Amor y guerra

Capítulo 14. Más cerca de ti

El Puerto de Veracruz, la primera ciudad fundada por europeos en la América Continental y uno de los asentamientos más antiguos del recientemente independizado México. Por sus aguas fue que arribaron los conquistadores españoles y por ahí partieron una y otra vez con los frutos de su invasión; oro, tesoros y mercancía que reclamaron como suyos. Batallas y ataques de piratas en el pasado la han vuelto una ciudad amurallada, protegida con una serie de fuertes y baluartes entre los que destaca el Fuerte de San Juan de Ulúa como fiero guardián de la histórica ciudad.

A Emily se le antoja gloriosa, alegre y viva, tan distinta a Nueva York y su era industrial, con sus fábricas y grandes negocios. El cielo de México es tan azul y limpio como los ojos del hombre que ama y su sol brillante la hace sentir la calidez de quién llega al hogar. Comienza a comprender el que Andrew no quiera regresar a Nueva York y sueña con la posibilidad de que le pida quedarse con él en ese país agitado, que la atrae como un imán. Alza el rostro para permitir que el astro del mediodía actúe en su blanca piel, una felicidad la embarga mientras el barco en el que viaja con Magdalena y Sarah se prepara para el desembarque de sus pasajeros.

Al desembarcar se encuentran con rostros morenos en las calles, ventanas abiertas, mercados en los que las mujeres ofrecen flores y telas. Magdalena se detiene en uno y compra un rebozo, mientras Emily y Sarah miran a su alrededor. El gentío en el que se ven envueltas impide imaginar que alguna vez la ciudad lució desierta durante la bienvenida que le fue negada al emperador Maximiliano I dos años atrás. Veracruz se ha declarado de los juaristas, pero lejos está de ser un sitio en pie de guerra. L

a algarabía de la gente del puerto mexicano contagia alegría y una vez más la joven la compara con el bullicio de la elitista sociedad neoyorquina. Emily agradece poder respirar el aire del trópico, quisiera vestir las sencillas y frescas ropas de las mujeres mexicanas en lugar del vestido que le cubre la piel y que provoca que sus pasos sean más pesados. El calor comienza a agobiarla y agradece cuando Magdalena decide que es mejor pasar una o dos noches ahí antes de continuar su viaje.

Dos días después parten a San Gregorio, el camino resulta agotador para la joven y debe serlo también para Magdalena, la primera admira la entereza con la que soporta el vaivén incesante y rudo del coche que las lleva. Viajan en una caravana que se dirige a Puebla y una vez que llegan a la ciudad pernoctan otra noche antes de partir a la hacienda de la familia Aranda. Poco hablan durante el trayecto, ambas ansiosas por distintos motivos.

A Magdalena la asaltan en silencio recuerdos de la juventud que vivió en casa de su padre, fue tan feliz ahí como lo ha sido en el hogar que su esposo le dio. Ama al hombre al que unió su vida, pero durante esos años se ha preguntado si lo que la hizo tomar la decisión de casarse con él no fue en un principio un mero deslumbramiento. Entre más se acerca a San Gregorio y a lo vivido, las dudas vuelven a surgir en su corazón agitado, igual que la nación a la que regresa luego de veintisiete años de matrimonio y de vivir en un país extranjero. La edad de Andrew, ese es el tiempo trascurrido desde que abandonó San Gregorio del brazo de su esposo con dieciocho años de vida y demasiados sueños por cumplir. Quería viajar y conocer el mundo, aunque nunca pudo olvidar del todo los ojos del hombre que la miraban con una pasión que entonces ella no alcanzó a valorar. Solo guardó su cariño, lo bastante como para considerar una propuesta de matrimonio que no llegó a ser tal. Todavía la hace estremecer la rabia que despertó en su padre la decisión que tomó, un extranjero por más fortuna que tuviera no superaba la simpatía que su progenitor le profesaba a Rodrigo Domínguez. Pero su madre, siempre benevolente con ella intercedió hasta obtener la aprobación paterna. La culpabilidad por aquello suele atormentarla, su hermano no tuvo la misma suerte.

«Mi pobre Joaquín». Siempre tan obediente, era como si los roles se hubieran invertido en ellos. Nunca fue la niña sumisa que su padre quería y su hermano nunca supo ser un hombre capaz de enfrentarse a los deseos de otros sobre su vida. El precio que debió pagar fue su propia infelicidad. Aún recuerda cada una de las cartas que su hermano le escribió, desahogándose al hablarle de la mujer que amaba y de su relación prohibida.

¿Qué habrá sido de ella? Se pregunta, conociendo la crueldad de su padre imagina lo peor. Una vez más compadece a su hermano.

—¿Llegamos? —cuestiona Emily emocionada cuando el cochero frena frente a las puertas de San Gregorio. La joven se asoma por la ventana para contemplar la hermosa arboleda que envuelve a la hacienda.

Su acompañante sonríe al verla tan entusiasmada y echa un vistazo hacia afuera.

—Claro que llegamos —responde, suspirando. El hogar de sus padres le resulta más bello de lo que recordaba y la alegra estar ahí pese a que su visita sea debido a la pérdida irreparable de su único hermano.

Dos peones se acercan al coche para ayudar a las dos damas a bajar, Sarah las sigue en silencio. La mulata espera lo mejor de ese viaje; tiene sus dudas, el hombre por el que Emily suspira se ha portado tan descortés con ella que la sirvienta duda que seguirlo sea lo mejor para la joven. Se guarda su sentir, no pretende menoscabar la ilusión de Emily antes de que el rechazo que teme suceda.

En San Gregorio nadie esperaba la llegada de doña Magdalena, la voz se corre rápido y Consuelo sale a recibirlas. Las conduce a la casa principal entre comentarios amables que poco tienen que ver con el carácter hosco del ama de llaves, llevan oculta su necesidad de codearse con la alta sociedad en la que quisiera encajar. Pronto las pone al tanto de la ausencia de Andrew, hace días que el joven heredero Green partió a la capital y nadie conoce la razón de su inesperado viaje. Las noticias preocupan a la madre, el asunto que llevó a su hijo a salir de la hacienda para aventurarse en un país que poco conoce debe ser algo muy serio. La esperanza de saberlo aparece cuando Thomas llega junto a ellas. Sonríe apenas la ve, ha pasado la noche en vela cuidando de don Rodrigo, pero sabiendo que Magdalena llegó a San Gregorio, el cansancio se le ha ido del cuerpo. Camina hasta ella y la abraza con ternura contenida.




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