Damián llegó a la estación de autobuses justo a tiempo. Un gran autobús blanco abrió sus puertas y dejó salir a una nueva oleada de turistas. Entre la multitud bajaron niños con gorras de colores, padres agotados por el viaje, jóvenes con auriculares o almohadas de viaje alrededor del cuello y algunos pasajeros solitarios que preferían viajar sin compañía.
García escudriñó los rostros, tratando de identificar a la tía de Sofía. Una tarea nada sencilla, considerando que ni siquiera se había molestado en averiguar su nombre.
Su atención se centró en una mujer. Se bajó del autobús agitando un abanico con furia. Bajita, algo rellenita, con el cabello corto y ondulado. No tenía ningún parecido con Sofía, pero en cuanto empezó a quejarse con el conductor sobre el aire acondicionado roto, no hubo dudas de su identidad.
—¡Vine a visitar a mi sobrina por su cumpleaños! —exclamó con dramatismo—. ¡Míreme ahora! ¿Acaso parezco alguien que está lista para celebrar? ¡No! Estoy empapada como una foca maldita. Todo por culpa de su estúpido aire acondicionado. ¿Querían cocinarnos vivos o qué? ¡Un horno era eso!
—Disculpe… —Damián se acercó con cautela. El conductor, al notar su intervención, le lanzó una mirada agradecida y huyó en dirección a las taquillas. —¿Viene a ver a Sofía?
La mujer se giró y escaneó a García con la mirada.
—Sí —abrazó con más fuerza su bolso, como si temiera que él se lo robara.
—Genial. Me llamo Damián, pero puede decirme Dami. —Le tendió la mano, pero la mujer no parecía interesada en hacer nuevos amigos.
—¿Y qué gano con eso, Dami?
—Soy el novio de su sobrina.
Los ojos de la tía se entrecerraron.
—"Novio" eras hace diez años —resopló con escepticismo.
—Bueno, en eso tiene razón. Vamos, la llevaré.
—Sofía no mencionó nada sobre esto.
—Porque, por alguna razón, tenía miedo de presentarnos. Vamos, suba. —Intentó convencerla y luego, recordando el calor en el autobús, agregó—: En mi coche el aire acondicionado funciona perfectamente.
La mujer dudó unos instantes, pero comprendió que difícilmente alguien intentaría secuestrarla. De joven habría tenido más cuidado, pero ahora podía permitirse viajar con extraños. Agarró su maleta y la arrastró tras García.
Él le abrió la puerta y la ayudó a subir.
—¿Los globos son para mí? —preguntó la tía, mirando el asiento trasero.
—En realidad, para Sofía…
—Sofía odia los globos. Dice que un día de celebración no vale varias décadas de descomposición del plástico.
—Vaya…
—Sofía dice muchas tonterías, si no te has dado cuenta.
—No, no me he dado cuenta.
Damián se incorporó a la carretera sin prisas. No intentaba causar una buena impresión ni se preocupaba demasiado por si la tía de su novia lo aprobaba o no.
—¿Cómo debo llamarla? —preguntó, recordando que ella ni siquiera se había presentado.
—Zoya Pavlovna.
—Un placer.
—No puedo decir lo mismo —suspiró la tía Zoya—. ¿Sabes lo que me molesta?
—Me encantaría saberlo.
—Que mi propia sobrina no haya tenido tiempo para venir a buscarme en persona. ¿Tan ocupada está que no pudo pasarse por la estación?
—Se quedó cuidando a los niños —se delató Damián sin pensar. Luego se dio cuenta de que quizá debería haber preparado a la mujer para esa revelación.
—¿Niños? ¿Cuándo ha tenido…?
—No, no —rió Damián—. Son mis hijos. Tengo dos. Un niño y una niña.
—Y yo que pensaba que el asiento infantil en el coche era porque trabajabas de taxista…
—Trabajo en una agencia de publicidad.
Pero Zoya Pavlovna ya no estaba interesada en su ocupación. Se cruzó de brazos y pasó el resto del trayecto en silencio, probablemente planeando cómo decirle a su sobrina que estaba con el hombre equivocado. ¡Solo tenía veinte años y ya la querían convertir en madrastra!
Al llegar, Damián estacionó en la entrada.
—Si quiere, puede quedarse en el cottage. No creo que los niños se opongan.
—¿Así que también vives aquí? —los ojos de la mujer se agrandaron de asombro—. ¿Con toda tu familia?
—Así es. Pero Sofía duerme en su casa. Ahí, al otro lado de la cerca.
Sin decir una palabra más, Zoya Pavlovna bajó del coche. Damián le entregó su maleta y le ofreció entrar, pero ella se negó.
—¡Tía Zoya! —Sofía corrió hacia ella, fingiendo la mejor de sus alegrías—. ¡Qué felicidad verte!
—Ajá… —Zoya permitió que su sobrina la besara en la mejilla—. Ahora, entra en la casa. Necesito que me expliques algunas cosas.
—¿Qué cosas? —Sofía puso una sonrisa inocente.
—No sé… Quizá cómo encontraste novio, te convertiste en madrastra y hasta cediste tu casa a su familia.
—Has entendido todo mal. Cenemos y te explicaré…
—¡A solas! —miró a Damián de reojo.
—Como prefieras.
—Pero… —Damián titubeó—. Pensé en presentarte a los niños.
—No ahora —susurró Sofía—. Está cansada del viaje…
—¡Pero aún tengo fuerzas para darte un sermón!
Damián alzó las manos.
—Como quieras.
—Nos vemos luego. —Sofía besó a Damián en la mejilla y tomó a su tía del brazo para llevarla a su casa.
García entró en su casa y apenas puso un pie dentro, los niños lo atacaron con preguntas.
—¿Cómo es? —preguntó Liza—. Me pareció que Sofía le tiene miedo.
—¿Le gustaste? —insistió Juan.
—¿Cuándo vendrá a visitarnos?
—¿Trajo dulces? —preguntó Juan con esperanza.
Damián levantó las manos, pidiendo silencio.
—Es un poco… como mi primera maestra.
Liza hizo una mueca.
—¿La misma por la que te cambiaron de escuela?
—Ajá.
—Vaya suerte… —se dejó caer en el sofá con resignación.
—No elegimos a la familia.
—Créeme, lo sabemos bien —añadió con ironía.
Damián se inclinó hacia los niños.
—Escuchen, la tía no se quedará mucho tiempo. Unos días y se irá de vuelta a Kyiv… o eso espero. Pero tenemos una misión importante.