La pacífica y rutinaria calma en San Gregorio se rompe con la llegada de agentes del imperio acompañados de dos pelotones con la encomienda de registrar hasta el último rincón de la hacienda, removiendo cualquier escondrijo que oculte los secretos mejor guardados de los que ahí viven. La mañana entera se pierde en un alboroto ocasionado por los defensores de la corona mexicana. Sus principales blancos son los despachos del fallecido amo de San Gregorio y su administrador. Luego de volcar sobre ellos una brutal inspección que los deja convertidos en sitios caóticos, la ofensiva intromisión se extiende a las habitaciones de estos y a otras partes de la hacienda que a petición expresa de Rodrigo no incluyen las habitaciones de Magdalena y Emily. Todo lo demás es visto por los agentes sin la menor discreción para disgusto del administrador, de Andrew y de Magdalena a quien todo eso la tiene al borde de perder los estribos y olvidar que debe comportarse con una dama incluso con esos brutos que invaden el hogar de sus padres.
A mediodía, el sargento que ha estado hasta ese momento a cargo lleva ante Rodrigo a un hombre que el administrador no esperaba encontrar en una investigación como la que está en curso: el teniente coronel Francisco Valencia. Aunque después de la instauración de la monarquía, las escaramuzas en busca de liberales que no tardaron en evolucionar en fusilamientos sin el debido juicio fueron motivo de especial atención para el gobierno monárquico, a esas alturas Rodrigo piensa que los esfuerzos deberían ir más encaminados a buscar defender las zonas que aún no han sido recuperadas por el ejército liberal. Sin duda serían un mejor objetivo si los hombres del emperador aceptaran su debilitamiento e inminente derrota. En cambio, uno importante está ahí para buscar pruebas que condenen a un muerto y a su administrador. Viendo a Francisco Valencia, reafirma su creencia, es un militar de pies a cabeza. Severo, de avispada mirada y supone no menos coraje en el campo de batalla. Sus modales son los de un caballero y por la juventud que ostenta, ha avanzado rápido en la cadena de mando por lo que debe poseer astucia y arrojo. Rodrigo no puede evitar compararlo con el coronel Ávila, encuentra tantas similitudes que se le antoja una ironía que luchen en bandos contrarios porque si la providencia y sus mismas creencias los hubieran llevado a ser camaradas, sin duda serían buenos amigos y sumarían una fuerza temible.
—Teniente coronel, tengo que decirle que me intriga que un militar de su rango esté en San Gregorio —manifiesta, una vez que el sargento se ha ido y se encuentra a solas con el militar.
—No debe intrigarlo señor Domínguez. Sigo órdenes.
—No lo dudo. Pero ¿por qué es tan importante para el imperio probar que don Joaquín era un conspirador? Después de todo ya no es una amenaza —. El joven militar guarda silencio luego de la observación, sosteniendo a su acompañante la acusadora mirada que le dirige. No duda que el administrador ya lo haya descifrado y decide ser discreto —. Debe ser porque están tras de mí ¿O me equivoco, teniente coronel? Si es así pierde su tiempo, solo soy un viejo administrador.
—Le pido una disculpa, señor Domínguez. No puedo responder a sus preguntas ni revelar más detalles de la misión que me trajo aquí…
—Siendo así, le agradezco su tiempo. No dude en pedirme lo que necesite, estoy en la mejor disposición de colaborar para que este asunto se aclare a la menor brevedad.
El militar se despide con un marcado asentimiento de cabeza. Apenas abandona la antesala de la casa chica, Andrew sale de la estancia contigua. Ha escuchado cada palabra y le basta dirigir una mirada de complicidad a Rodrigo para confirmar que ambos tienen la misma impresión acerca de lo que motiva la presencia del militar. El joven sale siguiendo al hombre, acordó con el administrador vigilar de cerca cada uno de los movimientos de quién esté al frente de la investigación y se dispone a hacerlo. Sin embargo, frena intempestivamente al ver que su objetivo se ha detenido en la estancia principal. Habla con alguien en un ángulo en que la pared y la cantera del arco de la galería en la que se encuentra le impiden reconocer a su interlocutor. Se queda quieto para evitar ser descubierto. La expresión en el rostro del hombre le basta para percibir que simpatiza con su acompañante. Luego de verlo realizar más de dos ademanes galantes, se da cuenta que quién lo acompaña es una mujer, una dama y hay pocas en San Gregorio. No alcanza a escuchar más que murmureos así que decide arriesgarse y salir un poco de su escondite. Un rabioso calor le sube a la cabeza cuando descubre la imagen de Emily frente al teniente coronel, más radiante y bella de lo que la recordaba el día anterior. Parece que cada día en San Gregorio le suma encanto campirano a su fría belleza. Lo que atestigua lo enfada de una manera que no hubiera imaginado, pese a haber roto el compromiso con la joven, pese a creer que nada más allá de un trato cordial podía darse entre ellos, lo irrita que ese gallardo militar le dedique finas atenciones que ella corresponde con agrado sin alcanzar a comprender sus propios sentimientos.
Aclara su garganta para alertarlos de su presencia y se muestra ante ellos con gesto desenfadado, fingiendo que aquel encuentro es casual. Incomodado por su inesperada aparición, el militar se despide luego de cruzar dos corteses frases con ambos sin dejar de dedicar a Emily una codiciosa mirada que Andrew conoce bien. Agradece una vez que se retira porque de no haber sido así le habría tenido que plantar un alto más categórico a su inapropiada actitud. Sigue al hombre con una recelosa mirada hasta verlo desaparecer, sabe que debe ir tras él, pero una fuerza invisible le exige quedarse en ese sitio, junto a ella. Al encararla se topa con unos inesperados y anhelantes ojos que percibe por primera vez. Las pupilas verdes parecen bailar sin que Andrew perciba el motivo, convencido de que le es indiferente a Emily. Se miran por un largo instante que les acelera el pulso a ambos, más a la joven que está decidida a que él se dé cuenta de lo que siente. Lo ha cavilado hasta el cansancio, el único modo de conquistarlo será ser completamente honesta, sin dejar lugar a las malas interpretaciones que la convirtieron ante sus ojos en una arpía sin sentimientos. Piensa aprovechar la ventaja que le brinda tener como aliada a Magdalena. Muchas de las pláticas con la matriarca Green han girado en torno a él, haciéndola sentir más cercana y por ende, con más confianza para romper el hielo entre los dos.