Esta vez no hubo velas a la Virgen de Luján. Y Gloria pensó que quizás por eso, las cosas con el partido en Brasil no estaban saliendo nada bien.
Lo cierto era que sentía culpa de andar rezando para que el club ganara, cuando en realidad sólo quería que Lionel tuviera éxito. Era una burda excusa y quizás Dios o quien fuera la castigaría por mentir y desear al hombre de…¿su prójima? ¿Cómo se decía? Ni quería saberlo.
Eso estaba mal. Todo estaba mal y era un gran sinsentido, por más que las telenovelas lo mostraran posible. Gloria sabía que la historia de amor con final feliz no era una realidad cuando existían diferencias sociales y un matrimonio estable en el medio.
Por eso apretó muy fuerte los párpados, para que la oscuridad frente a sus ojos borrara todo pensamiento.
Y así casi se corta un dedo pelando una papa. Negó, suspirando y mirando por la ventana hacia la noche cerrada de invierno. No era posible que hasta haciendo algo tan común como pelar una papa, él apareciera en su cabeza.
Ni siquiera quería nombrarlo, porque ya demasiado lo nombraban en la televisión. Su hermano tenía el partido contra Palmeiras a todo volumen y a cada instante los periodistas y comentaristas mencionaban al técnico y los problemas del equipo.
No, las cosas no estaban saliendo nada bien, y quienes hablaban hasta se animaban a especular quién sería el reemplazante del DT, mientras informaban un nuevo “casi gol” del equipo brasileño. Estaban perdiendo 1 a 0 y con eso peligraba la clasificación al torneo. Y además, sería la primera vez en toda la historia del club que no jugaban la Libertadores.
—Se le van a ir encima a tu amigo —dictaminó Felipe, casi con la cara adherida a la pantalla.
—No es mi amigo…
—¡Mete los peores cambios! —respondió su hermano sin prestarle atención—. ¿Cómo va a poner a ese burro? ¡Ni sabe patear!
Con temor, Gloria dejó las verduras y se giró despacio. El relator suspiró al ver al arquero de Platenses Argentinos agarrando una peligrosa pelota que se acercó demasiado a la red. Ella también soltó el aire, viendo que ahora los brasileños jugaban a mitad de cancha, más lejos del arco argentino.
—Lo que pasa…—comenzó, y carraspeó—. Lo que pasa es que tiene que poner al chico ese porque el titular de siempre está lesionado.
—¿Y vos qué sabés, Gloria? —lanzó Felipe, después pateó el piso y señaló en la pantalla al arquero—. ¡Pero qué manco que sos, pelotudo!
—Lo sé porque lo escuché en el club —respondió rápido, volviendo con la comida—. Tuvieron que llevar de improviso a González porque no hay otros, están lesionados o a préstamo o con el contrato medio caído.
Escuchó que su hermano bufaba, pero no dijo nada hasta que anunciaron que faltaban diez minutos para la finalización del encuentro.
—Qué partido de mierda —se quejó el chico—. Es todo una verga. ¿Qué cobra éste ahora? ¡No, no puede ser una falta eso! ¡Nooo, qué chorros que son!
Gloria no lo reprendió porque, aunque gritaba desaforado, Felipe tenía razón. Los jugadores estaban bastante bien pero poco podían hacer cuando estaban limitados físicamente y todo ese partido era un festival de penales inventados, no cobrados y offsides imaginarios. De hecho estaban perdiendo por un tanto contra cero porque el equipo brasileño se hizo con un penal por una caída inexistente. Era como si el árbitro hubiera decidido darles estrellitas de niños buenos a todos los integrantes de Palmeiras, y castigos medievales a todos los jugadores de Platenses Argentinos.
Se estaban esforzando mucho, incluso el relator afirmaba que el equipo se mostraba más sólido que nunca, pero luchar contra tantas injusticias era casi una pérdida de dignidad.
Que se completó cuando, por apenas un cruce de palabras, el árbitro decidió mostrarle la tarjeta roja a Leonardo Missa.
—¡Son unos hijos de mil puta! ¡Los odio a todos los brasileros! Manga de pu…
—Felipe, basta. ¿Cómo vas a decir eso? ¿No era que te sacaste un 10 en el trabajo práctico de Ciudadanía sobre la hermandad latinoamericana?
—Esto es fútbol, me chupa un huevo la Patria Grande.
Gloria se rió por lo bajo, continuando con la cena. Felipe seguía igual de salvaje, a la vista estaba. Pero desde hacía un tiempo que, despacio, mostraba pequeños cambios. Sacó algunas buenas notas, como esa de Ciudadanía, otra en Lenguaje, y levantó a 7 las que se había llevado. En la última reunión que Gloria tuvo con el preceptor del chico, el hombre le comentó que veía en Felipe nuevos signos de madurez, ya que estaba mejor en cuanto a conducta. No se metía en problemas con otros, no molestaba a los profesores, y era más receptivo a las recomendaciones que se le hacían.
Después, mientras le entregaba el boletín con las notas, le preguntó si hubo un cambio positivo en su familia.
Gloria había dudado. Nada sucedió, todo seguía igual, seguían siendo una familia de dos. Lo único distinto era el trabajo estable en el club. Ahí se dio cuenta.
Lionel.
El límite que le puso ese día cuando conoció a su hermano y la promesa de volver a verlo sólo si dejaba sus malas actitudes era lo que había operado ese cambio en Felipe.