Amor tras la valla

19.1

Damián tomó la mano de Sofía para darle apoyo. Llevar a la tía a la celebración ahora parecía una pésima idea. Tendría que haber escuchado a Juan y encerrarla en el sótano. Allí era fresco y húmedo: el microclima perfecto para un sapo viejo.

—¿No podemos dejar todas las "charlas serias" para mañana? —preguntó con esperanza.

—No podemos —gruñó la tía.

Sofía respiró hondo.

—De acuerdo —se puso seria, incluso con un aire desafiante—. Vamos, di lo que tengas que decir. No te vas a detener así como así.

Zoya Pavlovna parecía estar esperando justo eso.

—Mis queridos... —comenzó con una dulzura fingida—. Van demasiado rápido. Apenas se conocen desde hace dos meses y ya están jugando a la familia. Sofía, no tienes ni estudios ni trabajo. Solo piensas en la fiesta... ¿Qué ejemplo planeas darles a los niños? ¿Qué les dirás cuando llegues bebida después de otra juerga?

—Hablas como si yo fuera un caso perdido.

—Digo la verdad. Tal vez tú, Dami, no lo sepas, pero Sofía está lejos de ser una santa. Los dos años que vivió conmigo fueron una tortura... —miró a la cumpleañera—. ¿Vas a negarlo?

—Era una adolescente.

—Eso no te impidió traer hombres a mi casa, organizar borracheras y peleas. Aún me da vergüenza mirar a los vecinos a la cara.

—¡Basta! —espetó Damián entre dientes—. Sus padres murieron, ella intentaba calmar el dolor... de cualquier forma posible.

Solo la idea de que unos desgraciados hubieran podido aprovecharse del estado de una chica devastada llenaba a García de furia. Seguramente, Sofía no hablaba de ello porque le daba vergüenza. Pero, ¿para qué revolver el pasado? El infierno había quedado atrás. Ahora ella estaba con él, protegida y cuidada.

—No habría pasado si no fuera por Sofía.

Se hizo un silencio opresivo. Damián quiso abrazarla, pero ella se apartó. Seguía sentada frente a su tía, respirando con dificultad, mirándola fijamente a los ojos.

—Piensa bien lo que dices.

—No retiro mis palabras —susurró Zoya Pavlovna—. Recuerdo ese día perfectamente. Llamé varias veces a mi hermana porque llegaba tarde a la ceremonia de matrimonio de nuestro primo. Y cada vez me decía que no podía salir por los caprichos de su hija mayor. Si tú, Sofía, no hubieras armado un escándalo, tus padres habrían salido a la carretera unos minutos antes y no habrían tenido el accidente. Si no hubieras sacado de quicio a tu padre, él no habría estado tan alterado y habría manejado mejor. Las últimas palabras que escuché de mi hermana fueron sobre ti. Dijo que ya no podía más, que no sabía qué hacer contigo... Si no fuera por ti, querida, tus hermanitas seguirían vivas.

A Damián se le encogió el corazón. No podía ni imaginarse cuán doloroso debía ser para Sofía.

—Pero, ¿cómo puedes...

—¿Y sabes cómo honró su memoria? —continuó la tía—. Oh... solo alguien sin pizca de conciencia podría hacerlo. Vendió el piso de sus padres y se fue a la costa a vivir de fiesta en fiesta. ¿Vas a decir que no es cierto? Cada vez que la llamaba, o estaba recuperándose de otra borrachera o saliendo con sus amigos. ¿Eso te parece normal? Si no fuera por mí, las tumbas de sus padres y hermanas ya estarían cubiertas de maleza. ¡Nunca ha ido a visitarlas! Ni una sola vez. Pero aquí, en los bares...

Damián no pudo soportarlo más. Se inclinó hacia la tía y, mirándola directamente a los ojos, susurró:

—Detente. Ahora mismo.

—No —Sofía se sonó la nariz—. Dijo la verdad... Todo, hasta la última palabra.

—Eso ya no importa.

—Sí importa —ella retiró su mano de la de Damián—. Mucho. Yo... Lo siento, no puedo.

Se puso de pie y, lanzando una última mirada de culpa a su tía, salió corriendo del restaurante.

—¡Sofía! —Garcia ignoró todas las normas de etiqueta y gritó—. ¡¡SOFÍA!!

Los niños, asustados por lo que habían presenciado, regresaron junto a su padre.

—¿A dónde fue?

—¡¿Contenta?! —rugíó Damián hacia Zoya Pavlovna—. Le abriste su herida más profunda. Largo de aquí.

—De todos modos, este restaurante no me gustaba... —la mujer hizo una mueca.

—¡De esta ciudad! Lárgate de esta ciudad y no quiero volver a verte aquí.

—Deberías darme las gracias. Te salvé de cometer un gran error.

—Oh, sí, gracias —se inclinó con sarcasmo Damián—. Vamos, niños, al coche. Vamos a casa. Si ella no está allí, saldremos a buscarla.

Liza y Juan asintieron sin cuestionar nada. García dejó dinero en la mesa para el camarero y salió del restaurante, dejando a Zoya Pavlovna sola.

—¿Le sirvo la tarta? —preguntó el confundido administrador.

La mujer se cubrió el rostro con las manos.

—Tráigame vodka.

—Un momento.

La tía secó una lágrima con una servilleta y alzó la copa ante los asientos vacíos.

—Por ti, hermanita —bebío el líquido amargo, comió un pedazo de ensalada y luego rompió a llorar—. Te echo tanto de menos...




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.