Sofía, sosteniendo a la pequeña Alicia con un brazo, ayudaba a Juan a cerrar su mochila con la otra.
—¿Vamos al parque después de la escuela? —preguntó el niño.
—Habla con papá. Tengo exámenes y él se quedará con ustedes hoy.
—¿Qué es un examen?
—Son las pruebas de la universidad.
—Ojalá terminen rápido… Siempre estás metida en esos libros. Como una nerd.
—Es el precio de tener una profesión —Sofía se encogió de hombros—. Pero en dos años podré ir a la escuela contigo.
—No sé si eso me gusta mucho…
—Bah, seré una gran maestra. Espero... Ahora vete antes de que llegues tarde.
Juan se marchó y, detrás de él, salió Liza.
—Esta noche duermo en casa de Mac —dijo al despedirse.
—¿Dami lo sabe?
—No. Dile que me quedaré en casa de una amiga —Liza besó la cabecita de Sonia y sonrió—. ¡Las quiero!
Sofía miró su reloj. Tenía unas horas antes de ir a la universidad. Agarró algunos juguetes, el biberón y acomodó a su hija en el cochecito para llevarla de paseo. Tal vez así dormiría mejor… ¡Qué ganas de que llegara el verano! Extrañaba volver al mar, a su casa de playa. Ahora parecía que Roma y Marta pasaban allí más tiempo que los propios dueños.
Las dos salieron al patio y se dirigieron al parque infantil. Sofía tomó algunas fotos de su hija y se las envió a Dami, quien respondió con una cascada de emojis de besos. Amaba a su esposo porque, sin importar lo ocupado que estuviera, siempre encontraba tiempo para contestarle.
—Y también necesito comprar comida para el gato. Si no, nos atormentará toda la noche… —dijo mientras pasaba junto a una tienda de mascotas.
Sofía pensaba en entrar cuando su atención fue captada por una mujer que se ocultaba en la sombra, cerca de la parada del tranvía. Pálida, demasiado delgada y envuelta en una chaqueta vieja. La desconocida la observaba y se movía inquieta, como si tuviera miedo de acercarse.
—¿Se encuentra bien? —preguntó Sofía.
—Sí, sí… —respondieron con voz temblorosa. La mujer dio un paso al frente—. Solo quería saber cómo están Dami y mis… sus…
Un escalofrío recorrió la piel de Sofía. Comprendió quién era aquella mujer. El tiempo y un estilo de vida autodestructivo habían convertido a Karina en un espectro de sí misma, haciéndola parecer un esqueleto andante. Pero los ojos… En sus ojos se parecía mucho a su hermano. Siempre había juzgado a Karina, e incluso había dicho que si alguna vez la veía, la echaría lejos de sus hijos. Sin embargo, en ese momento, no sintió más que una profunda tristeza.
—Nuestra Liza entró a diseño, trabaja a medio tiempo con Dima y está saliendo con un gran chico. En septiembre quieren probar a vivir juntos.
—Vaya…
—Y nuestro Juan está en tercer grado y juega fútbol. La semana pasada su equipo empató contra un rival muy fuerte.
—Y ella… —señaló el cochecito—. ¿Es de ustedes dos?
—Esta es Alicia. Sus mayores logros hasta ahora son decir "Etyuke" y "Gagakit".
Karina agachó la cabeza.
—Me alegra por ustedes. Solo estoy de paso por Lviv… No se preocupen, pronto me iré. No quería causar molestias.
—Le agradecería que no hablara con los niños. No la recuerdan… No es necesario inquietarlos.
—Lo entiendo. Dejémoslo así —esbozó una sonrisa apagada—. Me alegra que tengan una buena mamá. Yo nunca lo habría sido.
Un tranvía se detuvo junto a ella y subió rápidamente. Fue la primera y última vez que Sofía la vio. Tal vez Karina volviera a Lviv de vez en cuando para observarlos desde lejos, pero nunca más reveló su presencia.
Alicia dejó caer su juguete y rompió a llorar, sacando a su madre de su ensimismamiento.
—Tranquila, pequeña. Era solo una vieja conocida… —le sonrió a su hija—. ¿Vamos a jugar? ¿O al supermercado? Oh… ¡tambien hay que comprar más pañales! Y tengo que imprimir mi informe. ¡Ah, y la comida para el gato!
Sí, la vida de Sofía iba a un ritmo frenético. Pero era el ritmo de la felicidad, una felicidad que jamás cambiaría por una supuesta libertad. Sofía García: madre de tres hijos y estudiante de pedagogía. Nada que ver con aquellos días de juventud, tumbada en la arena junto a un cerdo.
***
Damián sonrió al ver la foto de su hija. ¡Qué belleza habían creado él y Sofía! Rizos castaños, mejillas regordetas y ojos azules como el mar. El mejor recuerdo de sus vacaciones. Tan pequeña, tan frágil, tan inesperada… y sin embargo, infinitamente amada.
Dejó el teléfono a un lado y volvió al trabajo. En ese momento, su amigo estaba presentando su propuesta ante la dirección:
—Creo —dijo Román— que el proyecto publicitario para la línea de alimentos infantiles debería asignarse a Goranski.
Damián estuvo a punto de caerse de la silla del asombro. Miró a su amigo en busca de una explicación, pero Román solo le dedicó una sonrisa confiada.
—¿Porque es su compadre? —preguntó uno de los inversores con ironía.
—Sí, pero no solo por eso —aclaró Román, carraspeando antes de continuar—. Damián es padre de tres niños. Dos los adoptó oficialmente con su esposa el año pasado, y la tercera, mi ahijada, es su hija biológica. Nadie mejor que él sabe lo que es pasar noches en vela por los cólicos de un bebé. Creará una campaña publicitaria que no será solo un conjunto de imágenes con niños adorables; pondrá en ella toda su experiencia y emoción. Y créanme, las madres jóvenes lo notarán.
Los presentes dirigieron su mirada a García. Apenas logró tragar saliva. ¡Vaya, Román! Un poco de aviso no habría estado de más.
—¿Está preparado para supervisar un proyecto de esta magnitud?
Buena pregunta. Lo único para lo que realmente estaba preparado era para quedarse dormido en cualquier momento. ¿Y quién decía que ser padre por segunda vez era más fácil? Sonia había heredado el carácter de su madre y ya ponía a prueba su paciencia. Juan tenía sus momentos de rebeldía, y Liza… bueno, ella se había tomado demasiado en serio lo de ser adulta. Más que una familia, parecían un campo de entrenamiento para la resistencia. Pero, ¿para quién más iba a esforzarse si no era por ellos?