¿Cómo decidir no verle?,
cuando en sus ojos crees ver un mar de amor siempre.
¿Cómo pretender alejarte de él?,
cuando te convences de que su presencia es lo único que te mantiene de pie.
Coloca su mano en tu pecho,
coloca la otra en tu cintura;
mantener la respiración se vuelve un reto,
te desarma y la razón te desnuda.
Su sonrisa es un disparo preciso,
un gancho de emoción directo y conciso,
que no consigues interceptar en el camino,
y se ensancha en las paredes de tu corazón,
liberando la sustancia de ilusión,
que deja inerte a tu razón.
Cierras los ojos y su aliento en tu cuello se hace presente,
los abres y pides al cielo el que deje de estar ausente,
que se acerque y te bese,
como si esa fuera la última vez que han de verse.
Las yemas de sus dedos recorren cada centímetro de piel en tu cuerpo,
y piensas y juras que jamás habrá otro tipo,
que te toque así de increíble,
que hasta de tu nombre te olvides.
Los bellos de tu piel se erizan anunciándote,
que el paraíso y el infierno se acercan a ti lentamente,
calmando tu sed y luego dejándote caer,
volviendo al ayer,
de irse y ni un adiós decirte.
Sabes que debes pararle,
pero desgraciadamente estás convencido de que no quieres alejarle;
solo dejas que solo él te haga pedazos,
pintando los hechos como un hermoso daño.
Decir que mañana vendrá es una completa mentira,
pero sonreirás,
te sentarás,
y esperarás,
pacientemente en la sala de espera,
a que vuelva,
te tome de la cintura,
y te baje la luna,
haciéndote creer que es tuya,
pero es una esfera de lujuria,
que se disipará apenas él se vaya,
y volverás a comprobar que todo lo que prometía,
fue y siempre será una cruel mentira.
Llorarás entre alegría,
y pensarás en si quieres seguir sumido en una pasión adictiva.
Editado: 02.10.2022