Amor y guerra

Capítulo 6. Dos mundos

El polvoriento camino dibujado entre los cuadros verduscos de los sembradíos se extiende solitario, lo flanquean sauces siempre verdes que obsequian la sombra bondadosa de sus ramas a los viajeros que a menudo van o vienen de San Gregorio. El feroz sol de mediodía inunda los cerros en el horizonte y los campos en los que los peones en su labor apenas se distinguen como pequeñas manchas claras debido a la lejanía. El calor es agobiante a esa hora del día y pocos están dispuestos a viajar por lo que la calma es absoluta, excepto por la figura de Alma, moviéndose a través del paisaje.

Entre el cinturón de tela de su falda guarda celosamente un mensaje que debe ser entregado. Apresura sus pasos, consciente de la demora que lleva encima y que le valdrá llegar tarde a su reunión. Se permite aminorar la marcha al ver un hombre a la orilla del camino. El chinaco descansa su espalda y pie derecho contra el tronco de un pirul en tanto contempla con gesto adusto el imponente y dorado paisaje, repleto de luz que hiere sus ojos castaños. Junto a él se encuentra un caballo alazán que entre relinchos muestra más inquietud que el amo que sujeta sus riendas. Al verla llegar, se irgue y quita el sombrero de alas anchas, dejando ver un pañuelo rojo anudado en su cabeza.

—Perdona la tardanza, Lorenzo —saluda cuando está cerca. La tez de él es de un moreno más intenso que la suya, la nariz recta y los labios gruesos. Lleva en la sangre el mismo origen mestizo que ella.

—A ti te esperaría lo que fuera, Almita —el tono fraternal en la voz grave le arranca una sonrisa a la muchacha —. ¿Has sabido algo de mi mujer y mis hijos?

—Están bien, aguardando tu regreso. Viven en las cercanías de San Gregorio, en una casa limpia y nada les falta, mi padrino se ha encargado de eso.

—Gracias, sé que es por ti que don Rodrigo lo hace. 

—Nada tienes que agradecer y no te preocupes, pronto los volverás a ver.

—Si Dios padre quiere.

—Así sea. Toma, mi padrino le manda esto al coronel —. Alma saca de la banda alrededor de su cintura el pliego de papel doblado que debe entregar y se lo tiende. Él lo toma y guarda con rapidez en el bolsillo izquierdo de su chaqueta corta, en poner a salvo aquel mensaje le va la vida entera —, es importante que esas noticias lleguen rápido.

—Primero muerto antes que fallarles a don Rodrigo y a mi coronel —. Lorenzo se coloca el sombrero nuevamente y monta en el caballo —. Gracias por todo, Almita.

—No hago nada comparado con lo que hacen ustedes, mi Dios quiera que esto acabe pronto.

—Pronto lo hará. Ya hemos avanzado mucho, somos cada vez más y dicen que pronto vamos por Puebla y luego por la capital.

La joven sonríe nostálgica, imagina las vidas que serán cegadas, sabe que no puede ser de otra forma. Lorenzo es un entrañable amigo, conoce a su mujer y a sus hijos, son apenas unos niños. Una familia separada por el conflicto. Como ellos hay muchos más en el ejército republicano, la lucha cobrará las vidas de algunos de los padres y esposos que lo conforman. Igual sucederá con sus opositores. Los que más sufrirán son esos niños que quedarán huérfanos. Ella misma que a excepción de don Rodrigo no tiene a nadie, sabe lo que es estar completamente solo y no le desea a nadie esa suerte.

¿Por qué la guerra es tan cruel y a la vez tan irremediablemente necesaria? Cree en Dios y cuando el gobierno juarista clausuró el convento que adoraba, sintió rabia por su ignominia. Entonces su padrino le hizo ver que un país independiente debe gobernarse así mismo o no será libre en verdad. Si Juárez es masón y le ha dado la espalda al Dios que lo bendijo, no lo juzga. Busca la igualdad, aunque cometa errores, pero más importante es que sea mexicano y punto, solo por eso debe prevalecer. El emperador es hombre y también tiene virtudes, abolió los castigos para los peones, desgraciadamente lleva en las venas sangre ajena.

Alma y otros como ella jamás podrán verlo como un líder. La monarquía en México se extinguió con los emperadores aztecas, es parte del pasado y nadie más merece ese título. Cada quién ve y entiende lo que quiere, por su parte ya eligió lo que le parece más justo y por lo que estaría dispuesta a derramar la sangre.

Con un ligero ademán se despide del chinaco sin dejarle ver lo que esconden sus pensamientos. Apenas lo ve desaparecer a galope, vuelve sus pasos sobre el mismo camino que la llevó hasta ahí. Cabizbaja y meditabunda regresa a San Gregorio, se ha tardado más de la cuenta y en la hacienda Consuelo ya lleva rato preguntado por ella. El ama de llaves le asigna tareas que muchas veces son imposibles de terminar con el sol de un solo día, jamás se ha quejado con su padrino pese a poder hacerlo. Sabe trabajar, lo hizo antes. Lo que odia es ser el blanco de las habladurías de las criadas y de la misma Consuelo, confía en que algún día sepan lo equivocadas que están y se traguen sus palabras.

—Hasta que te ven mis ojos, india torpe ¿acaso ya hiciste lo que te mandé o se te ha olvidado otra vez? —vocifera Consuelo al verla entrar al patio interior, rumbo a la cocina. Alma se irgue orgullosa, apenas le queda paciencia para soportar los insultos de la mujer.

—No lo he olvidado y jamás he dejado de hacer lo que me pide —afirma con soltura.

—Estoy harta de tus insolencias, debía mandarte azotar como a los peones. Tal vez así aprendas cuál es tu lugar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.