Amor tras la valla

20.2

Sofía estaba sentada en un banco junto al cementerio, mirando una fotografía de su madre. Dos días visitando a sus seres queridos habían despertado una avalancha de sentimientos. Primero, dolor; luego, nostalgia por un pasado que ya no podía recuperar; y, por último, miedo al futuro. Lo último era lo más aterrador de todo.

—Mami, me siento mal... Estoy perdida —susurró—. No sé qué hacer. Ojalá pudieras darme una señal... Cualquier cosa que me diga hacia dónde ir.

Cerró los ojos, porque le ardían por las lágrimas. Escuchó con atención, pero lo único que se oía era el graznido de los cuervos peleando por una nuez. Sofía sacudió la cabeza. Ingenua... ¿Qué esperaba? ¿Ver el espíritu de su madre descendiendo del cielo en un resplandor arcoíris?

—Me sorprendí al verte aquí.

Sofía se sobresaltó. Se giró hacia la voz y vio a la tía Zoya detrás de ella. Justo lo que le faltaba...

—Ya me iba —se levantó de un salto.

—No, espera —la tía, jadeando, llegó hasta el banco—. Siéntate.

—No quiero discutir contigo. Y menos aquí.

—Yo también estoy cansada de estas peleas. Tengo que disculparme... —dijo la mujer, dejándola sin palabras—. Aquella vez dije muchas cosas... Ni siquiera sé por qué. Fue como si algo se apoderara de mí. Me siento avergonzada, Sofía.

—Me lo merecía —encogió los hombros—. No recuerdo haberte agradecido por todo lo que hiciste por mí.

Zoya Pavlovna tomó la mano de su sobrina.

—No lo merecías. Tu Damián tenía razón: solo eras una niña. ¿Por qué esperaba de ti un comportamiento adulto? Debí darte tiempo, pero en cambio intenté entrenarte como a una soldado... Pero mírate ahora.

—¿Qué pasa con mi ropa? —Sofía alisó su falda—. No sé cuál es el código de vestimenta para un cementerio.

—Ay, no, mujer. Quiero decir que has cambiado. Te has convertido en una mujer que, a pesar del dolor y la desesperación, no se dejó caer en el abismo. Encontraste la fuerza para seguir adelante y conservaste tu capacidad de amar.

—No estaría tan segura.

—Desde fuera se ve mejor. Por cierto, ¿dónde están?

—¿Quiénes?

—Damián y los niños.

—Supongo que ya están en Leópolis.

—¿Y tú por qué sigues aquí?

—¿Acaso no era lo que querías?

—Ya ni siquiera sé lo que quiero... —Zoya Pavlovna miró al cielo—. Cuando te fuiste... Damián casi me calcina con la mirada. Estaba furioso. Fue entonces cuando me di cuenta de que ese hombre es justo lo que necesitas. Sí, es mayor. Sí, tiene hijos... Pero será tu mayor apoyo.

—Ojalá no lo destruya.

—No lo harás. Estoy segura.

Se quedaron en silencio. Por primera vez, Sofía no quería huir de su tía. Por primera vez, Zoya le hablaba como a una igual. Y por primera vez en mucho tiempo, Sofía sintió calidez de su parte.

—¿Tienes hambre? —preguntó de repente la tía—. Vamos a casa.

—¿A tu casa?

—Mis puertas siempre estuvieron abiertas para ti. Ven, no seas tonta.

—De acuerdo —sonrió Sofía.

Salieron del cementerio y tomaron el transporte público hasta el metro. Después de la tranquilidad de los pequeños pueblos costeros, Kiev parecía un enjambre incontrolable. A pesar de la presencia de su tía, Sofía se sentía sola. Ni siquiera notó en qué momento dejó de ser independiente. Ahora se veía como una hormiga diminuta e indefensa que podía ser pisoteada por cualquier desconocido que pasara junto a ella.

Absorta en sus pensamientos, Sofía no se dio cuenta de que su madre intentaba enviarle una señal. Hizo que las nubes se espesaran para que los letreros de las tiendas brillaran más, empujó a los transeúntes para que la obligaran a mirar alrededor e incluso logró que cerraran la calle al tráfico, para que su hermana llevara a su sobrina justo por donde debía ir...

Sofía notó que su cordón estaba desatado. Se agachó para atarlo y, cuando se levantó... por fin vio algo inusual. En la pared de una tienda había un cartel publicitario: en un muelle, envuelta en una manta de colores vivos, una chica dormía. Su cabello color ámbar caía en ondas sobre sus hombros desnudos. Tenía los ojos cerrados, pero sus labios esbozaban una sonrisa, como si estuviera teniendo un sueño maravillosamente dulce. A su alrededor, altas olas azules parecían proteger su descanso.

—¡Vaya... Sofía, eres tú! —exclamó la tía Zoya—. ¿Cuándo te convertiste en modelo? ¡Y qué bien te ves! ¡Parece tan real... Como si en serio estuvieras dormida!

Sofía ni siquiera parpadeó, temiendo que si lo hacía, el retrato desaparecería. Damián nunca mencionó que usó su foto para una campaña publicitaria. ¿Realmente había logrado inspirarlo?

—"Con cuidado para los que amas" —leyó la tía—. Tengo que comprar ese suavizante de ropa. Se lo presumiré a mis vecinas. Sofía, ¿por qué lloras? ¡Te ves preciosa!

Sofía se sonó la nariz.

—Preciosa...

—Vamos —Zoya Pavlovna tomó a Sofía del brazo—. Comerás, descansarás y luego lo resolveremos todo. En tu estado, necesitas cuidarte.

Sofía contuvo la respiración.

—¿En mi estado? ¿Cómo...

Instintivamente se llevó las manos al vientre.

La tía solo sonrió de lado.

—Cuando le confíes tus secretos a los muertos, asegúrate de que no haya vivos cerca. Lo oí todo.




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