, deslizaba la mano sobre la llama y, sin darse cuenta, recordó su infancia. Una vez, en su barrio se había cortado la luz por días, y su familia tuvo que pasar las noches sin televisor ni otras comodidades. Se reunían en el sofá grande, hablaban mucho, jugaban a juegos de mesa... Por supuesto, cuando la luz volvió, todos lo celebraron como si el apocalipsis hubiera sido cancelado, pero aquellos momentos de unión se grabaron en su memoria como unos de los más felices. Discretamente, se secó una lágrima.

– ¡Vamos a contar historias de miedo! –propuso Lisa.

Damián negó con la cabeza.

– ¿Quieres que tu hermano venga corriendo a dormir contigo? Luego dirá que tiene pesadillas.

– ¡No tendré! –frunció el ceño Juan, quien apenas dos días antes había dormido con la luz encendida porque "en el ático no eran palomas revoloteando, sino un fantasma". – ¡Quiero una historia de miedo!

Sofía se animó.

– ¡Yo también quiero! –le dio un codazo a García. – Cuenta una.

– ¿Y no te dará miedo dormir después?

– En el peor de los casos, me mudaré a tu cama –se encogió de hombros ella.

Las palabras de Sofía fueron la mejor motivación para Damián. Acercó su rostro a la vela para que su expresión se viera más tenebrosa, se aclaró la garganta y comenzó a hablar con voz baja y escalofriante.

– Había una vez una familia: los padres y dos niños pequeños. A simple vista parecían personas amables y encantadoras, pero tenían un terrible secreto. Todas las noches, cuando el reloj marcaba las tres...

De repente, el teléfono de García sonó en su bolsillo. Todos saltaron en sus asientos del susto, tanto que ningún cuento de terror podría haberles provocado lo mismo. Hasta Damián se había quedado sin aliento. Se tranquilizó, miró la pantalla: era Roma.

– Perdonen –dijo a los oyentes. – Continuaré tras esta breve pausa.

Salió a otra habitación y contestó.

– ¡Hola! –saludó la voz conocida. – Tengo malas noticias.

– ¿Qué tan malas? ¿No aceptaron el proyecto?

– No. Me rompí una pierna.

– ¡¿Qué?! ¡¿Cómo?!

– Bueno... Iba en la moto, me caí... Eso no importa. Lo importante es que tengo que quedarme en el hospital una semana más y tenemos una reunión con los clientes.

Damián empezó a intuir a dónde iba la conversación.

– ¿No hay nadie que pueda reemplazarte?

– Alguien hay –Roma hizo una pausa. – Por ejemplo, tú. Entiéndeme, eres el autor del concepto. Aparte de mí, sólo tú puedes responder a sus preguntas. No quiero confiar el destino del proyecto a personas ajenas. Además, para ti este proyecto es especial, ¿verdad?

– Eso sí. Así que tendré que arreglármelas.

– Perdóname, no quería fallarte.

– No pasa nada –suspiró García. – Sólo recupérate pronto.

– Haré lo posible.

Damián regresó con la familia. Su cara larga ya anunciaba que las noticias no eran buenas.

– Tenemos que viajar a Lviv por unos días –dijo, dirigiéndose a Sofía. – Roma se cayó de la moto y se rompió una pierna, así que tengo que encargarme de la presentación del proyecto.

– De acuerdo –asintió ella. Se contuvo para no mostrar cuán decepcionada estaba. Le había prometido a Damián no apegarse a él, así que ahora intentaba actuar como si de verdad lo cumpliera.

– No quiero ir a Lviv... –gimoteó Juan. – ¡Tengo una competencia de natación en el campamento!

– Y yo tampoco quiero. ¡Está Mac aquí!

– Mi trabajo es más importante que Mac –decretó Damián. – Y él no se va a ir a ninguna parte.

Los ojos de Sofía se iluminaron. De repente, se le ocurrió que el viaje de García podía ser su gran oportunidad. ¿Y si se ofrecía a cuidar de los niños? Tal vez así él por fin dejaría de mencionar la diferencia de edad y se daría cuenta de que ella estaba completamente lista para una vida adulta con todo y sus dificultades.

– Pero, ¿por qué llevártelos? –preguntó, observando con atención la reacción de su amado. – Déjalos conmigo. Dijiste que serían sólo unos días.

– No –cortó Damián sin dudarlo.

– ¿Por qué no? Puedo cuidarlos.

– Es una gran responsabilidad.

– ¿Crees que nosotras dos –puso la mano sobre el hombro de Lisa– no podríamos con un niño pequeño?

A Sofía le ardían las mejillas. Esas palabras la habían tomado por sorpresa.

—Papá —intervino Liza. Damián puso los ojos en blanco. Cuando su sobrina lo llamaba "papá", era señal de que estaba a punto de pedirle algo. —¿Para qué vamos a pasarnos todo el día en el coche? Juan se va a marear otra vez y empezará a quejarse. ¿Te acuerdas del viaje a los Píscos?

Y era cierto. Llegar al pueblo le había costado a Damián una buena parte de sus nervios. Que si tenía hambre, que si tenía sed, que si el asiento estaba incómodo, que si se mareaba…




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