Amor y guerra

Capítulo 9. Revelaciones

El luto en San Gregorio se respira en cada rincón. Han pasado tres días desde la muerte de su amo. Para la mayoría fue un buen patrón, un hombre justo pese a sus ideales conservadores. Los criados visten el negro en señal de respeto y acompañamiento al único familiar que conocen de don Joaquín Aranda. Andrew lo agradece, no ha tenido mucho tiempo para asimilar la noticia. Los acontecimientos de los últimos días lo han tenido meditabundo, encerrado en el despacho de su tío desde la muerte de este; dar la noticia a su madre a través de otra fría carta lo tiene desanimado. Ya es demasiado agobio tener que comunicar a su padre la decisión de dar por terminado su compromiso con Emily Sherwood, y la triste noticia llegará a aniquilar su ánimo. Lamenta causarle tantos pesares.

Puede imaginar la reacción de su padre, estará como energúmeno cuando su esposa necesite de consuelo. Suspira un par de veces, dejando que el oxígeno entre a fondo a los pulmones. La idea de interceptar las cartas le pasa por la cabeza, por desgracia está tan lejos que no llegaría a tiempo. Al final se obliga a confiar en que sabrá sobreponerse, Magdalena Aranda es una mujer fuerte; siempre lo ha sido.

Pensarlo no lo tranquiliza, también debe lidiar con los reproches de Thomas. No soporta que lo llamase cobarde y se niega a creer que tenga razón. Aunque ha demostrado el comportamiento de un ególatra al que no le importa nadie excepto él mismo. Quizás Emily no sea la mujer que quiera, pero tampoco merece el estigma de un compromiso disuelto a pocas semanas de la boda; será el escarnio de la sociedad neoyorquina y él lo sabe.

Sin embargo, es poco lo que puede hacer por ella. La joven tendrá que buscar la forma de superarlo. Es rica, educada y hermosa, seguro lo logrará. Él ya tiene suficiente con los serios asuntos que debe resolver en San Gregorio: el asesinato de su tío y la situación de sus bienes. Era viudo y su único hijo falleció junto a su madre antes de nacer. La visita de uno de los buitres del partido conservador al que estuvo afiliado le recuerda que no será fácil, se nota que están desesperados por recursos para su campaña. El desagradable hombre fue bastante claro en sus intenciones, pretenden quedarse con todo el patrimonio de los Aranda, y él está dispuesto a hacer todo lo que esté en sus manos para evitarlo.

Los bienes, la hacienda y todo lo demás le pertenece a su madre. La única forma de asegurarlo es dar con el testamento extraviado de su tío, sin ese documento, él no tiene derecho a disponer de su fortuna ni a decidir sobre ella. Tras una exhaustiva búsqueda, solo encontró fue el testamento del anterior amo, en el que su madre no estaba incluida por motivos que desconoce.

El dolor de cabeza que empezó horas atrás se vuelve insoportable, siente un martilleo en las sienes. Le hace falta el consejo de Thomas, se conformaría con su compañía; su amigo no le ha dirigido la palabra desde el día en que discutieron. Lo comprende, el embalsamiento del cuerpo de su tío lo tuvo atareado, pero aún luego de terminar no ha ido a buscarlo y él tampoco lo hará. El fiero irlandés no quiere admitir que por primera vez está equivocado y que Alma es inocente, él no cederá nunca y lo mejor será no enfrentarse hasta descubrir al verdadero asesino. No obstante, hay tanto que ignora que no puede hacerlo solo y está decidido a confiar en la única persona que puede ayudarlo: Rodrigo Domínguez. Como si lo hubiera invocado, el administrador aparece en la puerta abierta del despacho. Él le hace una seña para que entre y este obedece. En silencio, se sienta frente al escritorio tras el cual Andrew lo observa.

—¿Me ha llamado, señor Green? —saluda con la expresión apesadumbrada, le duele más de lo que pensó la pérdida de un amigo. De forma estoica, se obliga a cumplir su deber.

—Así es, don Rodrigo. Creo que usted es el único que puede ayudarme. Por más que he buscado no hay nada que me diga las disposiciones de mi tío para después de su muerte. Supongo que existe un testamento que no se encuentra aquí. Debe tenerlo un abogado ¿o me equivoco?

—Está usted en lo cierto —responde tajante. Andrew asiente tamborileando los dedos en la superficie del escritorio, tiene la impresión de que el administrador no cooperará con él de buena gana y comienza a enfadarle esa actitud.

—Dígame algo don Rodrigo, ayer lo llamé y no se presentó ¿Tuvo algún problema? —indaga, implacable ante lo que considera una falta de respeto.

El aludido guarda un prolongado y denso silencio. Claro que tiene un problema: no ha podido dar con el abogado ni con el médico de Joaquín. Al primero lo necesita porque es quién guarda el testamento que hizo válido el reconocimiento de Joaquín Aranda de su heredera. El licenciado Fuentes debía encontrarse en Puebla, pero luego de enviarle numerosos mensajes que no pudieron ser entregados, decidió ir él mismo en su búsqueda solo para obtener el mismo resultado que los mensajeros. El hombre no está en la ciudad y nadie sabe con certeza su paradero. Al segundo quiere verlo porque lo sigue inquietando la observación del médico irlandés y quiere cuestionarlo sobre el erróneo tratamiento para la enfermedad que Joaquín padecía.

—Ninguno que no pueda resolver, señor Green.

—Quisiera que confiara en mí. Lo único que pretendo es ayudar.

Afuera, el estallido de un trueno seguido de la luminosidad de un relámpago ilumina el cielo cargado de nubarrones e inunda el patio interior de San Gregorio. Rodrigo voltea a la ventana.

«Una tormenta se acerca y de qué manera» se dice a sí mismo. Él también quiere confiar, se ha visto superado y al recordar la última conversación con Joaquín, decide que ha de ser así. Ruega que no se haya equivocado y Andrew tenga al menos la mitad de la entereza de su madre. Sin mediar palabra se levanta de la silla y camina hacia la puerta, la cierra, lo que tiene para decir no debe ser escuchado por nadie. Luego da media vuelta y clava sus ojos en el rubio que ocupa el sitio del amo de San Gregorio. Suspira, la nostalgia otra vez ha hecho presa de él recordando el origen de los rasgos en el rostro que lo observa expectante.




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