Amor, última llamada

Liberación

El despacho es casi tan aséptico como el resto del edificio. Blanco inmaculado. Blanco en las paredes, blanco en el mobiliario, blanco sobre blanco.

Los dos hombres se saludan con un apretón de manos que encierra un mutuo respeto. Se encaminan hacia la mesa y cada uno se sienta a un lado de la misma. El profesional, en su posición natural, tras el escritorio. El paciente, en la otra, nervioso. Ha llegado el día de desvelar todas las dudas.

—Pues ahí tienes el informe. —El médico tiende una serie de papeles a Álex, con una gran sonrisa. Se pasa la otra mano por la cabeza, coronada por una incipiente calva, mientras observa cómo su paciente los recoge. Él, casi como quien no cree lo que le están contando, toma los documentos entre sus manos y los mira. No importa lo que hay escrito en ellos.

No entiende esos términos, los datos reflejados no dicen nada a sus precarios, casi nulos, conocimientos médicos, así que tanto da. Lo que dice el doctor es lo importante. El primero parece satisfecho de su buen trabajo; el paciente, incrédulo, observa las tablas y escucha mientras peina con los dedos su cabello, no en exceso largo, pero lejos de ser corto. En relativo corto tiempo, ha mutado su color, del castaño original a un gris perlado en algunas zonas. Novedad al sobrepasar la treintena, descubiertas con rabia las primeras, ahora ya se ha acostumbrado, e incluso le gusta la forma como le quedan.

—¿Y ya está? —En su voz hay miedo, lo pasado los últimos meses pasa factura. Debería aceptar las palabras del especialista y dar gracias, pero en su interior la incertidumbre se hizo un lugar, se ha aferrado a él con fuerza, y no se irá de un día para otro. El doctor lo sabe, es normal en casos como el suyo. Muchos días de lucha, de no dejarse vencer, de valentía al cuadrado para resistir.

—Si no hay nada extraño, deberás volver en unos doce meses. Revisión de rutina. No tiene por qué haber nada más. —El profesional intenta convencer al hombre sentado ante él, que ojea una y otra vez los resultados de las pruebas— No des más vueltas a los papeles. Está perfecto.

En su cabeza reverberan y se hacen poderosas las ideas que le rondan en forma de sueños. Ya no hay motivos para mantenerse alejado, no hay sombras que empañen su esperanza. El médico dice que puede hacer vida normal, que ya todo es y está como debe. Y Lidia, la dulce Lidia, siempre presente en aquella lucha, sin saberlo. Desde la primera mañana en que coincidieron en aquel ascensor.

Ella ni reparó en su presencia entre el resto de los ocupantes. Al llegar a su piso, ese día, Álex siguió al fondo, observando a la mujer que tenía de espaldas. Soñando con la idea de dirigirle la palabra para algo más que hablar del socorrido tiempo. Y fue extraño, porque no era en su habitual forma de ser tener semejante ataque de timidez, o de inferioridad. Todo lo contrario, no solía andarse por las ramas cuando una mujer llamaba su atención. Sin embargo, al entrar en ese reducido habitáculo, fue testigo mudo de su introspección. Había una fuerza oscura que nacía en su interior y emanaba de su mirada, rechazando cualquier contacto. La melena castaña de ella debía de tener el aroma más precioso, pensó para sí mismo, sin atreverse a pronunciar palabra. Debería, no lo sabe. Ni lo averiguó en ese primer momento, ni en los siguiente, hay tantas cosas que no sabe y debería saber. Ha llegado el momento que esperaba: el día de conocer de verdad y a fondo a esa mujer que desde hace tanto tiempo le ha robado los sueños.

Ya en la calle, todo parece igual al día anterior.

La misma acera que tan bien conoce. Los jardines que envuelven y protegen la clínica del ambiente mundano de la ciudad. Los rosales y los abetos, aquel kiosco de la esquina, proveedor del periódico que leyó cada mañana mientras estuvo ingresado.

—Buenos días, Isidro. ¿Qué tal el negocio? — De nuevo, apretón de manos y sonrisa afable para con el kiosquero, un hombre enjuto y vital, muy cercano ya a la jubilación, al menos, en apariencia.

—¡Pero bueno! ¿Cómo por aquí?

—Recogiendo los últimos resultados. Ya estoy bien.

—¡Me alegra saber eso, Alex! ¡Una gran noticia! Aunque eso signifique que no me vas a comprar más el diario.

Ríen la socorrida broma, charlan, comentan algunas de las principales noticias y finalmente Alex se despide de él. Le había hecho mucha compañía en sus paseos cuando le dieron permiso para salir a los jardines. No va a olvidar eso, y volverá de tanto en tanto a visitar al entrañable personaje.

Así se lo hace saber, en el abrazo con el que se despiden.

Ya no hay miedos, han desaparecido los temores. Las excusas quedan para los cobardes, algo que ya no se puede permitir. Su existencia, después de lo pasado, le pertenece por entero. Debe decidir qué hacer con ella, a qué futuro aspira. Y lo único que tiene sentido es, en efecto, y, a riesgo de resultar paradójico, luchar por dar sentido a la nueva oportunidad que la vida le está sirviendo, y tomarla con fuerzas renovadas. La energía que el doctor le ha brindado, imprimida en las hojas de papel que tiene entre las manos.

Ha peleado con todo el impulso que le quedaba. Se ha reinventado. Vuelve para seguir adelante y salir victorioso.




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