García estaba sentado en las escaleras, observando cómo el sol vespertino se hundía en el horizonte y esperando noticias de Sofía. Ella y Oksana Ivánovna parecían haberse esfumado en el aire.
—Se acabó —Liza bajó la cabeza—. Estamos perdidos. No solo tendré que volver con la familia del sacerdote, sino que además arrastraré a Juan conmigo.
—¡No quiero vivir con un cura! ¿Qué se supone que voy a hacer allí?
—Aprender a llevar una vida recta, rezar, ayudar en la iglesia…
—Qué horror…
Damián le dio un leve codazo a su sobrina.
—Basta, no lo asustes. No voy a dejar que nos separen. Ya encontraremos una solución…
En realidad, no tenía la menor idea de qué hacer. ¿Buscar otro abogado? ¿Presentarse en el departamento de servicios sociales en persona? ¿Huir al carajo? Ni siquiera sabía exactamente qué había dicho Juan a la inspectora…
El anochecer cayó rápidamente. La familia luchaba contra los mosquitos, pero nadie quería entrar en casa. Miraban entre las rendijas de la cerca, esperando un milagro. Finalmente, se escucharon movimientos en el patio de Sofía. Los niños corrieron a esconderse entre los arbustos y Damián se agachó para evitar que Oksana sospechara que la estaban espiando. No quería darle más razones para desconfiar.
—Listo —Sofía apareció por la entrada principal y cruzó el umbral—. La inspectora ya no volverá a molestarnos.
Juan la miró con recelo.
—¿Qué le hiciste?
—La enterré bajo el peral.
—¡¿Qué?! —el niño se emocionó de inmediato—. ¡Enséñame!
—Sofía estaba bromeando —intervino Damián con cansancio—. ¿Verdad?
—¡Por supuesto! —rió ella—. No tengo perales. Fue bajo un ciruelo.
—¿Te estás burlando? ¡Voy a encanecer de tanto estrés y a ti te parece gracioso…!
Sofía le sacó la lengua.
—Oksana está viva y en perfecto estado… bueno, tal vez le duela la cabeza mañana, pero no es mi culpa, yo no la obligué a beber.
Los ojos de Liza brillaron de felicidad. No lo decía en voz alta, pero el miedo de ser separada de su familia la carcomía por dentro. Damián hacía tiempo que se había convertido en su todo: madre, padre y tío en un solo paquete.
—Explícame bien —pidió, necesitando asegurarse de que el peligro había pasado.
Sofía se dejó caer en los escalones junto a Damián y puso su mano sobre la de él.
—Es muy simple. ¿Recuerdan que les conté que antes era peluquera? En este trabajo no solo hay que saber cortar el cabello, sino también hacerle conversación al cliente para que no se aburra. Y Oksana, que solo se hacía los peinados conmigo, era de las que no paraban de hablar. Me contó de todo: desde bromas de la escuela hasta los problemas con su futura suegra. Por eso me consideraba su amiga, aunque en realidad no teníamos nada en común.
—¡Con razón se alegró tanto de verte!
—Más bien se alegró de tener a alguien con quien chismear. Pero esta vez, la que habló fui yo.
—¡Le dijiste que somos geniales! —adivinó Juan.
—¡Por supuesto! ¿Cómo iba a callarme? Le expliqué la situación, le puse las cosas en claro, la ayudé a redactar su informe para sus colegas de Lviv… Ah, y de paso, le corté las puntas.
—¡Eres increíble! —Damián la abrazó con gratitud—. No sé cómo agradecerte.
Sofía se inclinó hacia su oído.
—Lo discutiremos sin testigos —susurró, apenas audible.
Damián sonrió, encantado con la idea.
Más tarde, Liza llevó a Juan a su habitación y lo arropó personalmente. Probablemente intentaba compensar los días de caos recientes.
—Niños eliminados… —susurró Damián, hundiendo la nariz en el cabello de Sofía.
—Ya sé lo que vas a decir.
—A ver…
—“Ahora por fin puedo trabajar tranquilo sin interrupciones” —rodó los ojos ella.
García soltó una carcajada.
—No hoy.
—Oh… Eso suena interesante. Sorpréndeme.
—¿Vamos a nadar?
Sofía se llevó un dedo a los labios, fingiendo que lo pensaba.
—No sé… Solo si es sin ropa.
—Eso ni se discute.
Él entrelazó sus dedos con los de ella y juntos corrieron hacia el agua. Hacía mucho tiempo que Damián no se sentía tan libre, tan despreocupado. Durante años había reprimido su deseo de soltar las amarras, de respirar hondo. Y probablemente seguiría igual de no ser porque Sofía irrumpió en su vida.
—El señor García que alquiló mi cabaña a principios de julio jamás habría aceptado correr desnudo por la playa —se rió ella, observando las partes de su piel que aún no habían tomado sol—. ¡Te lo dije! El mar cambia a las personas.
—No fue el mar quien me cambió. Fuiste tú. Y quiero que sigas haciéndolo.
—Te recordaré estas palabras cuando toque renovar tu armario… —le guiñó un ojo antes de adentrarse en el agua. Las olas frías envolvieron su cuerpo, haciéndola estremecer—. ¿Vas a calentarme o te quedarás en la orilla?
—¡Voy!
El calor que ardía dentro de él bastaba para todo un océano.
Las nubes se posaron suavemente sobre la luna, ocultándola como un telón discreto, dándoles a los enamorados la intimidad que necesitaban. Fue una de las noches más felices para estas dos almas opuestas, que, pese a todas las dificultades, soñaban con ser una sola.