Amor y guerra

Capítulo 7. Veneno

Es envenenamiento, a Thomas le preocupan las implicaciones de su descubrimiento. Le apuesta al arsénico, un envenenamiento agudo y letal. Es demasiado aventurado lanzar una conclusión de semejante envergadura sin tener pruebas, lo sabe y toma su tiempo para observar cada uno de los síntomas, concuerdan, aunque no tenga los medios para comprobarlo más allá de su conocimiento. El aliento con olor a ajo es el más característico y el que respalda su conjetura, también están los dolores abdominales, las náuseas y los vómitos; estos últimos pueden deberse también a la desatendida enfermedad abdominal que sufre don Joaquín.

El pronóstico es poco favorable, por lo que pudo averiguar el amo de San Gregorio ha sufrido graves síntomas desde hace tiempo que han vuelto una y otra vez, asediándolo con renovada agresividad en cada ocasión. El tratamiento ha sido nulo, de eso no le queda duda y encima está el arsénico. Alguien lo quiere muerto.

Don Joaquín se ha quedado dormido en su elegante cama luego del exhaustivo examen físico y de responder a medias las preguntas de Thomas. Al verlo tan agotado, ha decidido que es hora de dejarlo descansar. Avanza hasta la jarra con agua y la vasija de cerámica, y se lava las manos con el especial cuidado que le ha enseñado su profesión. Lleva las mangas de la camisa remangadas y hace rato se deshizo del saco del traje, quedándose solo con el chaleco abierto. El sudor le brilla en la frente, para él también ha sido extenuante. Piensa cómo debe dar la noticia y lo que es más importante: ¿a quién?

Andrew al igual que él acaba de llegar, ignora la situación de su tío y todo lo referente a su vida. Por otro lado, el administrador parece de fiar y según lo poco que escuchó de labios del mismo don Joaquín, es su hombre de confianza. Sin embargo, estando de por medio un intento de asesinato no puede hacer suposiciones a la ligera. Tampoco puede sacar de su cabeza la discusión con Andrew.

¿Por qué piensa en eso cuando don Joaquín está al borde de la muerte? Es su amor por Emily el que le nubla el juicio, debe sacárselo o lo volverá loco. Pero si en años no ha podido hacerlo, es difícil lograrlo en este momento. Hasta antes de llegar a San Gregorio estaba en paz con lo que Dios y el destino habían querido; Emily sería feliz al lado del hombre que amaba y Andrew sabría cuidar de ella. Es su mejor amigo, lo considera un hermano y sabe que tiene buen corazón además de ser el heredero de una gran fortuna. En pocas palabras: es el hombre ideal para Emily.

Él no puede ni quiere rivalizar con eso, le tiene demasiado cariño al joven heredero y confiaba en que sería el esposo que la mujer que ama merece; ya no está tan seguro, las dudas han comenzado a atormentarlo. La cabeza le estalla dándole vueltas al asunto. Con impotencia aprieta los puños, ese maldito viaje lo está destruyendo todo.

¿Por qué tuvo que dejar que Andrew lo arrastrara a esa disparatada aventura? Su debilidad le está costando caro.

Alguien llama a la puerta, espabilándolo al instante. Con el agua limpia que queda en la jarra, humedece su cabeza y su frente, se siente tan acalorado que la idea de que pueda estar enfermando le pasa por la mente. Lo descarta de inmediato, lo que tiene es fastidio y rabia por estar atrapado en esa encrucijada. Si Andrew sigue rechazando el compromiso con Emily, él no podrá mantener la voluntad que impide que se acerque a ella aun sabiendo lo escasas que son sus posibilidades para ganarse el afecto de una mujer de su clase. Escucha más golpes en la puerta.

—Adelante —responde, trasmutando su gesto agobiado en el de un frío profesional de la salud. Lo que viene no será fácil así que lo último que pretende es que sus emociones afecten su juicio.

Andrew entra acompañado del administrador. Thomas hubiera querido hablar a solas con él antes de involucrar a otros. Respira hondo, ya no hay mucho que pueda hacer al respecto.

—Perdona la tardanza, Tom. Encontré a don Rodrigo y está tan interesado como yo en escuchar lo que tienes que decir.

El médico asiente, después de todo tiene muchas preguntas y nadie mejor que el hombre para responderlas.

—¿Cómo ha encontrado a don Joaquín? —cuestiona Rodrigo, mirando al extranjero. No le agrada ni confía en él, tampoco le perdona la descortesía mostrada con Alma. No obstante, debe guardar las apariencias; Ante quién sea debe ser solo el administrador así que se traga su sentir.

—No le mentiré. Don Joaquín se encuentra grave.

—¿Grave? Creí que su enfermedad estaba cediendo. El doctor Dávila me aseguro que el tratamiento estaba dando resultados.

—No hay tal tratamiento o no ha sido el correcto —inhala y exhala lento y entrecortado antes de dar la fatídica noticia —. Lo siento. Don Joaquín puede morir en cualquier momento y dada su debilidad, poco puedo hacer por ayudarlo.

Rodrigo mira a otro lado, podría elegir no creerle al extranjero, pero desde hace tiempo Joaquín no ha hecho más que empeorar. Él mismo comenzaba a cuestionar la capacidad del médico del hacendado ya que pese a sus incontables visitas, no lograba la mejoría de su paciente.

—Y eso no es todo —prosigue Thomas, pendiente de la reacción de don Rodrigo. Andrew se muestra tan asombrado como su amigo esperaba. En cambio, el gesto imperturbable del administrador no le dice nada —; He descubierto síntomas de envenenamiento por arsénico.

—¿Qué dice? —exclama Rodrigo sin disimular, lo que escucha lo altera, solo puede sentir como se elevan las pulsaciones de su corazón —. Su acusación es muy grave.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.