Amor y guerra

Capítulo 40. Tras la venganza

El arma dentro de la pequeña caja de madera le recuerda al oficial francés que se la obsequió, se trata de una pistola diseñada para responder en un duelo y aunque desde un principio fue un férreo opositor de la intervención francesa en su país, debe reconocer que no todos los hombres que vinieron a causa de ella le desagradaron. Algunos como aquel oficial llegaron a ser buenos amigos, independientemente de la creencia política tan opuesta a la que servían. Habiéndose formado en la academia militar aprendió a respetar a los militares, sin embargo, nunca ha creído en el poder de las armas ni la violencia. Para él, las letras y el conocimiento siempre son el mejor camino para conquistar un objetivo. A su pesar, reconoce que en ese momento lo único en lo que piensa es en derramar la sangre de Francisco Arriaga. Sentado tras su escritorio, con la pistola frente a sus ojos, las imágenes de las pasadas horas vuelven a tomar forma en su mente. Aún puede escuchar los gritos enfurecidos de Consuelo ante la confrontación de su hijo. La mujer hizo gala de los más perversos y ruines pensamientos, no paró de llamar a su hijo traidor y cobarde, por si fuera poco, el joven militar debió recurrir a la fuerza para controlarla. La abrazaba por la espalda con tal fuerza que Rodrigo creyó que la asfixiaría, fue la única forma de obligarla a escucharlo. Al final y luego de vanagloriarse una y otra vez de lo que su hermano y ella habían logrado, accedió a redactar y firmar la confesión que les exigió para dejarlos ir. También esos papeles se encuentran ante él, son tan valiosos que los dobla con cuidado y los guarda en un sobre de piel curtida.

El teniente coronel Valencia sin duda tuvo suerte de que Magdalena y Emily visitaran ese día Puebla. Andrew también se ausentó desde temprano pues por iniciativa propia se ha hecho cargo de Las Animas, quitándole el peso de esa responsabilidad. Agradece los esfuerzos del heredero Green, comienza a sentirse demasiado cansado y viejo como para seguir estando al frente. Solo Alma se encuentra en San Gregorio, pero tuvo en bien cuidar que el sitio dónde enfrentaron a Consuelo estuviera lejos de la casa chica y de la misma casa principal. Lo que menos necesita son testigos que den pie a rumores. Su versión será que Consuelo escapó, fue eso lo que dijo al sargento López una vez que llegó a efectuar su arresto y planea mantener su palabra frente a quién sea. Solo le resta ir al encuentro del maldito que cavó la tumba de Joaquín. Lo hará esa misma tarde, no quiere correr el riesgo de que Consuelo o su sobrino logren ponerlo sobre aviso.

Se prepara como lo haría quién va al encuentro de la muerte. Guarda la pistola de duelo y otro revólver más pequeño entre sus ropas. Toma una buena cantidad de oro, nunca se sabe a quién se deberá comprar cuando se concibe una revancha. Una vez que está listo, se asegura de llevar consigo las confesiones de esos dos junto con una carta que ha redactado explicando lo sucedido. Por último, se dirige a la habitación en la que Alma reposa. Llama a la puerta inhalando el oxígeno suficiente para aquella despedida. La voz femenina al otro lado le indica adormilada que puede entrar. Adentro, Rodrigo no puede evitar admirar el hermoso vestido de seda violeta que reposa sobre uno de los sillones. Alma lo usó esa mañana en el desayuno, fue un generoso obsequio de la esposa de Andrew que va más de acuerdo con la heredera de San Gregorio. A él se le hinchó el pecho de orgullo contemplándola, le pareció la mujer más bella que hubiese visto. Su muchacha tiene el porte, la gracia y sobre todo, la educación necesaria para lucir ese atuendo con elegancia.

—Padrino, ¿sucede algo? —pregunta al verlo, percibiendo la ansiedad en la expresión del hombre que tanto quiere.

El aludido se aproxima a la cama en la que descansa y se sienta en el borde, la nota demasiado cansada y no pretende incomodarla más de lo necesario. Incluso se ha puesto un camisón de lino blanco y por sus parpados inflamados, puede deducir que lleva mucho rato durmiendo.

—Nada que deba preocuparte —afirma haciendo acopio de toda su fortaleza para tranquilizarla, abraza la mano de la muchacha con las suyas y deposita en ella un cariñoso beso —, ¿Has comido y descansado bien? Hice que te trajeran el alimento porque Magdalena me dijo que te sientes un poco indispuesta.   

Alma sonríe, la matriarca Green se ha convertido en su leal aliada y es la única que sabe de su embarazo, prefiere que nadie más lo sepa por un tiempo.

—Estoy bien, solo un poco cansada, pronto me recuperaré. Estoy últimos días han sido muy difíciles.

—Entiendo. Por eso no te importunaré más que unos momentos —dicho esto le extiende el sobre de piel con las confesiones y la carta dentro. Ella lo acepta dubitativa —. Asuntos urgentes me obligan a abandonar la hacienda. Necesito que me prometas que, si pasa demasiado tiempo y no regreso, le entregarás esto al señor Green ¿lo harás?

—¿Demasiado tiempo? ¿A qué se refiere? —cuestiona, una mueca de temor se le dibuja en el rostro.

—Te ruego que no te alarmes, es solo una precaución, sabes bien la situación en el país. Hay soldados por todas partes y nadie sabe lo que puede pasar.

—Pero padrino ¿qué es tan importante que no puede esperar a que todo se arregle?

—Basta con que sepas que no es posible posponerlo, partiré inmediatamente. Antes quiero que me prometas que harás lo que te pido.

—Claro que lo haré, sabe que puede confiar en mí.

—De sobra sé que así es —conmovido por la lealtad que le dedican los ojos chocolate de la muchacha, vuelve a besarla, esta vez en la frente, y se permite estrecharla contra sí —. Cuídate querida, si alguien merece ser feliz eres tú.




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