Era tarde en la noche, pero Damián no podía dormir por culpa del mensaje de Sofía:
"Cuando Cerbero se duerma, entraré a verte".
Considerando que ya habían pasado más de tres horas desde que recibió ese mensaje, parecía que Cerbero sufría de insomnio. Damián estaba tumbado en el sofá del salón, frente al televisor, cambiando de canal sin pensar demasiado, esperando encontrar algo interesante. Viejos programas de televisión, unos cuantos anuncios creados por su agencia, un ranking de videos divertidos de animales... Nada que captara realmente su atención. Finalmente, apagó la tele, sumiendo la habitación en la oscuridad.
Durante un rato, observó las sombras en el techo. Cuando finalmente la puerta principal chirrió, él fingó estar dormido. Sofía se sentó a su lado y, con la punta de los dedos, rozó su mejilla. Damián la atrajo hacia sí de inmediato y la cubrió con la sábana, como si eso garantizara que no podría escaparse de nuevo.
—Solo vengo por un momento... —susurró ella—. Quiero disculparme por lo que pasó. Mi tía Zoya es un poco... estricta.
—¿En serio? A mí me pareció encantadora.
—Ni se te ocurra decírselo en la cara, te detectará la mentira de inmediato. En realidad, se calmó cuando le expliqué que tú no me estabas utilizando. Verás, pensó que eras un divorciado sin casa, que querías colgarme a tus hijos y, de paso, adueñarte del chalet en Arenas Doradas.
—¡Qué rápido me desenmascaró! —exclamó Damián con fingido dramatismo—. Pero ahora ya sabe que no es así, ¿verdad?
—Lo sabe. Por eso cambió de discurso.
—¿Y ahora qué dice?
—Que no soy lo suficientemente madura para una relación como esta, que tengo la cabeza llena de pajaritos y que ni siquiera pienso en los sentimientos de los niños...
—No le hagas caso. Nosotros sabemos que eres de lo más madura. Mañana cumples veinte años... Eres una anciana. Creo que voy a regalarte un sillón con inodoro incorporado y rueditas.
—¡Fantástico! —rio Sofía—. Pero hablando en serio. Sobre la celebración...
—Liza y yo ya lo tenemos todo organizado: reservamos una mesa en un restaurante de mariscos y avisamos al gerente para que agregara una silla más. Mañana a las dieciséis te esperamos allí.
Sofía lo abrazó con fuerza y le besó el cuello.
—Son los mejores.
—Eso ni se discute.
—Ahora tengo que irme. No quiero que mi tía se entere de que vine a quejarme de ella.
A regañadientes, García la dejó ir.
—Buenas noches.
—Hasta mañana.
Para la celebración, García se preparó a conciencia: se afeitó, fue al peluquero e incluso aceptó la propuesta de Liza de "recortar los arbustos", es decir, depilarse las cejas. Con Juan tuvo una larga conversación sobre que, en esta ocasión, él no sería la estrella de la fiesta, sino Sofía. Y, para reforzar el mensaje, le prometió una recompensa económica por su buen comportamiento.
—Si sigues así, pronto no hará nada gratis —se quejó Liza—. No es correcto.
—Eres demasiado correcta. Casi parece que no eres de nuestra familia. Toma —Damián le tendió un billete—, para que todo sea justo.
Liza lo desplegó y sonrió.
—En fin, ¿quién soy yo para hablar de educación infantil? Seguro que tú sabes mejor.
Esperaban a Sofía con todo listo. A pesar de su aparente calma, Damián comenzaba a ponerse nervioso. Cuando finalmente entró la cumpleañera al restaurante, sus piernas comenzaron a temblar.
—Vaya...
Parecía un ángel bronceado: un vestido blanco largo, el cabello recogido con elegancia, una cadenita dorada al cuello y sandalias a juego. Damián no pudo evitar imaginarla vestida de novia, y la imagen le gustó más de lo que esperaba. Agarró el ramo de lirios que había elegido con tanto esmero que casi desesperó a la vendedora y dio un paso adelante.
—Feliz cumpleaños, amor —dijo él, besando a Sofía—. Hoy estás...
—¡Cuántas sillas han puesto! No hay por dónde pasar —la tía Zoya rodeó a Sofía y se dejó caer en una silla—. Oh, niños...
—Me llamo Juan —se presentó el pequeño, derritiendo el corazón de la eternamente insatisfecha mujer—. Encantado de conocerla. Perdóneme, pero debo felicitar a Sofía.
Saltó de su asiento, corrió hacia ella y se colgó de su cuello como un monito.
—Eres la más guapa de este restaurante.
—En realidad, yo iba a decir eso primero —frunció el ceño Damián.
—Esto es para ti —Juan le tendió una pequeña canasta de flores—. Las compré con mi propio dinero, por cierto.
—¡Gracias, cielo! —Sofía besó al niño en la frente.
Mientras tanto, Liza se encargaba de entretener a la tía Zoya, para que los demás pudieran felicitar a la cumpleañera. Solo se distrajo un instante para decirle unas palabras a Sofía.
—Tienes unos sobrinos encantadores, Dami —comentó la mujer.
—Hijos. Son mis hijos.
—Ah, claro... —rodó los ojos, como si la aclaración estuviera de más.
Sofía asintió.
—Son realmente maravillosos. Liza es muy madura para su edad, y Juan...
—...con su mal comportamiento equilibra la educación impecable de su hermana —completó Damián—. Digamos que mantiene el balance en la familia.
El camarero comenzó a servir los aperitivos. Por la expresión de la tía Zoya, las vieiras y los mejillones no la impresionaron demasiado.
—Pues yo creo que los niños deben ser así —Sofía abrazó al pequeño—. Un poco traviesos, un poco astutos, pero absolutamente geniales. Siempre he querido tener un hijo. El año pasado salía con un chico de apellido Rey. Pensaba que, si alguna vez nos casábamos y teníamos un hijo, lo llamaría León. Como en la película "El Rey León".
Liza apenas pudo contener la risa. Pero la tía Zoya no se quedó callada.
—Prométeme que no tendrás hijos hasta que se te pasen esas ideas ridículas.
—¿Para qué los necesitaría? Dami ya lo resolvió todo.
—Esperemos que, con la experiencia de criar a dos niños, también sea capaz de manejarte a ti —resopló la mujer, hurgando en su ensalada—. Porque nuestra Sofía es todo un "regalo".