Amor tras la valla

21 ❤️

Camino a Kiev, Damián se arrepintió varias veces de haber ido en su propio coche. Estaba demasiado alterado. En varias ocasiones ignoró las indicaciones del GPS y luego tuvo que detenerse en el arcén para descansar la cabeza sobre el volante. En la siguiente gasolinera compró un paquete de cigarrillos, esperando que al menos eso calmara sus nervios, pero al final los arrojó con disgusto a la basura.

—¡Aló! —llamó otra vez a Roma—. ¿Cómo va la búsqueda?

—Mira, lo estoy intentando...

—Lo estás intentando mal.

—¿Y tú crees que encontrar la dirección de una mujer solo con su nombre es tan fácil? —gimoteó Roma—. ¡No soy agente de la CIA! Solo un modesto publicista...

—Si se tratara de localizar a alguna modelo explosiva, ya la habrías encontrado.

—Porque las "modelos explosivas" suelen poner su ubicación en Instagram. Pero tu tía es tan antigua que ni siquiera lo usa.

—Mejor se lo hubiera pedido a Liza... —suspiró García.

—Deja de quejarte. Solo necesito más tiempo. ¿Ya llegaste a Kiev?

—No, me falta una hora —Damián se masajeó el cuello entumecido—. Apúrate, por favor.

—Estoy haciendo lo posible.

García metió el teléfono en el bolsillo, se terminó de un trago el café amargo y volvió al coche. Otra vez la carretera, otra vez pensamientos pesados de los que ni la radio podía distraerlo. En ese momento, le habría venido bien una de las canciones de Mac, de esas que paralizan el cerebro hasta hacerlo incapaz de pensar.

Una tormenta se cernía sobre la capital. Nubes densas oscurecieron el cielo, y la electricidad en el aire traía un frescor agradable. Las primeras gotas gruesas comenzaron a golpear el capó... Damián aparcó en un centro comercial, sin tener idea de adónde ir después. Habría sido más lógico averiguar primero la dirección y después venir a buscar a Sofía. O ni siquiera venir. En algún momento volvería a Arenas Doradas, y allí la esperaría... Pero en cambio, allí estaba, llegando como un príncipe en su corcel blanco para recuperar a su prometida perdida. ¡Qué impulso más ridículo! Si alguien más hubiera hecho esto, Damián le habría dado vueltas a la sien con el dedo.

Decidió llamar a los niños. También sentía culpa por ellos: había desaparecido sin dar explicaciones.

—Todo bien —aseguró Liza—. Marta y Juan están viendo "El Juego del Calamar", Mac y yo estamos haciendo la cena.

—¿"El Juego del Calamar"? ¿Eso es educativo?

—Bueno... podría decirse que sí —respondió ella con poca convicción—. ¿Y tú? ¿Vuelves con Sofía?

—Espero que sí.

Y no solo con Sofía. Aún no terminaba de creer que pronto podría haber un nuevo miembro en la familia. Bastante tenía ya con los dos que cuidaba. ¡Vaya verano! Mientras la gente normal construía castillos de arena en la playa, él había fabricado un bebé...

—No olvides comprarle flores —aconsejó Liza—. El efecto "wow" será más fuerte si lo refuerzas con un buen ramo. O, mejor aún, cómprale un osito de peluche gigante. Te enviaré una foto. TODAS LAS CHICAS SOÑAMOS CON QUE NOS REGALEN UNO ASÍ.

—¡Vaya sutil indirecta para Mac! —se rió Damián—. Puede que te dé demasiados consejos, pero ahora te diré algo que te facilitará la vida en el futuro.

—¿Qué cosa?

—Nosotros, los hombres, no entendemos indirectas. No tenemos esa función. Si quieres que te compre ese peluche ridículo, díselo directamente.

—Pero eso es muy descarado...

—No. Se sentirá feliz de no tener que romperse la cabeza pensando en un regalo.

—Hmmm... Bueno, gracias. Pero tú cómprale uno a Sofía.

—Está bien.

Decidió seguir el consejo de su sobrina y fue a la tienda. Aparecer con las manos vacías no era muy romántico... Pasó de largo las flores: podrían marchitarse antes de encontrar a Sofía. Enfiló hacia la sección infantil. Si Juan estuviera allí, podría perderse por horas buscando juguetes que no tuviera. Ignoró los robots, coches y muñecas hasta llegar a los estantes de productos para recién nacidos. Biberones, sonajeros, mordedores de goma... No pensó que volvería a comprar esas cosas.

Tras revisar todo, eligió lo que consideró más adecuado y satisfecho, fue a pagar. Pero antes de hacerlo, lo interrumpió una llamada de Roma.

—¡Al final, gracias por recordarme a las explosivas! —dijo con tono triunfal—. Tengo una amiga, Katia. Seguro la recuerdas, una de esas con...

—¡Ve al grano!

—En fin, trabaja en la policía. Encontró la dirección de la tía por una chocolatina. Pero no sé para qué vas allá si Sofía está peleada con ella.

—No espero encontrarla allí. Pero quizá sepa las direcciones de sus viejos amigos o de la casa de sus padres. Y en el peor de los casos, haré que mueva el trasero y busque a su sobrina.

—¡Uff, qué decidido!—resopló Roma—. Te enviaré la info por mensaje. Suerte.

—Gracias, amigo. Me has salvado —con renovada energía, Damián siguió la dirección indicada. Su instinto le decía que Zoya Pavlovna podría ayudarlo. Seguro que en esa mujer había algo de humanidad...

La tía de Sofía vivía casi en las afueras de la ciudad, en un viejo edificio de cinco pisos con paredes desgastadas y balcones diminutos llenos de cachivaches. Aprovechó el momento en que alguien salía para deslizarse al interior del edificio. Subió las escaleras, localizó el departamento correcto y, tras tomar aire, tocó la puerta.

—¿Quién es? —preguntaron desde adentro.

—Buenas tardes, Zoya Pavlovna. Soy Damián...

La puerta se abrió, pero nadie lo invitó a entrar. La mujer salió al pasillo, cruzó los brazos y esperó explicaciones.

—Ni siquiera sé por dónde empezar... —dudó Damián—. ¿Sofía ha estado aquí?

—¿Debería haber estado?

—Eso esperaba. Necesito encontrarla.

—Lo entiendo —el rostro de Zoya Pavlovna se suavizó—. Y llegaste justo a tiempo. Pasa. Pero en silencio, acaba de quedarse dormida.




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