Amor y Gloria

Capitulo 2: Desastres unidos

Pasó un mes de arduo trabajo, donde los días de Gloria se sucedieron sin cambios significativos más que el detergente de mala calidad que le daban en el club. Recortaban gastos hasta en eso, y ella presentía que próximamente la recortarían a ella también.

El frío continuaba. A pesar de que estaban casi en primavera, los días seguían muy cortos y helados, y el sol apenas se animaba a calentar el ambiente. Cada mañana, Gloria se enfundaba con varias capas de ropa, y esperaba con paciencia al colectivo viendo cómo su respiración y la de su hermano se condensaba en un humo blanco que la hacía temblar más.

En ese mes trabajando en el club, vio más peleas que prácticas de fútbol. A su salario tampoco lo vio, y nadie en ningún momento le dijo cuándo le pagarían.

La mañana que cumplía un mes y una semana en ese empleo, Gloria refregaba con fuerza los bancos de suplentes sintiendo que sus manos se congelaban. Ese no era su trabajo, tenía que hacerlo la gente que se encargaba de las canchas pero, la realidad era que no había dónde quejarse. Todos los días en el club iba y venía gente distinta, todos hombres que caminaban apurados, se peleaban unos con otros, y la ignoraban. Quien la recibió el primer día y del que todavía no sabía el nombre, casi nunca estaba por allí y si de casualidad se encontraban inventaba cualquier excusa para no escuchar a Gloria en su reclamo e irse.

Estaba sola y decepcionada, porque nada de lo que le prometieron se estaba cumpliendo. No contaba con ayuda ni con sueldo, y se encontraba sobrecargada de trabajo pero a nadie le importaba. Más que nunca se sentía invisible en ese predio enorme del que limpiaba cada sitio en silencio.

Ni siquiera podía reclamarle al presidente, ya que siempre estaba de viaje o en reuniones importantes, y a ella no se le cruzaba por la cabeza interrumpirlo por algo que para todos era nimio. ¿A quién podía importarle que la empleada de limpieza todavía no cobrara cuando el club más importante del país estaba al borde de la quiebra?

Y sobre todo, ¿a quién podía importarle que ella se encargara de quitar cada mancha de los bancos de suplentes bajo el frío más atroz de ese invierno?

Negó con la cabeza y siguió limpiando, porque por más que pensara no hallaría solución más que renunciar.

Se quitó los guantes de goma porque molestaban en su tarea, y al hacerlo notó sus dedos ateridos de frío y algo violetas, con pequeñas hinchazones lastimadas en los nudillos. Nadie le pagaría por esto, y probablemente nadie le pagaría por nada. Estaba sospechando que en cualquier momento alguien se daría cuenta de su presencia sólo para despedirla.

De todas las personas de ese lugar sólo uno le caía bien: Escalante. Era el único que cuando la veía, la saludaba y hacía algún comentario, por supuesto sobre el clima. Ella quería preguntarle muchas cosas, la primera si le pagarían algún día, la segunda si él tendría tiempo para ver jugar a su hermano Felipe, y la tercera: cuándo podría conocer al jugador Missa.

Pero Escalante siempre estaba apurado o demasiado enojado o peor, demasiado triste. Y Gloria se detenía cuando abría la boca para soltar cualquiera de sus tres preguntas, y lo dejaba irse.

Suspiró aliviada cuando al fin terminó de limpiar los bancos y arrastró su carrito con los elementos de limpieza, alejándose del frío exterior. Entró al edificio principal para seguir con las oficinas. Siempre golpeaba antes de entrar, porque una vez entró en una y se encontró a cuatro tipos a punto de agarrarse a trompadas y la echaron afuera.

Ese era su trabajo, ver un montón de tipos locos peleando y pocos tipos locos jugando a la pelota.

Golpeó una puerta y escuchó que alguien le permitía pasar. Se sintió aliviada al ver que allí estaba Escalante, detrás de un escritorio hablando por teléfono, pero él le hizo señas para que entrara igual. Gloria se negó pero él dejó la conversación y le habló.

—No te preocupes Gloria, limpiá tranquila que no me molestás.

No sabía cuándo él dejó de tratarla de “usted” y de “señora” para pasar a tutearla y llamarla por el nombre, pero la cercanía le dio una especie de calidez que aceptó. En sus anteriores trabajos siempre la tuteaban pero con un desprecio velado, una especie de superioridad. Ella era la chica que limpia, quien no merecía ningún tratamiento cortés. Con Escalante era otra cosa, la trataba como si fuera una igual.

Empezó a limpiar unos estantes con archivos, con cuidado de no tirar nada al suelo, mientras escuchaba que el DT cada vez se enojaba más con la persona con la que estaba hablando por teléfono.

—Te dije que quiero a Pablito en mi equipo, no a los tipos que vos me digas. Sí, ya sé. Pero él tiene que estar, es el mejor. No, no me importa eso. Bueno, ¡no es mi culpa que Gallasso te haya dicho que no! Mirá, soy el único que quiso agarrar este quilombo, si querés me voy y se quedan sin DT otra vez y la gente los va a matar.

Cortó la llamada y tiró el teléfono sobre el escritorio.

—Este país se va a la mierda.

Lo mismo digo,” pensó Gloria, pasando un plumero por los estantes.

—Perdón Gloria por esto, te dije que pasaras a limpiar pero no me imaginé que iba tener que aguantar que otra vez me critiquen.

—No se preocupe señor, se ve que todo sigue tenso por acá —respondió sin mirarlo, ocupada en quitar telarañas detrás de una biblioteca.




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