Amor tras la valla

20.1

Damián miraba sin pensar la pantalla del portátil, fingiendo estar ocupado con el trabajo. Era una pequeña trampa para no ponerse a empacar. Ni él mismo entendía por qué, pero seguía esperando que en cualquier momento la puerta se abriera de golpe y Sofía entrara en el chalet. Solo necesitaba ganar algo de tiempo...

—¿Dónde guardamos los juguetes? —preguntó Liza.

—No sé... —Damián se encogió de hombros—. Tíralos al maletero. O a la basura, Juan ni notará que han desaparecido.

Liza dejó la pila de ropa que intentaba meter en la maleta y se sentó frente a él.

—Te veo muy afectado...

—¿Yo? —García intentó disimular—. ¡Para nada! Solo te lo imaginas... Además, ¿por qué estás tan tranquila?

—¿Se supone que debería deprimirme contigo? ¿Por solidaridad?

—Sí. O sea, no... Espera, ¿tú y Mac han roto otra vez? No te veo muy afectada.

—Estamos bien —se encogió de hombros la chica—. No nos separamos para siempre. Mac podrá visitarnos en vacaciones... Además, hay videollamadas. Para mí, es hasta interesante.

—Hmmm... Tal vez —Damián se quedó pensativo: en realidad, era una situación perfecta. Mac seguía en la vida de Liza, pero sin molestar. Mejor que hablen por video a que anden de citas por ahí—. No me opongo a que venga en vacaciones.

—Gracias.

—Pero dormirá junto a mí. Para mi tranquilidad.

—¿Y dónde dormirá Sofía? —Liza sonrió con sorna.

—No estaría tan seguro de eso...

Damián miró por la ventana. Al otro lado de la valla estaba la casita vacía de Sofía. Ella desapareció justo después de su conversación. Quizá volvió para recoger algunas cosas, pero si lo hizo, nadie la vio. No contestaba llamadas ni mensajes. Marta dijo que Sofía había viajado a Kiev. Donde estaban enterrados sus padres. ¿Para qué? ¿Buscaba respuestas?

—Ya basta. Tienes que reaccionar —Liza cerró de golpe la pantalla del portátil—. O llamaré a Roma para que te ayude. ¿Quieres que venga con la pierna rota? Porque vendrá si le digo que te estás volviendo un vegetal.

—¡No soy un vegetal! —se defendió García.

—Pareces un calabacín.

Damián suspiró. El amor era una cosa extraña: un día te hace volar y al siguiente te convierte en una hortaliza.

—Bien... —cedió finalmente—. Pongámonos a empacar.

Descubrieron que, en verano, habían acumulado el doble de cosas de las que habían traído. Souvenirs, ropa nueva, flotadores, una figurita romántica que Mac le había regalado a Liza... Tuvieron que enviarlo todo a Leópolis por correo porque no cabía en el coche. La mudanza les tomó todo el día, y solo al atardecer el chalet volvió a su estado original.

—Dormimos aquí y salimos temprano —exhaló el jefe de la familia, dejándose caer en el sofá.

Se había agotado limpiando la casa, pero al menos logró distraerse de los pensamientos tristes.

—¿A dónde va Liza? —preguntó Juan con sospecha, observando a su hermana—. Se maquilló como un mono.

—Es "smoky eyes"—frunció el ceño la chica.

Damián la miró, sacó un paquete de toallitas húmedas del bolsillo.

—Eso es maquillaje de batalla para niñas de la calle —decretó—. No sales hasta que te lo limpies.

—Sofía me enseñó a hacerlo...

—Y a mí me enseñó a hacer una boquilla para cachimba con papel de aluminio —presumió Juan—. Y a decir palabrotas bien. No veo la hora de contárselo a los chicos del colegio...

Damián sonrió sin querer. ¿Dónde iba a encontrar mejor mentora para sus hijos? Con ella, no había que temer malas influencias: todo estaría probado en casa de antemano.

—Me voy —Liza colgó su bolso al hombro—. No se depriman.

—En tres horas, en casa.

—Cuatro —juntó las manos como en oración—. Es la última noche... Mac me tocará una canción que compuso para mí.

—Entonces dudo que aguantes más de tres horas. Tu instinto de supervivencia te hará huir para salvar tus oídos.

Liza se fue y Damián, tras sentar a Juan a ver dibujos animados, tomó papel y bolígrafo. No podría ver a Sofía antes de partir, pero al menos dejaría unas palabras para ella:

Querida Sofía,

Espero de corazón que logres encontrar paz. Te esperaremos el tiempo que necesites. No sé si alguna vez te di mi dirección, por si acaso la dejo aquí: Calle Vernadsky 50, Departamento 25. Te estaré esperando. Siempre.

Tuyo, Damián.

—Vuelvo en unos minutos —le dijo a Juan antes de salir.

Rodeó la valla de la maldita casa. Ahora mismo la derribaría si pudiera. Se acercó a la casita de Sofía, oscura como la noche anterior. Iba a dejar la nota en la puerta, pero al apoyarse, esta se abrió. No lo había notado antes, pero Sofía nunca tuvo cerradura en su puerta. Claro, ningún ladrón se interesaría por un cobertizo así, pero, ¿y la seguridad? Aunque, en su estilo, mientras todos se encerraban tras candados y muros, ella quería estar más cerca de la gente.

Encendió la luz y miró alrededor. ¡Cuántas noches felices habían pasado allí! Se sentó en el borde de la cama y dejó la nota sobre la almohada. Ya se iba, cuando algo pequeño en la mesita de noche atrapó su atención. Prueba de embarazo positiva.

Su corazón se aceleró hasta doler. Se quedó paralizado varios minutos antes de sacar el teléfono. Sus manos temblaban tanto que marcó mal el número de Marta.Respiró hondo y lo intentó de nuevo.

—Marta... ¿me oyes? Necesito que cuides a mis hijos. Me voy a Kiev.




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