San Gregorio, el último lugar en el que desea pasar su tiempo sin Thomas. Habría deseado regresar a su hogar en Huejotzingo, al lado de Milagros y de sus hijas, por desgracia es poco menos que imposible. La cabalgata que la lleva de regreso le está resultando más extenuante que la última vez y las náuseas que no dejan de atormentarla han obligado a su acompañante a frenar el caballo en tres ocasiones para que devuelva un estómago vacío. La consuela saber que falta poco, se abraza a la cintura de Lorenzo y reposa su cabeza contra la espalda del chinaco, cerrando los ojos. Lo único que quiere es dormir hasta volver a ver a su esposo, no la entusiasma ni el encuentro con su padrino, no tanto como debería, y lo peor es volver a encarar a la detestable ama de llaves que tan miserables hizo sus días en la hacienda de los Aranda. Consuelo siempre le desagradó y saber de lo que fue capaz con tal de dañarlos a su padrino y a ella le provoca aborrecerla, más cuando no entiende sus razones. No sabe ni como hará para contenerse y no arruinar la oportunidad de atraparla sin ponerla antes sobre aviso. Lo mejor será ir directo a la casa chica, ahí solo está su padrino y es el único morador de San Gregorio que quiere ver.
Cuando al fin entra en la vivienda del administrador, sola pues Lorenzo solo la acompañó hasta el mismo sitio de encuentro en dónde tantas veces le entregó mensajes para el coronel Ávila, la recibe una comitiva con la que no esperaba toparse: Magdalena Aranda, Andrew y Emily están junto con Rodrigo, ansiosos por verla. Los cuatro le sonríen, incluso Emily que de nada la conoce aunque le deba tanto. Lo que más la desconcierta es la actitud de la madre de Andrew, apenas la ve entrar a la estancia de la casa chica, se lanza sobre ella y la envuelve en un abrazo afectuoso. Llora como si tenerla en frente fuera un alivio. Alma no entiende, mira de reojo a su padrino, pidiendo una muda explicación que él interpreta a la perfección. Imagina que Thomas nada le dijo sobre su verdadero padre y lo agradece, pues es a él a quién le corresponde decírselo.
—Alma, querida, tenía tantos deseos de volver a verte —le dice Magdalena, separándose de ella y tomando entre las suyas las manos de la muchacha en un fraternal gesto.
—Señora, se lo agradezco. Yo…
—No debes agradecer nada, todos estamos felices de tenerte de vuelta —adelanta Andrew, acercándose a ellas.
—Pero…
—Ven hija, acompáñame al despacho —pide su padrino, ofreciéndole la escapatoria que tan desesperadamente requiere. Comprende poco y la situación la agobia al extremo de que le falta el aire. Agradece una vez más el caluroso recibimiento con un asentimiento y sale detrás de Rodrigo.
En el despacho, el administrador cierra la puerta para evitar que alguien escuche lo que dirá. Sin decir palabra, Alma se abraza a él y llora como una niña, dejando fluir la tristeza y soledad que lleva dentro. Conmovido, la estrecha contra sí hasta que ella misma decide separarse de él luego de un largo rato.
—Padrino, perdóneme, he sido muy ingrata con usted. Lo dejé de lado, tomé decisiones por mí misma sin consultárselo. También le confieso que en este momento preferiría estar en otra parte y no en esta hacienda pese a que usted se encuentra aquí.
—Mi querida niña: no has hecho nada que yo no hubiera querido para ti —responde enternecido, tomándola de las manos e invitándola a sentarse a su lado. Ella lo sigue y ambos se acomodan en dos sillones contiguos —. No te voy a negar que me habría gustado entregarte en el altar y compartir contigo ese día. Sin embargo, me basta con saberte feliz... Mejor dime si el señor O’Donovan sigue siendo el compañero que esperabas ¿te ama como mereces?
—Sí, padrino. Es maravilloso. Jamás pensé que pudiera ser tan dichosa, que razón tenías, el convento no era mi lugar, nunca lo fue.
—Me alegro. Dime ¿por qué no ha vuelto contigo? —. Alma baja la vista, recordando el asunto urgente que la ha llevado de vuelta a San Gregorio.
—Él se ha quedado en el campamento del coronel Ávila. Lorenzo atrapó a Félix y Thomas lo hizo confesar… Padrino, fue Consuelo, esa mujer fue quién le pagó por dispararle.
—¿Consuelo? ¿Estás segura? —. Alma asiente —¿Qué más les dijo?
—Nada más, él solo obedeció sus órdenes.
—En ese caso enviaré un mensaje urgente al sargento, es importante que Consuelo no sepa nada, aunque la palabra del caporal puede ser suficiente, debemos encontrar más pruebas. Al menos ya sabemos que esa mujer está detrás de todo esto.
Rodrigo toma un respiro, su mente planea su siguiente movimiento y trabaja a un ritmo vertiginoso tratando de asociar al ama de llaves a algún episodio pasado de la vida de Joaquín Aranda que la haya llevado a tomar revancha contra él. No se le ocurre nada, necesita más tiempo. Mira con gesto cariñoso a la muchacha junto a él, en ese momento su principal preocupación es ella y lo que debe confesarle.
—Alma… hay tanto que necesito que sepas. Quiero estar seguro de que nada de lo que escuches te alterará.
—Me preocupa lo que dice ¿tiene algo que ver con la extraña forma en la que la señora Magdalena me recibió?
El hombre la mira a los ojos consternado, Alma se da cuenta al verlo que lo que tenga que decirle no le agradará.
—No insultaré tu inteligencia, estoy cierto en que sabes que yo conocí a tu padre. Tal vez intuyas que esa es la razón de que siempre haya estado al pendiente de ti y de tu madre en la medida en que Amparo lo permitió.