Amor y guerra

Capítulo 33. Tuya

—¿A dónde me llevas? —la suave voz de la muchacha llega como un susurro a oídos del hombre que la estrecha contra él.

Cabalgan sobre la misma montura lejos del campamento del coronel Ávila, lo han hecho por un par de horas y Alma ya siente el cansancio en sus piernas acalambradas.

—Lorenzo me habló de un lugar que no está muy lejos.

Huejotzingo.

—Sí, ¿Lo conoces?

—Viví ahí con mi madre unos años —explica para luego separar su cabeza del pecho de Thomas y verlo a la cara —. No esperaba que Lorenzo y tú hablaran sin terminar golpeándose.

—Te pido perdón por eso. Los celos me enloquecieron. Pelear con Lorenzo y la manera injusta en que te traté. Fui un canalla y pedirte perdón mil veces no será nunca suficiente —la aflicción en los ojos azules convence a Alma de su sinceridad. Enternecida se abraza a él, tal vez lo perdonó demasiado pronto, no le pareció justo no hacerlo cuando puede ver que tardará mucho más en perdonarse así mismo.

—Olvídalo. El pasado es mejor dejarlo atrás —sonríe y planta en la barbilla del irlandés un tierno beso.

—Para o no podré cumplir mi promesa.

Su petición la hace mirarlo otra vez con cierto sobresalto mezclado con deseo. Thomas toma su rostro y la besa incitado por esa mirada que lo devora, su lengua retoza dentro de la boca femenina, ávida de su sabor. Las riendas del caballo se tensan sin querer y la bestia protesta por el jalón con sonoros resoplidos y violentos movimientos de cabeza, obligando al jinete a abandonar con desgano los labios de su compañera para controlarlo mientras ella lo admira, pasando sus dedos por cada relieve del rostro de él.

—Prométeme que jamás volverás a dudar de mí. Lorenzo no es hombre del que debas sentir celos.

—Confío en ti con mi vida, alma mía, te prometo que así será a partir de este momento y hasta que muera. Pero, debes admitir que desde dónde lo vi su encuentro tras las caballerizas parecía algo más... —traga saliva, avergonzado por lo que siguió después —. Si tan solo hubiera sabido entonces que fue don Rodrigo quien te envió a servir a su causa.

—No es solo su causa, Thomas, también es la mía.

Al escucharla sus facciones se ensombrecen, no quiere hablar de guerra y menos con la mujer que ama.

—No hablemos de eso ahora. Mejor dime por qué fui un tonto al encelarme de Lorenzo.

—Porque es mi hermano.

—¿Tu hermano? —cuestiona, tratando de disimular su asombro.

—No, pero como si lo fuera, su madre y la mía lo eran. Lorenzo quedó solo siendo un niño y mi madre se encargó de cuidarlo igual que a mí. Crecimos juntos, por eso lo quiero tanto y él a mí.

El irlandés voltea a otro lado, no puede ni verla. Lo avergüenzan sus celos, los ruines pensamientos que le dedicó y la forma tan vil en que se comportó con ella cuando era inocente de todas las faltas que le imputaba a causa de sus prejuicios.

—Soy un imbécil… —declara en voz queda. Alma acuna con su mano la mejilla del torturado hombre. Él frota su rostro contra la dulce caricia sintiendo como desvanece parte de su desasosiego.

—No, no lo eres, solo estabas confundido y yo también. Dejemos todo eso, hoy es nuestro nuevo principio. Si logramos llegar antes del anochecer.

—¡Claro que llegaremos! Esta noche mereces dormir en una cama decente —asegura el irlandés, deshaciéndose de cualquier otro pensamiento que no sea convertirla en su esposa. Espolea al caballo hasta que este acelera el trote lo suficiente para ganarle horas al día.

Alcanzan a divisar el poblado cuando el sol resplandece en lo más alto del cielo. Alma conoce bien el lugar, vivió gran parte de su infancia entre sus pequeños caminos y sus casas de adobe y piedra. Dejarlo fue lo que marcó la época más triste de su vida, aquella en la que tuvo que ver a su madre al servicio de otros que la miraban con desprecio, igual que a ella. Aleja esos pensamientos de su mente, no quiere dar espacio a las lamentaciones ni tregua a la felicidad que siente. Viéndola recorrer el poblado, Thomas comprende que se siente en casa, otro motivo más para no revelarle aún quién es su padre y lo que le corresponde por ser su heredera.

Pronto están frente al Templo de San Diego, en su fachada principal de cantera sobresale el portón y la ventana coral enmarcados por salientes columnas. Lo adornan también áculas, pináculos, roleos y un frontón recto, todo coronado por un pedestal con la escultura de San Diego. Entran, contemplan los retablos barrocos y los lienzos al óleo con temas religiosos, entre los que destaca el representativo del milagro del santo, que por tradición se cuenta que salvó a un niño. Una vez que llegan a la sacristía se entrevistan con el párroco. El hombre de Dios no pone seria objeción a su petición, más fieles respetando el sacramento del matrimonio es un buen incentivo para celebrar una boda con escasa anticipación. Sin embargo, deberán esperar la primera hora de la mañana del siguiente día. Thomas no tiene inconveniente, esperaría por Alma una vida entera si fuera necesario. Su única inquietud es no saber a dónde llevarla mientras aguardan. Una vez la mujer que ama lo sorprende, sabe bien a dónde ir y se deja conducir por ella como un niño confiado. Le fascina la chispa que ve en sus ojos, las miradas cómplices que lo vuelven loco y la alegría que imprime a cada uno de sus movimientos. Ella es suya, siempre lo fue, agradece como nunca haber acompañado a Andrew a esa aventura que al principio le desagradó y que terminó por devolverle la ilusión por vivir que había perdido. Alma por fin se detiene frente a una vivienda, es más grande que las que la rodean e igual de humilde. La muchacha llama al portón que antecede un pequeño huerto al otro lado de la barda de piedra que limita la propiedad. Un par de perros ladra desde el interior antes de escuchar gritos femeninos haciéndolos callar. Pasados algunos minutos, el rostro redondeado de una mujer que sobrepasa la mediana edad asoma tras una puerta apenas abierta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.