Sofía empapó un trozo de algodón con alcohol y lo presionó contra la herida que Damián tenía sobre la ceja. Sabía que iba a escocerle, pero ni siquiera se molestó en advertírselo. ¡Que aguante!
—¡Menuda genialidad! ¡Una decisión brillante! —seguía regañándolo—. Muy maduro de tu parte… ¿Al menos pensaste en cómo reaccionarían los niños?
—Te amo.
—Vas a ir a ver a tu hijo con la cara hecha un cuadro. ¡Un gran ejemplo a seguir!
—Sofía… —García le tomó la muñeca, intentando no solo captar su atención, sino también esquivar el dolor del alcohol sobre la piel—. ¿Me estás escuchando?
Ella suspiró pesadamente.
—Sí… —desvió la mirada y comenzó a guardar las cosas del botiquín.
—¿Entonces por qué no respondes?
—¿Qué quieres que diga?
—Bueno… —Damián se puso de pie. Estaba tan nervioso que empezó a dar vueltas por la habitación—. En un mundo ideal, algo como: "¡Oh, menos mal que lo confesaste primero, porque ya no podía soportarlo más!".
Sofía le cortó el paso.
—Siempre lo complicas todo —murmuró—. Teníamos un acuerdo: nada serio…
—Al diablo con el acuerdo.
—¿Y qué propones en su lugar? ¿Mudarnos a Lviv, casarnos, tener otro hijo y volver a Arenas Doradas en verano, como si fuera nuestra casa de campo?
—Me encanta ese plan —sonrió García—. Me parece perfecto.
—De acuerdo.
Damián se atragantó con su propia saliva. Lo último que esperaba era que aceptara tan rápido. Estaba tan desconcertado que tuvo que preguntar otra vez:
—¿Qué? —por un momento pensó que lo había imaginado.
—¿Qué pasa? —Sofía arqueó una ceja—. ¿Creíste que ibas a tener que convencerme?
—Pues… sí.
—En realidad, quiero estar contigo. He llegado a querer a tu familia como si fuera la mía. Me da miedo pensar que puedan desaparecer de mi vida —susurró, sin creer que por fin lo estaba admitiendo—. Pero tengo algunas condiciones.
—Acepto todas.
—Quiero que tú…
Nunca terminó la frase. Su conversación fue interrumpida en el peor momento por una llamada entrante. Damián miró la pantalla y se puso tenso al instante.
—¿Del hospital? —preguntó Sofía.
—No. Servicios Sociales… Lo siento, tengo que contestar.
Se sentó a la mesa como si se estuviera preparando para una negociación complicada.
—Por supuesto.
García cambió por completo. Y, con los hematomas y las heridas ensangrentadas, ahora tenía un aire aún más intimidante.
—Lo escucho.
—¿Señor García? —dijo una voz familiar al otro lado de la línea—. Le habla la señora Natalia, del servicio de protección infantil. Dígame, por favor, ¿cómo están los niños?
—Bien.
—¿Puedo hablar con alguno de ellos?
Damián empezó a inquietarse.
—Por el momento, no… Juan está dormido y Liza… está en casa de una amiga.
—¿Cómo se llama la amiga? —la mujer no parecía dispuesta a dejarlo ir tan fácilmente.
—Mac… Macaria —respondió y enseguida se golpeó la frente—. ¡Sí! Macaria, es una niña. Vive cerca.
La trabajadora social percibió al instante el matiz de la mentira.
—Dado que usted se encuentra en otra región, nos resulta imposible hacerle un seguimiento presencial.
—Créame, no es necesario.
—Confiamos en usted, pero nos pondremos en contacto con nuestros colegas en su área y enviaremos a un inspector para una evaluación domiciliaria en los próximos días.
—Entendido…
—Que tenga un buen día. Hasta luego.
La llamada se cortó.
Damián se quedó mirando el teléfono en silencio. Desde que había acogido a Liza, los servicios sociales parecían decididos a volverlo loco. Inspecciones constantes, preguntas incómodas, insinuaciones sobre que la niña estaría mejor en una familia con "una figura materna". Había pensado que en Arenas Doradas tendría algo de paz, pero no… lo encontraron de todas formas.
—¿Todo bien? —Sofía le tocó el hombro.
—Sí, sí, todo bien. ¿En qué estábamos? —se obligó a sacarse el tema de la cabeza. Gracias a la magia especial de su vecina, no le costó tanto.
—En que tengo algunas condiciones.
—Te escucho con atención.
—Incluso puedes anotarlas en un cuadernito.
—No hace falta, me las aprenderé de memoria.
—Vale. Primero… —Sofía empezó a contar con los dedos—. No voy a ser la madre de Juan ni de Liza. Puedo ser su amiga, niñera, consejera… Pero si buscas una mamá para ellos, ahí no cuentes conmigo.
—De acuerdo.
—Segundo, olvídate de la diferencia de edad.
—Olvidado. Digamos que tú también tienes más de treinta.
—No me refería exactamente a eso, pero bueno. Tercero… ¡Madre mía, qué moratón tienes en el ojo!
—¿Y tercero qué, Sofía?
—Que me beses ahora mismo. Porque, por si no te diste cuenta, también te extrañé.
—Eso sí lo puedo hacer —Damián sonrió y la atrajo hacia él, sentándola sobre sus rodillas—. De hecho, puedo hacer más.
—No hace falta…
—¿Por qué?
—Porque Liza está de vuelta en casa —Sofía señaló la ventana.
—¿Liza? —García se incorporó de golpe—. ¡Se suponía que ella y Mak debían quedarse con Juan!