En la casa chica todo está detenido en espera del despertar de Rodrigo. Las criadas cumplen con sus labores diarias en silencio y Alma sigue cuidando el sueño del hombre que yace en la cama de la alcoba principal, sumido en un estado de inconsciencia. Ella no ha podido dormir; Lo intentó luego de que Thomas se lo pidiera, pero el cansancio que la tenía al borde del desmayo desapareció apenas estuvo en su propia cama.
Aunada a la preocupación por la inestable salud de su padrino, la inquietud de lo que el médico irlandés despertó en ella la tiene confundida. Esos sentimientos de mujer que por primera vez experimenta y a lo que renunció sin conocer cuando decidió profesar como religiosa, los mismos que ni la galantería de Andrew logró hacer florecer, le estallan ahora en el pecho y en el vientre cada vez que ve a Thomas. En unas horas él logró ganarse su admiración y respeto, verlo luchar por conservar la vida de su padrino develó ante sus ojos la nobleza de un alma caritativa. Sus manos, fuertes y firmes, que no vacilaron mientras atendían las heridas de un hombre que apenas conocía, las mismas que besó sin pensar. Al recordarlas vuelve a sentir su roce y fantasea con la forma en que tomó su mano, la seguridad con que la llevó hacia dónde quería y la confianza que le inspiró. Es una locura, solo así puede definir lo que siente. Sueña despierta, vive dormida.
¿Qué le pasa a su corazón? Antes la decisión de dedicar su existencia a Dios era inequívoca, ¿Por qué cambió? ¿Cómo permitió que un hombre casi desconocido se adueñara hasta de sus más íntimos pensamientos? La avergüenza la necesidad de verlo, de escucharlo y de volver a sentirlo.
Sin querer cierra los ojos, los párpados le pesan. Tras unos segundos logra espabilarse, no puede entregarse al sueño hasta saber a su padrino fuera de peligro. Cuando vuelve a mirar, la puerta de la habitación está abierta y el hombre que invade sus pensamientos aparece, arrancándole una suave mueca a modo de sonrisa que se borra al instante al notar la presencia de una mujer que entra presurosa, adelantándose a él. La desconocida viste como una dama y se sienta en el borde de la cama contrario al que se encuentra Alma de pie. Confundida mira a Thomas, que la ignora como si no estuviera ahí.
—¡Dios padre! —exclama Magdalena, acariciando la frente de Rodrigo. El rostro demacrado del hombre le da una pauta de los años que han pasado para él. Ha enflaquecido, las canas le cubren la cabeza y las arrugas le surcan las manos —¿Cuándo volverá en sí, Thomas?
—Lo ignoro. Lamento no poder hacer nada más por él —la disculpa es sincera, siente que le ha fallado a la mujer que tanto quiere.
—¿Quién le hizo esto? ¿Lo saben?
—No hubo testigos y don Rodrigo es muy reservado con lo que respecta a los asuntos del manejo de las haciendas. Nadie sabe qué lo llevó a dónde lo encontraron herido, aunque muchos de los peones de Las Ánimas señalan al caporal como un posible culpable, nadie lo ha visto desde entonces.
—¿Por qué?
—Tal vez quiso robarlo, no lo sabemos.
La mujer reflexiona y repara en la presencia de la joven mestiza que los observa.
—Ella es Alma. Ha estado cuidando de don Rodrigo todo este tiempo, fue de gran ayuda para salvar su vida —el médico la presenta al notar que ambas mujeres se miden una a la otra sin hablar.
—Te lo agradezco muchacha. Pero ya no es necesario que permanezcas aquí, regresa a tus labores —ordena apartando sus ojos de ella y volviendo a clavarlos en Rodrigo.
Alma se queda de pie mirando a Thomas, suplicando por una explicación. En su lugar recibe un brusco ademan indicándole que obedezca. Trata de rebatir, antes de que lo haga la acribillan los ojos azules del irlandés al ver que no se ha ido. La quiere fuera, en ese momento sus únicos pensamientos se los dedica a Emily y no desea mancharlos con la pasión que le provoca la muchacha. Por su parte, ella no tiene fuerzas para pelear ni es capaz de enfrentársele. Sale de la alcoba devastada, considera ir a dormir, las rodillas se le doblan debido a la debilidad e incapaz de dar paso se deja caer al suelo. Apoya la espalda contra la pared de la habitación que acaba de abandonar y suspira, largo y profundo antes de quedarse dormida.
Una hora más tarde, Thomas la encuentra descansando abrazada a sus rodillas. La contempla un largo rato, verla tan vulnerable lo enternece. La dulce joven frente a él nada tiene de la arpía que imaginó; sin embargo, la ponzoña de Consuelo salta de su memoria para aguijonearlo. Se aferra a su prejuicio, debe hacerlo o corre el riesgo de ser devorado por lo que le inspira. Traga saliva sintiendo la boca seca y se inclina a su lado. Duerme tan profundo que apenas se mueve cuando le rodea la espalda con el brazo derecho mientras pasa el izquierdo bajo sus rodillas para levantarla. La acurruca contra su pecho y se encamina con ella en brazos hacia la alcoba que ocupa la joven. Abre la puerta y la cierra tras de sí. El calor que emana del cuerpo de Alma le quema la piel y su aroma lo pierde en imágenes que no ve el momento de cumplir; le molesta verse obligado a luchar ferozmente contra esa oleada de emociones. No puede permitirse perder aun antes de iniciada la batalla así que la recuesta con delicadeza sobre la cama y se va, huyendo del deseo que se apodera de él cuando la tiene cerca.
Para cuando vuelve a verla ha recuperado algo de cordura, el anochecer ya asoma la blanca luna y Magdalena sigue al lado de Rodrigo. Ella acaba de abrir los ojos, no sabe cómo llegó a su cama y sospecha que fue obra del médico al que tanto admira. El rubor le tiñe las mejillas al verlo afuera de la habitación de su padrino. Él no ha querido irse a la casa principal y piensa en mudarse a la casa chica en tanto la salud de su paciente siga pendiendo de un delgado hilo, además en la otra casa está Emily y no quiere enfrentarse a ella y a lo que le provoca. Desea a Alma, no tiene duda, no obstante, la joven rubia sigue encabezando sus preferencias. La ha amado por demasiado tiempo en secreto como para pretender olvidarla tan pronto; estar cerca de la muchacha mestiza al menos ahuyenta la imagen de Emily de sus pensamientos.