Era su cumpleaños.
Veinticinco años vividos al pedo.
Se miró las manos, horribles con las uñas comidas, arrugas, manchas. Se miró la cara en el espejo. Los ojos negros y chiquitos, carentes de gracia alguna. Las cejas, un poco desparejas, igual que los dientes. El pelo, bueno, su pelo negro era un asco. Largo, lacio pero sin brillo, sin señales de vida, como ella. Algunas pecas esparcidas por las mejillas que le daban un aire de chica tonta (lo era) y su cuerpo, bueno, nada especial: bajita y con unos rollitos sobresaliendo del pantalón. Lo que se dice, la más común de las minas. Una negrita de la villa, como la llamaba su última patrona.
Se sentó en la cama, mirando la pieza que compartía con su hermano, la pieza que también fue de su madre. Su lugar estaba ordenado, prolijo. El lugar de Felipe, un quilombo coronado con una bandera de River.
-Hola fea ¿viste mi buzo azul?
Suspiró, señaló la silla tapada de ropa. Felipe tiró todo al piso, recuperó su buzo y se fue.
Gloria evitó volver a mirarse en el espejo. Ya sabía que era fea, no era necesario que su hermano se lo diga. Esperó, en vano, un "feliz cumpleaños" hasta incluso un "feliz cumpleaños, fea" hubiera sido aceptable.
Mirando el celular, volvió a entrar a Instagram. Ya ni siquiera sabía porqué tenía esa aplicación ahí ocupando espacio. Nunca había nada nuevo. Romina la había etiquetado, como todos los días, en un sorteo. El diario de Ezeiza, informaba que ese día iba a estar nublado. Susana Giménez decía que estaba harta de vivir en Argentina, y Britney Spears subió otro video bailando y con el rimel corrido.
Y Lionel Scaloni había subido una nueva foto, donde estaban su mujer y sus hijos. La imagen sólo estaba acompañada por un corazón en el epígrafe.
-Andate a la puta que te parió -murmuró, y se puso de pie para enchufar el aparato y cargarlo. Pero antes, miró a la mujer de la foto. No sabía su nombre y tampoco quería saberlo. Linda, y seguramente tuvieron una linda historia cuando formaron esa familia. Lionel se había mostrado fastidiado con las llamadas de su mujer, pero esas cosas pasaban en los matrimonios. Aimar mencionó "quilombos en la casa", pero eso también era normal en todos los hogares.
Inevitablemente, Gloria volvió a mirarse en el espejo.
-No le llego ni a los talones -se quejó, comparándose con la mujer que sonreía en la imagen. Esa mujer vivía con Lionel, lo veía todos los días, lo besaba, esa mujer parió a los hijos de Lionel.
Rabiosa de celos, volvió a mirarse en el espejo.
-Qué odio que te tengo -se dijo, viéndose las lágrimas acumularse en sus ojos rojos. Nunca, jamás, existiría la más mínima posibilidad de que dejara de ser "la chica que limpia". Ni para Lionel Scaloni, ni para nadie.
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Concentró todo su resentimiento en limpiar como si no hubiera un mañana. Sus dos ayudantes estaban ahí, ese día había una reunión importante sobre la Copa América asi que todo debía estar ordenado y reluciente, y con pocas palabras Gloria comunicó todo lo que se debía hacer. Se dio cuenta, con más odio todavía, que "estaba muy Scaloni" por su manera de hablar y dirigir.
A su paso las paredes, pisos, azulejos, vidrios y cualquier rincón quedó absolutamente limpio, y ella deseó que fuera tan fácil también limpiar su conciencia. Cuando terminó, decidió que sus dos ayudantes ya podían irse a casa. Al día siguiente acomodarían todo lo que quedara después de la reunión.
Varios hombres fueron llegando y como siempre, ella se mantuvo lejos, nadie quería ni esperaba ver a la empleada de limpieza por allí.
Encerrada en la cocina, se sentó a descansar y tomar un poco de agua. Miró su celular, sonrió con amargura. No había llamadas ni mensajes. Su cumpleaños era completamente inexistente para cualquier conocido que tuviera.
Borró la aplicación de Instagram sin antes mirar si había algo nuevo. ¿Que podría haber? Más sorteos de Romina, más estupideces de los famosos, más noticias intrascendentes y más fotos de Scaloni declarando su amor por una mujer que no era ella.
Hablando de Scaloni, podía escucharlo en las cercanías de la cocina. Su voz baja pero de algún modo atronadora siempre se escuchaba desde cualquier lado, o quizás Gloria ya estaba tan obsesionada con él que había desarrollado oídos supersónicos. Decidió ignorarlo, hacer como si no existiera.
Cerró los ojos, se sentía cansada. Tener 25 ya no era como tener 15, edad en la que podía limpiar casas enormes y no sentir nada. Ahora el esfuerzo hacía doler su cuerpo, sus manos sobre todo. Se preguntó hasta cuándo podría hacer este trabajo, antes de quedar encorvada para siempre, o con las manos deformes o la vista destrozada. Si tan solo Felipe hiciera algo bueno con su vida como para tener la esperanza de que al menos uno de los dos saldría de la pobreza en la que permanecían desde siempre.
-¿Gloria?
Abrió los ojos, se dio cuenta de que estaba llorando. Pablo Aimar la miraba asustado.
-¿Te sentís mal? ¿Pasó algo?
-No, no, estoy cansada nomás. ¿Necesita algo?
-Bueno, uno de esos tipos volcó la botella de agua y hay por todos lados.
De inmediato ellas se puso de pie y buscó un trapo.
-Dame, yo me ocupo -quiso intervenir Aimar, pero ella negó con la cabeza.
-No, ¿qué va a decir esa gente? ¿Que el cuerpo técnico hasta tiene que limpiar los pisos? No, no.
Aimar sonrió, siguiéndola hasta la sala donde estaban todos reunidos.
-A veces me parece que la única leal con nosotros sos vos, Gloria.
Se detuvo en seco, sonrió, y luego reanudó la marcha. Aquel simple comentario alegró un poco su día triste. Igual de qué sirve ser leal, pensó con pesimismo.
-Sólo hago mi trabajo -dijo, abriendo la puerta.
-Y sí pero...es la verdad -respondió Pablo, entrando con ella.
Al primero que vio fue a Lionel. No porque sus ojos estuvieran entrenados para detectarlo en cualquier espacio, sino porque literalmente estaba al lado de la puerta y casi se lo choca cuando entró. No pudo ignorarlo, no cuando él le sonrió pero ella vio enseguida que estaba apretando las mandíbulas y los puños sobre la mesa. Las cosas seguro no estaban yendo nada bien, y encima ahora estaba esta interrupción, un infeliz que volcó agua y la empleada de limpieza entrando y secando, cortando cualquier negociación que estuvieran llevando a cabo.