Amor y guerra

Capítulo 27. Intrigas

—¿Por qué lo has permitido, madre? —reclama el joven rubio paseándose de un lado a otro del despacho de Rodrigo. En el recinto solo se encuentran él y su madre. Lo agradece porque aparentar le es imposible. La sangre le hierve en las venas, agraviado en lo más hondo luego de enterarse con detalle de la visita de Genaro y la subsecuente partida de Thomas —. ¡Debiste haber aguardado a mi regreso!

—¿Para qué? Aunque te niegues a aceptarlo era Thomas quién debía ir. Es médico, nadie mejor que él.

Con los ojos pacientes de una madre, Magdalena sigue cada paso de su hijo. Iracundo al extremo de contraer todas sus facciones, Andrew se detiene frente a la ventana y aprieta los puños con impotencia. El apasionamiento que percibe en él comienza a preocuparla y la posibilidad de que Emily conquiste su corazón se le antoja lejana.

—Veo que Thomas no exageraba sobre tu interés en Alma.

—¡Mi interés nada tiene que ver con el hecho de que se haya comportado como un miserable!

—Andrew, tú y yo sabemos muy bien que lo que haya sucedido entre ellos fue con la anuencia de ella.

—¡Eso no es relevante, él cometió un abuso! ¿Por qué lo justificas? ¿De qué lado estás?

—No sabía que tenía que tomar partido.

—¡Alma es tu sobrina, hija de tu hermano! ¿Tan dispuesta estás a entregársela a un miserable inmigrante, sin fortuna y sin más conexiones que nosotros?

—Es tu mejor amigo, salvó tu vida y la de Rodrigo. Si con alguien estoy en deuda es con él y tú también deberías estarlo. Te desconozco. ¿En realidad tus objeciones se deben a su falta de fortuna porque creí que eso no te importaba?

—¡Y no me importa! —grita, exasperado. Le duele que su madre tenga razón, lo que siente obedece por entero al agravio de la confianza traicionada y un poco a aquel apego que comenzaba a sentir por Alma y que ha tenido que ir desterrando.

—Te ruego que te calmes. Si he preferido decirte todo esto a solas es porque no quiero mortificar a Rodrigo.

—¿Mortificar? ¿Crees que prefiere ignorar que has mandado por Alma a un hombre que no supo respetarla?

—Él está tranquilo ahora que sabe dónde está ella. Confía en Thomas y creo que lo mejor será que siga haciéndolo.

Las palabras de Magdalena desaparecen en el implacable transcurrir de los segundos sin que Andrew llegue a responderlas. Temerosa de haberlo hecho enfurecer a un extremo insospechado, se levanta de la silla que ha estado ocupando en un afán de civilizar una conversación que sabía de sobra sería caótica. Por un instante las dudas la asaltan, ¿Y si su hijo tiene razón? ¿Y si cometió una ligereza al permitir que su propio corazón eclipsara la voz del discernimiento? Deja de lado sus titubeos, no es momento de arrepentimientos irremediables. Al llegar hasta su hijo lo toma del brazo y se recarga en su hombro. Lo contempla un instante con el pecho ensanchado de orgullo materno. De sus hijos, Andrew es el que más se le parece, la ardiente sangre criolla en sus venas suele opacar la inflexible lógica del pensamiento paterno. Él nació para ser feliz de la forma que se debe ser, libre para elegir su camino y no encerrado entre las cuatro paredes de un frío despacho; solo le falta encontrar el sentido a su existencia y ella daría su vida entera porque lo hallara al fin.

—Hijo, creo que debemos atender asuntos más importantes ahora que sabemos dónde está Alma —. Él gira para mirarla, su semblante ha recuperado gran parte de su habitual serenidad. Su madre siempre ha tenido ese efecto conciliador en su ánimo. Recuerda con cariño las muchas discusiones con su padre que Magdalena suavizó, esfumando la discordia con sus solas palabras, asertivas en todo momento y capaces de calmar a una bestia enardecida.  

—Desgraciadamente el hombre que le disparó a don Rodrigo no ha aparecido y él es nuestra única pista —dice dejando de lado los recuerdos —. Del envenenamiento de mi tío nadie quiere hablar, cada criado con el que he hablado en San Gregorio mantiene su versión de que solo Alma tocaba sus alimentos. Ahora sabemos bien que ella es inocente.

—¿Y el médico de Joaquín? ¿Es que ese hombre no advirtió nada pese a visitarlo diariamente?

—Dejó de venir hace semanas y nadie lo ha visto desde entonces. En vano don Rodrigo y yo mismo recorrimos todo Puebla en su búsqueda… nadie sabe de él.

—Entonces no tenemos nada.

—No te preocupes, madre. Te juro que atraparé a quien está detrás de todo.

—Me cuesta creer que alguien haya querido dañar a Joaquín, él siempre fue tan bueno con todos.

Andrew sonríe con ironía, la tristeza atraviesa sus ojos claros y ensombrece su rostro.

—Con todos menos con Alma y su madre.

—A veces hasta el hombre más noble comete errores de los que una vida entera no alcanza para arrepentirse.

Afuera tocan la campanilla, anunciando la hora de la comida. Andrew se separa del abrazo amoroso de su madre. Ha recobrado la calma y dedica a su progenitora una sonrisa.

—Me han dicho que don Rodrigo ya se siente con la fuerza de bajar al comedor —Magdalena asiente —. Entonces supongo que me corresponde ir por tu invitada para que nos acompañe.

—Sobre eso. Tal vez debamos hablar.




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