Amor y guerra

Capítulo 39. Frente al enemigo

La visita de Francisco Valencia asombra a Rodrigo. Muy temprano, el militar se ha presentado solo y el administrador se pregunta si tendrá algo que ver con el mensaje que envió el día anterior al sargento a cargo de investigar el atentado de Félix en su contra. Dubitativo sobre las verdaderas intenciones del teniente coronel, se prepara lo más rápido que puede para recibirlo. Baja a su despacho una vez que se encuentra presentable. Lo saluda con cortesía y una calma que no refleja su inquietud. El hombre en cambio no puede disimular que algo lo agobia, una aflicción que recrudece cada línea de su rostro, añadiéndole más años de los vividos ¿Qué desdicha puede provocar tal efecto? Piensa Rodrigo. Se guarda su reflexión e invita al militar a tomar asiento en tanto sirve dos copas de licor, le ofrece una y este la toma con un atisbo de desesperación.  

—Teniente coronel, no esperaba volver a verlo. Mandé llamar al sargento López porque tengo información sobre el hombre que me disparó. Supongo que a usted lo trajo otro asunto — indaga sin rodeos.

Francisco no responde, deja la copa donde bebió licor en la mesa frente a ellos y se levanta de su asiento, camina de un lado a otro, buscando la forma de comenzar a explicar lo que lo llevó ahí.

—¿Se encuentra usted bien? —cuestiona el administrador, preocupado. Su acompañante le dirige una mirada indescifrable y se sienta nuevamente frente a él.

—Don Rodrigo, dígame algo ¿Joaquín Aranda fue víctima de un asesinato?

—¿Cómo lo sabe? No le he dicho nada a las autoridades.

—¿Y por qué no lo hizo?

Sintiéndose descubierto, Rodrigo respira hondo y descansa la espalda en el respaldo de su sillón antes de responder.

—Se lo diré: quiero atrapar al asesino de Joaquín yo mismo, digamos que se lo debo y aunque tengo pocas pruebas, he logrado dar con un hombre que presiento puede tener un papel importante en todo esto. Por desgracia, por ahora son solo suposiciones, nada que pueda comprobar ante la autoridad.

—¿A qué hombre se refiere? —Rodrigo se remueve en su asiento, incomodado por el interrogatorio y consciente de que no puede negarse a dar respuesta.

—Al médico de Joaquín. Otro médico me informó que nunca le dio el tratamiento adecuado y pensándolo bien, he llegado a concluir que incluso pudo ignorar deliberadamente el hecho de que fue envenenado. Pienso que es otro cómplice.

Afectado por lo que escucha, Francisco respira hondo. Él conoce la parte de la historia que Rodrigo ignora, creció escuchándola. Jamás hasta ese momento creyó que fuera posible que un rencor pudiera transformarse en un profundo odio capaz de cegar vidas.

—Dice que lo encontró.

—Sí y planeo confrontarlo, ha estado todo este tiempo en una lejana finca en las inmediaciones de Guanajuato. Me ha costado tiempo y oro dar con él, pero mi fuente es confiable. Ahora dígame usted ¿a qué vino?

—A implorar clemencia —aclara, luchando contra su garganta anudada. Clava unos ojos suplicantes en los de un sorprendido Rodrigo y traga saliva antes de explicarse —. Pedí al sargento López que me mantuviera informado sobre los avances en su investigación. Él me comunicó cuando arrestó al hombre que le disparó, alguien que presiento tiene algo que ver con usted lo dejó lo suficientemente cerca y herido como para que no pudiera huir. Estuve presente mientras confesaba de quién recibió la orden de asesinarlo. Casi hago morir a mi caballo para llegar antes que el sargento, él ya debe venir en camino con la orden de arrestar a la mujer que señaló ese cobarde.

—¿Consuelo Arriaga?

—Sí… mi madre.

A Rodrigo no le hacen falta más argumentos para suponer que la investigación llevada a cabo por el militar contra Joaquín y él mismo por conspiración mucho tiene que ver con esa relación que acaba de revelarle. Sintiéndose insultado, se pone de pie bruscamente y atraviesa al hombre con la mirada. 

—¿Cómo se atreve? —cuestiona, severo —, Ignoro porque Consuelo quiso destruir la vida y hasta el buen nombre de Joaquín Aranda. Solo le diré algo: jamás se lo perdonaré.

—No pido que lo haga. Los actos de mi madre son tan aberrantes que hasta a mí me cuesta creer que fuera capaz. Aun así, la comprendo. Ella necesita ayuda, no ser juzgada —manifiesta, levantándose para poder sostenerle la mirada al administrador.

Enfadado, Rodrigo hace un esfuerzo sobrehumano por controlar su agitada respiración antes de continuar. 

—Su madre envenenó a Joaquín ¿cierto? —. Sabiendo de sobra la respuesta, Francisco palidece ante el cuestionamiento.

—Hasta ayer no quise creerlo. Pero los hechos hablan en su contra.

—¿Y así espera que tenga clemencia?

—Mi madre no ha sido enteramente culpable, alguien más la ha manipulado desde hace demasiados años, sembró en su corazón un odio que nada tenía que ver con ella. La alejó de su familia, de mí para usarla en contra del que consideraba su enemigo. Por favor, haré lo que sea. Permítame llevármela lejos antes de que el sargento venga por ella, se lo ruego.

—¿Y cómo puedo confiar en usted luego de que se prestó a este malvado ardid? Porque imaginó que la primera vez que estuvo en San Gregorio no obedecía órdenes de ningún superior ¿o me equivocó?




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