Un instante después, la puerta se abrió y Liza irrumpió en la cabaña como un vendaval. Lanzó los zapatos contra la pared y estaba a punto de subir corriendo las escaleras cuando, de repente, se cruzó con la mirada de Damián.
—¿Fue Sofía quien te dejó así…?
—¡No! ¿Cómo se te ocurre semejante cosa?
—Entonces, ¿quién?
—Mejor dime tú por qué no estás en el hospital. Prometiste cuidar de Juan y, en cambio…
—Está perfectamente. No va a morirse solo porque dejen de mimarlo un par de horas.
—¿Te pasó algo? —intervino Sofía—. Puedes contárnoslo.
—¡Sí, pasó! ¡Mak resultó ser un imbécil! —soltó la niña y, entre sollozos, corrió escaleras arriba.
Se hizo un silencio incómodo en la sala. Damián procesó la información y, fiel a su costumbre, llegó a una conclusión precipitada:
—Te lo advertí… Se acabó para él —agarró las llaves de la mesa—. Sea lo que sea, voy a encontrarlo y obligarlo a disculparse. Pero antes… ¿Voy a ver al niño? ¿O hablo con Liza? ¿O mejor al hospital primero? ¡Sofía, qué hago! Son dos y yo soy solo uno.
Ella negó con la cabeza. García, perdido y desconcertado, tenía su encanto.
—Ve con Juan, yo hablaré con Liza. Seguro que no es nada grave, solo un malentendido.
—Pero luego traeré a Mak aquí.
—Por supuesto, cariño.
Damián se iluminó con una sonrisa radiante al oír la última palabra.
—Gracias —volvió a besar a Sofía—. Gracias por ayudarme.
—Encantada de ser útil.
García salió de la casa, pero volvió un segundo después.
—¿Crees que debería comprarme una máscara por el camino? No sé… de conejo, de payaso… Algo para no asustar al niño con esta cara.
—Mejor compra una bolsa de guisantes congelados.
—¿Para la cena?
—¡Para ponértelos en el ojo!
—Ah… Vale. Gracias otra vez. Escríbeme después para contarme cómo está Liza.
Sofía lo observó mientras se marchaba. La pelea le había pasado factura, sin duda, pero también tenía su lado positivo: ese erizo empezaba a perder sus púas. Quién sabe, con el tiempo quizá terminara siendo todo suave y esponjoso.
***
Pasaron unos días llenos de tensión y, finalmente, Juan volvió a casa. En una semana en el hospital, había logrado fastidiar tanto al personal que celebraron su alta en todo el departamento. ¡Por fin! Se acabaron las quejas, las manipulaciones y los caprichos del pequeño travieso. En resumen, libertad.
Damián también estaba aliviado de poder volver a centrarse en el trabajo. Solo faltaba arreglar la situación con Liza, y por fin podría relajarse. Pero no… Gracias a la pelea con Mak, la niña recordó de repente que era adolescente y, por lo tanto, tenía pleno derecho a poner a prueba la paciencia de su tío.
—¿No abre otra vez? —suspiró Damián cuando Sofía, la embajadora de la familia, volvió del segundo piso.
—No. Exige que la dejen en paz. Y quizá tiene razón… Mejor esperar a que se reconcilien.
Resultó que Liza estaba molesta con su novio porque él pasaba demasiado tiempo chateando con otra chica. Mak, por su parte, no se molestó en dar explicaciones y adoptó una postura defensiva, alegando que Liza no tenía derecho a leer sus conversaciones privadas. Un clásico.
—¿Y hasta cuándo vamos a esperar? Hace un día precioso, las vacaciones se están acabando, y ella sigue encerrada como un prisionero. Yo ya lo decía desde el principio: esa relación no iba a ninguna parte. ¿O no lo decía?
—Sí, sí, lo decías… —confirmó Sofía sin mucho entusiasmo.
—¡Pues ahí lo tienes! No, esto no puede seguir así… ¡Se acabó mi paciencia! —Damián se crujió el cuello—. Voy a traer a ese mocoso a rastras.
—¡Ni se te ocurra!
—Le di tiempo, pero no lo aprovechó. Suficiente —dijo con decisión y se dirigió a la puerta—. Quédate con el niño, vuelvo en seguida.
Sofía ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar antes de que Damián desapareciera. Miró a Juan, que solo se encogió de hombros.
—Papá lo va a aplastar como a un insecto.
—Espero que no llegue a tanto…
—Si él no lo hace, yo mismo le daré una paliza a Mak. Que aprenda a no hacer llorar a mi hermana… ¡idiopullo!
Sofía apenas logró contener la risa.
—Esa palabra no existe.
—¿Ah, no? —Los ojos de Juan brillaron con curiosidad.
—Bueno… Es que combinaste "idiota" y "capullo".
Cuando se dio cuenta de la lección de vocabulario que le estaba dando a un niño, Sofía se tapó la boca con las manos.
—Olvida lo que acabo de decir.
—Solo si me pagas.
—Oh, no, jovencito. Conmigo eso no funciona.
—Entonces le diré a papá que dijiste palabrotas.
—Y yo le diré que pegaste slime en tus pantalones nuevos. ¿Quién crees que saldrá perdiendo?
Juan reflexionó. Por fin, había encontrado una oponente a su altura.
—Está bien —bajó la mirada—. Si me ayudas a limpiarlos, guardaré silencio.
—Mmm, no lo sé…
—¡Te compartiré mis chocolatinas secretas! —usó su mejor carta, convencido de que Sofía no podría resistirse.
—¡¿Tienes una reserva secreta?! —Sofía aplaudió—. Pero si eres alérgico.
—Soy un alérgico inteligente. Solo como un poco cada vez.
—Tráelas y ya veremos…
Mientras Juan y Sofía cerraban su trato, Damián regresó a la cabaña. Y no estaba solo: con él venía un Mak visiblemente enfadado.
—¡No voy a disculparme por algo que no hice! —gruñía el chico, acomodándose la camiseta después de que Damián lo arrastrara del cuello. —¡Ni lo sueñes!
La pelea con Liza había hecho que Mak volviera a su look rebelde. Se había puesto los piercings otra vez y, como toque final, ahora llevaba mechones de colores en el pelo.
—El erizo se ha convertido en un gallo… —susurró Juan, y Sofía estuvo de acuerdo.
—No me interesa quién tiene razón y quién no —Damián empujó a Mak hacia las escaleras—. Lo único que quiero es sacar a mi hija de su depresión. ¡Sube y no bajes hasta que arregles las cosas!
—¡Es un bárbaro!