Amor tras la valla

22.1

El chalet junto al mar se llenó de una sensación de felicidad. Estaba en todas partes: en las sonrisas de los niños, en las miradas de los enamorados, en el aire y hasta bajo sus pies. Parecía que todos los problemas habían quedado atrás y que por fin llegaría la calma a la vida de Sofía y Damián… Quizás así habría sido, de no ser por Marta. Inquieta e incansable como siempre, de inmediato lanzó una idea:

—¿Y si se casan aquí mismo? —soltó de repente—. El último día del verano, para entrar al otoño ya como una familia de verdad.

García bufó con escepticismo. ¿Quién organizaba su boda de esa manera? Para eso se necesitaban meses de planificación. Pero los destellos en los ojos de su novia lo obligaron a quedarse callado.

—En la orilla del mar… —murmuró Sofía, soñadora—. ¡Al estilo hawaiano! ¡Oh, sería increíble!

—Y además, ¡qué simbólico! Aquí se conocieron, aquí nació su amor, aquí deben casarse. Además, si estás embarazada, la burocracia avanza más rápido.

Damián intentó mantener una sonrisa en el rostro, aunque por dentro se sentía como si acabara de morder un limón agrio. ¿Estilo hawaiano? ¿Y qué pasaba con el vestido, los anillos, la elección del fotógrafo, los músicos y el maestro de ceremonias? No es que le hiciera ilusión ocuparse de todo eso, pero Sofía merecía algo especial.

—¿Hawaiano es con la barriga al aire y una guirnalda en el cuello? —preguntó, fingiendo desinterés.

—Ajá, ¡y con falditas de hojas!

—No lo veo combinando con un velo…

—Cariño, el velo es un símbolo de pureza. No creo que sea apropiado en nuestro caso —Sofía se colgó de su cuello—. Vamos, por favor… ¡Será divertido!

Y, ¿cómo podría negarse? Si Sofía le hubiera pedido casarse en un submarino vestidos de Peppa Pig, habría aceptado sin dudarlo.

—Si es lo que quieres… —se encogió de hombros.

—¡Exactamente lo que quiero!

Así que no le quedó más remedio que rendirse. Al final, una camisa desabrochada y unos shorts eran mucho más cómodos que un esmoquin.

Todos se pusieron manos a la obra. Marta, que se autoproclamó dama de honor y organizadora del evento, se lanzó a la tarea con un entusiasmo que haría temblar a cualquier agencia de eventos.

—Sofía, tú encárgate del bartender y del catering. Liza, vienes conmigo a buscar la decoración. Mac, consigue una banda, ¡necesitamos música en vivo!

—Pero nosotros solo tocamos rock…

—Tienen todo el día para aprender. ¡No pongas excusas! —le dio un empujón—. ¡A ensayar!

—Juan, ¿tú qué haces?

—Viendo dibujos animados.

—Bien, sigue así —le dio unas palmaditas en el hombro.

—¿Y yo qué hago? —preguntó Damián, sin saber en qué meterse.

—Dar dinero y no estorbar.

—Al menos voy a llamar a Román para invitarlo. Mi padre no vendrá, tiene problemas de salud, pero Román se las arreglará para venir aunque sea en una pierna.

—¡Oh, ese bombón! —Marta sonrió con picardía—. Sí, invítalo. La dama de honor necesita un padrino a su altura.

Durante el día, los futuros esposos apenas se vieron. Sofía aparecía por unos minutos y luego desaparecía de nuevo en medio del caos de los preparativos. A medida que se acercaba la hora, el chalet se transformaba en una selva tropical: trabajadores iban y venían colocando decoraciones, la nevera se llenaba de aperitivos y, desde un bungalow cercano, se escuchaban los torpes intentos de la banda por convertir el rock en ritmos hawaianos.

En medio de todo, Damián casi olvidó algo crucial: ¡los anillos! Salió corriendo hacia el coche, solo para encontrarlo cubierto de flores.

—¿Un club nocturno sobre ruedas? —frunció el ceño, pero subió al vehículo de todos modos.

Mientras tanto, Sofía todavía no podía creerlo. ¡Era la novia! Y se casaba con el hombre de sus sueños. ¿Quién necesitaba una boda pomposa cuando podía casarse en la playa, con bailes en la arena, baños en el mar y cócteles fríos? No importaba que los invitados fueran pocos, lo esencial era la calidez del momento.

La tía Zoya y el padre de Damián no pudieron asistir. La primera prometió visitarlos en Lviv más adelante, y el segundo… bueno, ni siquiera supo que su hijo tenía novia hasta que recibió la invitación a la boda. Aún le costaba creer que su serio y racional hijo estuviera haciendo algo tan impulsivo. Se disculpó por su ausencia, pero les envió sus mejores deseos e invitaciones para visitarlo pronto.

—Mejor así —bufó Marta—. Menos formalidad, más diversión.

—Sabes que las cosas ya no serán como antes —dijo Sofía—. Hay niños, estoy embarazada…

—¡Y con tus niños uno se divierte un montón! Créeme, lo hemos pasado genial.

—Mis niños… Suena tan raro. Aún me cuesta creer que voy a ser madre. Hace unos meses pintaba las pezuñas de Peppa Pig y veía "Crepúsculo" con ella. Y ahora… Todo cambió tan rápido.

—¿No te da tristeza mudarte a Lviv?

—Un poco —confesó Sofía—. Pero sé que seré feliz allí. No sé cómo, pero lo sé.

La tarde dio paso a la noche. Juan ya dormía, Marta y Sofía terminaban de hacer guirnaldas de flores, Liza se había escabullido para dar un paseo con Mac, y nadie tenía idea de dónde estaba Damián.

—¿Qué hace tanto tiempo afuera? ¿Le está robando los anillos a un dragón? —Sofía empezaba a preocuparse—. ¿Por qué está tardando tanto? Además, su teléfono está fuera de cobertura…

—Seguro está en un club de striptease, metiendo billetes en los tangas de las bailarinas —respondió Marta con indiferencia.

—No lo creo… Aunque, ¿sabes? No me molestaría. Últimamente ha tenido demasiadas preocupaciones. Tiene derecho a relajarse.

Pero el tiempo pasaba y Damián no volvía. Marta se quedó dormida en un sillón, pero Sofía no podía descansar. La euforia de la boda comenzaba a ser opacada por la inquietud. Salió al porche, esperando ver el coche.

Una hora después, Liza regresó. Desde lejos se notaba que estaba nerviosa.

—¡Sofía! —gritó, echando a correr—. Menos mal que no te dormiste… Tengo malas noticias.




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